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Imagen tomada de: http://www.mirutadelaseda.com/480/in-slovenia-behind-the-bars/?lang=es

Entre los cien millones, también había una parte para el administrador de un bar, un bar normal, donde cenaría con su esposa. Todo saldría bien, básicamente porque, luego de las artimañas de un experto maquillador, ni su propia madre lograría reconocerlo. No obstante, si algo salía mal, había que matar al tipo. Al que fuera que notara que, con el apoyo de la Policía y el INPEC, se montó un operativo para darle una noche de lujo al preso más peligroso del país.

Había que matarme a mí.

El preso se distinguía porque era el único que estaba borracho y el único que tenía chica. El problema empezó cuando le pregunté la hora a la chica que estaba con él, porque los encubiertos creyeron que yo reconocía al tipo. Pero yo no lo conocía, ni tengo nada que ver con la Fiscalía, si fuera de la Fiscalía no andaría preguntándole la hora a nadie. Solo quería saber qué horas eran, eso les dije cuando me acorralaron en el baño. Entonces me explicaron que tenían que matarme, me lo explicaron, debían volver con el ‘fugitivo’ antes de las dos de la mañana y ya no quedaba sino una hora.

Una hora. Me sentía como cuando te despiden de tu empleo, esa alegría inmensa de no pertenecer más a ese asqueroso lugar mezclada con «qué diablos hacer ahora» me estaba matando de ansiedad. Pensé en Pipe y me arrepentí de no haber ido durante los últimos tres fines de semana a visitarlo. Pensé en Marcela y la vi sufriendo cuando le contaban que había muerto. Pensé en mis amigos, los vi borrachos, en mi entierro, buscando minutos a celular.

Creo que es bien diferente cuando sin decirte nada te vuelan desde atrás la cabeza con una bala. Pero antes de matarme iban a dejar que me entrevistara el mismísimo preso millonario. Le dije que de verdad, que yo no lo conocía. El tipo me preguntó si no me intrigaba y yo le dije que un poco. Entonces asumió que era cierto que yo no sabía quién era, porque de otro modo, según él, no hubiera querido saberlo. Me dijo que me dejaba ir por eso, me lo explico una y otra vez, creía que yo no entendía, dijo que tenía mis datos y que si intentaba alguna pendejada me mataba. Entonces le propuse que mejor me dieran una parte de los cien millones a mí también, pero antes de que me preguntara «¿cuáles cien millones?» dije “gracias” y me fui.

¿Qué cómo supe lo de los cien millones? Buena pregunta. Para resolver ese no-me-digas tendría que desarmar todo el cuento, volverlo a escribir. No es nada verosímil decir que uno de los policías corruptos me lo explicaron: oye, vamos a matarte porque nos dieron cien millones de pesos, ¿ok? No. Ni siquiera hay necesidad de complicarme tanto, solo debo cambiar el narrador por uno que-lo-sepa-todo, y listo el pollo.

Pero mejor escribo otro cuento, este ya no me gusta.

Mejor.

En Twitter @Vuelodeverdad

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