Recuerdo una tarde de verano en mi querida Bogotá. Entraba al parqueadero de una cadena de supermercados. De repente noté que un hombre, en un auto lujoso, estacionaba su vehículo en un parqueadero exclusivo para personas con discapacidad. De la manera más educada, le llamé la atención:
-Disculpe señor. Está parqueado sobre un espacio para personas con discapacidad.
-No sea sapo, hijueputa.
Fin de la historia.
Aunque mi instinto asesino se activó y me presionó para responder de manera violenta a la agresión, decidí contenerme y mantener un silencio prudencial. Incluso esbocé una leve sonrisa. Ahora, no veo gran diferencia entre ese personaje y la manada de salvajes que a punta de cuchillo, ladrillos y patadas mataron a un toro en una corraleja en Turbaco, Bolívar.
Un animal, agresivo por instinto y sin habilidad de controlarlo, pues es animal, es agredido cruelmente por una turba iracunda que sí se podría controlar pero no lo hace. Salvajes. Y cientos aplaudiendo tan deprimente espectáculo. Cultura o tradición, le llaman.
Comienza la discusión y las autoridades con su eslogan de hace años: “Abriremos una investigación”; los políticos usurpadores que aprovechan la coyuntura para venderse. La historia de siempre con la conclusión de siempre: El problema es mucho más grave y tiene bastante fondo. ¿Por qué somos tan violentos?
El caso del toro de Turbaco es uno de tantos. Personas que escupen a la policía porque el tráfico no fluye en un plan retorno, taxistas que amenazan con puñal a sus pasajeros, agresiones porque alguien reclama cultura ciudadana en Transmilenio, violencia intrafamiliar, etc. Y estos son los casos que vemos en los medios masivos de comunicación, porque sólo hay que darse una pasada por el portal VerdadAbierta.com y leer algunas crónicas de cómo el hombre ha sido capaz de cometer los más horrendos crímenes en Colombia. Sin desconocer la sevicia contra el indefenso toro, esto se queda pequeño frente a otros actos de violencia en el país.
Creo que los seres humanos tenemos un instinto violento y asesino dentro de nosotros. Afortunadamente aún hay millones de personas en el mundo que decidimos no usarlo, ni lo hacemos crecer o vivimos de eso. Pero sí lo tenemos: Un padre o madre cuando ve amenazada su familia, o situaciones de extremo peligro donde se ve amenazada nuestra existencia. Hay varios casos.
La historia de violencia que tiene este país se ve reflejada en estos casos y se ha impregnado incluso en nuestro diario vivir. ¿De dónde nació o se heredó semejante instinto tan cavernícola?
Ser no violento es algo tan simple de enseñar y entender: El respeto por el otro, por la diferencia. Pero el gen de la violencia está ahí listo para activarse, en medio de ciudades con altos índices de estrés, caos vehicular, pésima calidad de vida para muchos. Caldos de cultivo de violencia.
Nada de esto parece calar en el imaginario colectivo. Se nos volvió la muerte un paisaje. Pensamos que los problemas son de otros y no de nosotros; que los violentos están en el monte dando bala y poniendo minas. Masacrando comerciantes, campesinos o sindicalistas.
Hay otros tipos. Hablo de la violencia que vivimos usted y yo en el día a día. Desde el que pita y pita sólo porque el conductor de adelante se demora un par de segundos de más en arrancar, hasta quienes se agreden por una camiseta de fútbol.
Lo peor es que no reaccionamos ante estos actos porque nadie se quiere ganar una puñalada o un disparo “por sapo”. Sálvese quién pueda.
Y así no habrá postconflicto ni paz que dure.
Trabajemos para no activar al Ingeniero Bombita que tenemos. Ese gran personaje de Ricardo Darín en la cinta Relatos Salvajes.
Habrá que esperar a ver si no nos terminamos de matar en medio de la tan conocida y emotiva frase vende humos: Lo más bonito de Colombia es su gente.
¡Qué lejos estamos!
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LuisÉ Quintero
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