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Cuando vi al capitán del avión apostado un metro más delante de la puerta de su cabina, con los brazos cruzados y mirando fijamente a una pasajera, mis sentidos se aguzaron “aquí va a pasar algo”.

Minutos antes…

Sentada en mi silla, ubicada en el medio de la sexta fila de del vuelo que nos llevaría a todo un equipo de trabajo de Bogotá a Santo Domingo, República Dominicana, miraba con ansiedad cada pasajero que lentamente caminaba por el pasillo en búsqueda de su lugar, al tiempo que mentalmente repetía un mantra “que siga derecho… que siga derecho… que no se detenga”, una y otra vez. A mi derecha, estaba sentado un hombre joven de no mas de treinta y tantos años, pero con un sobrepeso tal que su cuerpo se veía aprisionado en la silla, así que me imaginé que pensaba lo mismo. ¿La razón del mantra? La silla de la ventana continuaba desocupada y podría ser una vía de escape para los dos: yo estaría en mi lugar favorito en un avión y él podría liberarse del yugo opresor del descansa brazos que nos separaba. Ninguno de los dos hablaba. Ninguno de los dos se miraba. Pero sé que eso quería.

De repente, mis ruegos internos fueron interrumpidos por la voz casi imperceptible de la azafata quién, muy respetuosamente, le decía a la pasajera que estaba atrás “señora, en el baño hay un pañal dentro del inodoro ¿podría sacarlo por favor?”. Hasta aquí llegó mi concentración

¡Quién deja un pañal dentro del inodoro!

Muy sutilmente -bueno, tan sutil como pude- giré mi cabeza para mirar de reojo y me di cuenta que efectivamente tenían un bebé de menos de un año… el único bebé del vuelo, así que entendí de dónde provenía la seguridad del pedido.

Esto no habría pasado de allí, si no es que, al alejarse, escucho entre risas a la pasajera interpelada diciéndole a sus compañeros de viaje “pues lo hecho, hecho está” y ninguna parte de su cuerpo se movió de su silla, solo se escuchaban carcajadas. Pasaron varios minutos y nada… no hubo movimientos que indicaran que iba a componer lo que hizo. Aquí es cuando la escena inicial hace entrada: el capitán sale de su cabina, mira fijamente a la pasajera, avanza uno, dos… los pasos necesarios para llegar a su lado y le dice en tono más firme y con un volumen un poco más alto que el requerimiento de su compañera de tripulación y, claro,  manteniendo el respeto hacia su interlocutora

“Señora, le pido que, por favor, saque el pañal de su bebé del inodoro o no podemos despegar”

Punto. No dijo más. Media vuelta y regresó a su lugar feliz…

En ese momento varias  miradas curiosas se dirigieron al lugar epicentro de los hechos y no faltó quien -entre ellas yo- no pudiera evitar una sonrisa y hacer ese clásico movimiento de cabeza que implica la reprobación del hecho. No había escapatoria. Por fin se produjo un movimiento en esa fila y la madre se levantó. Lo qué tuvo que hacer para arreglar la situación en el baño ni me lo quise imaginar, solo se que a los pocos minutos el vuelo, libre de impedimentos en el cuarto de atrás, pudo arrancar. El bebé se durmió y todos felices.

Postdata… mis ruegos surtieron efecto. Nadie se sentó en la silla libre en la ventana, me cambié de lugar y mi compañero de fila logró acomodarse mejor… cruzamos una mirada de complicidad y cada uno a lo suyo, yo disfruté de una mágica vista todo el trayecto -comparto una foto  acercándonos a la isla- y todos felices. 

Corolario

Esta historia es real y más allá de la actitud de la señora o de si hay multa para este tipo de cosas,  lo que me preguntaba después era ¿en qué momento nos olvidamos de que cada acción nuestra impacta a quienes están a nuestro alrededor?  en fin… felices vuelos para todos.

 


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