Una sucesión lógica es un conjunto de hechos encadenados, en donde el nivel de intensidad de un aspecto común a todos gradualmente se incrementa, o decrece.
Por consiguiente, tras una larga sucesión de hechos irracionales, durante los cuales los niveles de agresión han ido en aumento, ¿cuál es el tipo de hecho posterior que dentro del marco de la lógica puede considerarse como subsiguiente?, ¿un hecho irracional y violento, o un hecho racional y sereno? Pregunta que por obvia no debería ni siquiera plantearse, pero dado el asombro que suscita en el ámbito del fútbol el desenlace lógico de los acontecimientos, es preciso desarrollarla.
Todo empieza con un discurso prefabricado, e importado. Amor extremo e irracional por el equipo del que se es hincha, «sos mi vida», «contigo hasta la muerte», «te llevo en mi corazón», «mi sangre es azul», «la mía es verde», «la mía es vino tinto y oro», y odio visceral por el equipo contrario. Locura, pasión, amor, ira, odio, llanto, muerte… palabras comunes a todos los que con orgullo manifiestan padecer los síntomas de esta locura colectiva.
Durante un partido, dentro de las cabinas de transmisión, los locutores pegan alaridos ante la inminencia de un gol, pegan alaridos en el momento de la ejecución de un simple saque de banda. En la tribuna los hinchas brincan, sus cantos son de aliento para «su equipo», ofensas para el rival. Como buitres y con la esperanza de agarrarlo aún con la sangre caliente, los periodistas abordan al técnico perdedor y le enrostran que es un petardo, le cuestionan la táctica, le critican los cambios, lo interrogan si es verdad que alineó al tronco del Ambuila porque, según dicen las malas lenguas, es el dueño de su pase. Le preguntan mas de cien veces si va a renunciar, y el porqué es tan vil y engaña a la afición, el técnico responde que se vayan para la mierda, y se va lanza en ristre, entre otros, contra el arbitro, lo acusa de haberle «metido la mano» al partido, asegura tener las pruebas.
Desde las cabinas de radio, los comentaristas ripostan, hablan de mafias, de actos de indisciplina, reclaman que «rueden cabezas», y exigen que haya respeto por los hinchas. A esos hinchas, que después tildan de desadaptados, los empoderan manifestando que son ellos la razón de ser de esta «pasión*», y arguyendo que es a ellos a los que los jugadores les tienen que rendir cuentas. Los enardecen insinuando que el partido estaba comprado, que mientras ellos, tan lindos, van a apoyarlos, a los directivos solo les interesa el biyuyo. ¿Sí vieron que los jugadores no sudaron la camiseta?
Por último, les preguntan si no les parece exagerado el costo que pagó el equipo por la contratación del pícaro, y parrandero, ese del Arnoldo, y el tipejo ni siquiera se embarró las medias. Finalmente, a las afueras del estadio se encuentran las dos barras, y sin pensarlo, se dan en la jeta. Que van a pensarlo, obedeciendo a un claro reflejo condicionado, embisten si la camiseta del que viene por la calle es de un color diferente a la suya.
La pregunta es, ¿cuál es el hecho aislado?, ¿cuál, el acto que no es causa efecto de los otros?, ¿cuál es la ficha que no encaja en este rompecabezas de emociones extremas, actos irracionales y falta de mesura? Previas agresiones verbales, ánimos exacerbados, enajenación y fanatismo de parte y parte. Lo insólito seria que se cogieran a picos, o que se fundieran en abrazos fraternos.
«Pero si el fútbol es un simple juego», alegan los periodistas, los mismos que no pararon de echar leña y atizar el fuego, los mismos que cuando miran de frente a la cámara reprochan y cuando alzan su mirada al cielo imploran por una respuesta al porqué de tanta violencia. Desconociendo por completo que, si bien no es la única causa, las peleas entre hinchas tienen sustento y honda raíz en la cultura y forma de pensar que ellos promueven.
Partiendo de la base que las mayores contradicciones y los análisis más cargados de emoción provienen de quienes más critican la falta de prudencia. Es el analista que reclama continuidad en un proceso, el mismo que al primer traspié sale emputecido a reclamar la renuncia del técnico recién contratado, o el que a las tres fechas de iniciado el torneo ya habla de crisis, o, por el contrario, de equipos invencibles, y de goleadores implacables.
Otro aspecto a considerar es la connotación positiva y trivial que le han dado a la locura, y lo que ella representa. Según el imaginario, un loco es un tipo descomplicado, un bacán, con actitudes extremas, sí, pero de ahí a que sea agresivo, nada que ver. Para los que parece que se les olvida, les recuerdo, loco es aquel que dada su condición comete actos irracionales, algunos inofensivos, otros violentos, pero ambos igual de probables. Loco es el que hace cualquier payasada por «su equipo del alma», no obstante, loco también es el que mata y se hace matar por él.
Pero eso no lo quieren entender, y entre más estupideces haga el hincha, mayor es el protagonismo que le dan y mayor el número de reportajes que le hacen en los noticieros «Estamos aquí con el careloro, 57 años, el hincha más ferviente del verde, verde, quién dejó en su ciudad natal a su esposa, su trabajo, sus hijos, y caminó por más de 400 kilómetros, todo por venir a apoyar a su equipo del alma, en esta final de infarto. Care loro, muéstrales a todos nuestros televidentes tus zapatos raídos y cuéntales cuántos días llevas sin comer». «Si un huevón de 57 años hace tamañas sandeces y se comporta como un soberano majadero, ¿por qué no las hago yo, y me comporto yo así, que tengo 15?».
Aplauden actos carentes de sensatez, y luego, cuando obran en consecuencia, les piden que lo hagan con cordura. «Queremos tenerlos locos para que de forma compulsiva consuman un producto llamado fútbol, pero en sus cabales para que no se descalabren o cometan todo tipo de barbaridades». O se obra con razón o se carece de ella, una de dos.
Pero aquí en este negocio, perdón, en esta pasión*, no hay cabida para la sensatez, porque al hincha y al televidente hay que mantenerlos en sus picos de emoción, euforia o drama, risa o llanto, en el cielo o en el infierno, un hincha pasmado no sirve, esa es la esencia de esta loca y fabulosa pasión* del fútbol. Tan fabulosa que no entiendo el por qué se lamentan después.
*Negocio
@AlexroamJorge
Felicitaciones, exelente comentario, cada semana me gustan mas sus blogs y me parece muy acertada la descripcion «Contar historias, y compartir opiniones acerca de diversos temas. Nada más.»
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Soy de esos hinchas que dejan todo por el equipo, y aún cuando su conclusión es que somos unos títeres, como el televidente a la empresa de televisión, lo cual obviamente me parece ofensivo, rescato mucho que usted es de los pocos que ha escrito algo sensato sobre el tema.
Hoy por hoy sin duda el fútbol es un negocio, la pasión del hincha se refleja en números para los dueños, lo que antes se hacía por amor (inexplicable), hoy sólo se logra con premios y fama.
Y claro, cuando hay dinero, hay medios, quienes en su absoluta ignorancia reflejan en cada emisión lo que somos, y que somos: pues un pueblo entretenido con el circo mientras muere por falta de pan, un pueblo que se mata por decenas entre los de la misma clase (guerrilleros vs soldados), un pueblo que se escandaliza por el mal trato de Diva a un concursante, pero pasa inadvertido ante los cientos de desnutridos que poblan nuestros municipios y ciudades…
En fin, los barras bravas sólo somos una parte más de esta gran comunidad, que castiga a quienes roban los recursos públicos con penas en sus lujosas mansiones adquiridas con lo robado, con el consecuente muerto en la sala de espera de un hospital, y muestra como un terrorista al estudiante que emprendió a piedra un bien, que aunque pagamos todos, ahora es de la empresa privada. Aquella sociedad que canta y bebe al ver el sacrificio a mansalva de un toro, pero se escandaliza que entre dos iguales, como son dos hinchas, se den en la jeta.
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