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“Soy una asesina”, es una afirmación que he escuchado varias veces pronunciada por mujeres que, a pesar del paso del tiempo, no han superado sicológica y emocionalmente el hecho de haber abortado, bien sea por iniciativa propia o por inducción de alguien.
Hay casos aberrantes, en mi opinión, como aquellos en los cuales la misma mujer se hizo practicar varios abortos. Asombrosamente, algunas lo hicieron hasta cinco veces.
Las referencias anteriores no las he extraído de una encuesta o de estadísticas publicadas sobre el tema. Son situaciones concretas que conocí porque las protagonistas de los hechos escribieron a mi correo para solicitarme que interpretara sus sueños. Cuando supieron qué los causaba, me contaron que su existencia, por ese motivo, se había convertido en un tormento por haber perdido el balance emocional y espiritual. Por eso vivían presas de un nerviosismo constante y el sentimiento de culpa que arrastraban no podían superarlo.
Casi todas esperaban un castigo por lo que hicieron. Peor aún, creían que sus demás hijos expiarían esa culpa. Por esa misma razón veían en cada dificultad, problema o enfermedad que padecieran ellas o alguno de los suyos, una consecuencia de ese acto que segó una vida inocente.
Los sueños revelan esta clase de sentimientos
Esos temores se reflejaban en los que sueños que tenían. Unas se veían salvando bebés de un peligro inminente y despertaban llorando o angustiadas. Entonces recreaban, en ese momento, el acontecimiento por el cual sufrían y eso las desesperaba. Otras soñaron que sus hijos que sí nacieron estaban a punto de morir en un accidente o algo parecido. Al despertar, un profundo remordimiento las asaltaba y temían que la vida de esos niños fuera el precio que debían pagar por lo que hicieron. Creían que sobre ellas y sus familias recaería un “castigo divino”. Pero Dios no castiga inocentes, les dije.
Estas mujeres viven en un estado de contrición permanente. Sus espíritus no encuentran sosiego en explicaciones racionales que pretendan convencerlas de que lo que hicieron estaba justificado. Y así es porque los motivos por los cuales decidieron abortar eran diferentes. Pero ninguna reconoce que lo que hizo fue lo mejor o lo más recomendable. Como dije al principio de esta entrada, algunas actúan motivadas por su propia voluntad porque, por ejemplo, piensan que no tienen los medios económicos para solventar la manutención de su hijo. Las que no tienen una pareja estable y temen ser madres solteras, encuentran en la interrupción del embarazo la salida más fácil. Otras simplemente deciden enmendar su “error” extirpando el objeto de su descuido. No obstante, después del aborto aparece en la conciencia de cada una el convencimiento de haber obrado mal.
El peor de los casos, para mí, ocurre cuando la mujer no toma la decisión y actúa bajo la presión de un tercero que puede ser un familiar suyo o el mismo hombre que la embarazó. En mi opinión, la causa determinante de ese aborto es la cobardía de la madre para defender la vida de su hijo. Es doloroso que claudicara sin luchar por el fruto de sus entrañas porque el amor de una madre es valiente y no tiene límites.
El aborto, ya sea voluntario o inducido, es una experiencia que marca para siempre la vida de una mujer. No todas toman la precaución de acudir a una clínica y encomendar el procedimiento a médicos capacitados. Como les interesa mantener en secreto el embarazo y su propio anonimato, se ponen en manos de verdaderos “carniceros” que sin conocimientos profesionales ni medidas higiénicas extraen el feto de cualquier manera. Para muchas la consecuencia de esta clase de “operación” es la imposibilidad de ser madres nuevamente. Y no precisamente porque se trate de un “castigo divino” sino por la irresponsabilidad que cometieron al colocar su salud (incluso su vida) en manos de criminales.
Es mejor evitar el embarazo
Quienes defienden el aborto argumentan, entre otras razones, que las mujeres son dueñas de sus cuerpos y por ese motivo tienen el derecho a decidir sobre él. Pienso que esa justificación es válida siempre y cuando se fundamente en el supuesto de que toda mujer puede decidir libremente con quién quiere tener sexo. Pero el acto sexual, como manifestación de la libre voluntad, implica riesgos que se deben asumir con mucha responsabilidad. El embarazo es el más obvio pero existe otro no menos importante como es el contagio de una enfermedad de transmisión sexual. Para evitar uno y otro existen los preservativos.
Pero ante la evidencia del embarazo el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo ya no es absoluto. Existe una nueva vida en gestación y la decisión en este caso es de una madre sobre la vida de su hijo. En mi opinión ese acto, ese aborto, es un asesinato infame que se comete contra una criatura absolutamente indefensa. Por eso pregunto: ¿Por qué esa mujer no tomó las precauciones necesarias para evitar el embarazo si no quería concebir un hijo?
Hay que erradicar el sentimiento de culpa
Al llegar a este punto, sin embargo, quiero decirles a esas mujeres que interrumpieron su embarazo por medio de un aborto y sufren por eso, que necesitan superar el sentimiento de culpa que las embarga. Si no lo hacen, vivirán en el infierno que crearon para ellas mismas. Para lograrlo se requiere que se perdonen a sí mismas y pidan el perdón de Dios. Sus hijos abortados ya las perdonaron. Lo digo porque después de interpretar los sueños de muchas, relacionados con ese momento que las marcó, se tranquilizaron al saber que los espíritus de esas criaturas, verdaderos ángeles, permanecen en su entorno. Ellos les dicen que las aman y las perdonan por lo que hicieron. Casi todos confirman su identidad mencionando el nombre que hubieran recibido de haber llegado a este plano. Generalmente coincide con el de su padre, de un hermano o el de un familiar muy allegado.
Cuando he compartido personalmente con algunas, el momento es conmovedor para mí porque esos espíritus se presentan como pequeñas luces resplandecientes alrededor de sus madres. Por eso a ellas les advierto que pueden tener la sensación (en cualquier instante) de que alguien está a sus espaldas y les habla en susurros. Incluso, en algunas ocasiones más de un angelito expresó su deseo de abrazarla y de transmitirle que regresará a su vida en un futuro próximo. De paso, si es necesario, las previenen si hay algún peligro o riesgo que amenace a uno de sus familiares.
¿Qué hacer?
Mi consejo final para todas las mujeres es que si deciden tener un encuentro sexual, lo hagan con responsabilidad. Que apliquen el sabio refrán que dice: “es mejor prevenir que lamentar”. Que tengan en cuenta tomar las precauciones necesarias si no desean quedar embarazadas. Pero si se descuidan y deciden abortar, deben saber que van a vivir una experiencia de gran impacto que jamás van a olvidar. Muchos testimonios así lo confirman.
La señora Candy echa por la borda su orientación positiva, cuando engaña a las personas, diciéndoles que los espíritus de sus hijitos las acompañan felices en su entorno. Falso. El espíritu no regresa. La palabra de Dios indica que muerta la persona, el espíritu queda bajo el dominio de Dios; hasta que, en el juicio, Jesucristo decida el rumbo eterno de cada alma. En este caso, como se trata de criaturas inocentes, pues de hecho que estarán en un estado de paz. Los que sustentan las referidas falsedades son los espíritus malignos; que generalmente por posesión o por convocación del espíritu del difunto, son los que aparecen, manifestando, generalmente, así se estén suplantando a criminales, que están en planos de luz y de paz. Para engañar; para que las personas crean en cosas esotéricas, como los planos astrales y las reencarnaciones, y así no se preparen para el juicio que indefectiblemente hará nuestro señor Jesucristo, a toda la humanidad. Por su bien espiritual debe tener cuidado, señora Candy.
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