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Descubrí que para dejar de quejarse se necesita coraje. He comenzado un experimento para conscientemente dejar de quejarme, y perseveraré hasta que logre erradicar por completo el hábito. El problema de quejarse es que empeora todo, aun cuando creemos que nos estamos desahogando y nos haría un bien escupir toda esa maraña verbal. Pero no es así, quejarnos exacerba nuestra emoción, y al ser la emoción egocéntrica, nos hundimos más profundamente en su errática tiranía. De ninguna manera estoy diciendo que sentir sea malo, la emoción cumple su función vital para decirnos algo, y lo sano seria procesar la información que nos dice la emoción y permitir que la emoción sea vivida, experimentada y finalmente liberada. Cada emoción tiene su lugar, la tristeza, la ira, la alegría, todas hacen parte del repertorio glorioso del sentir humano, y si una falta, nos perdemos de un mundo entero. Sin embargo, la constante queja no permite que la emoción fluya, por el contrario, la estanca hasta el punto que nadamos en un mar de lamentaciones caducas. Tampoco estoy diciendo que lo correcto sería tomar una posición estoica y sufrir en silencio, lo cual puede ser una actitud terriblemente perjudicial. Hay una gran diferencia entre pedir ayuda, quejarse, y dar a conocer nuestras opiniones. Será cada quien el responsable de juzgar cuando se debe hablar o callar.

Cuando decidí conscientemente que quería dejar de quejarme me di cuenta que es más fácil dicho que hecho. ¿Por qué? Porque nos gusta compartir nuestra miseria, nos gusta hablar por la herida y asumir una posición de víctima. Todo eso nos suena más fácil que asumir la responsabilidad de ser adultos capaces y balanceados. Pero no es más fácil, quejarse hace que la vida sea más pesada, nos empequeñece, nos aleja de nuestra maravillosa resiliencia. Y eso sin mencionar a los pobres receptores de nuestras quejas, que usualmente serán quienes queremos más, estos quedan fatigados de nuestras peroratas, para luego dejarlos con la tarea de mirar a ver cómo se deshacen de esa carga energética que nunca pidieron.

Esto me recuerda la cuarta pregunta de Byron Katie que dice: «¿Quién serías sin ese pensamiento?» Me pregunto, ¿quién serías sin todas esas quejas que vas regando por el mundo? Se necesita valor para quitarse ese viejo ropaje y mostrarnos en una verdad mas franca, más valiente.

Las actitudes inconscientes proliferan en nuestra sociedad, son aceptadas y consideradas normales. Pues no son normales, y con solo unas pocas semanas de haber comenzado mi experimento, me doy cuenta de que la vida cambia, un peso se levanta, una ligereza me acompaña. Todo por haber cambiado ese pequeñísimo y a la vez potente aspecto de mi vida.

www.francamaravilla.wordpress.com
@camilasernah

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