La cultura traqueta que hoy nos toca no se la inventó Pablo Escobar ni mucho menos. Viene, tal vez, desde la conquista española que nos acostumbró a tomar por la fuerza todo aquello que no nos pertenece y a imponer a punta de gritos y de histeria la visión del mundo que mejor nos parece. Así ha sido siempre.
Tampoco creo que haya sido una historia de grandes contra chicos o de muchos contra pocos, porque si algo ha caracterizado nuestra historia ha sido la tiranía de las minorías, que a punta de mañas, de alaridos y de física violencia, han sometido a los demás.
Nuestra cultura traqueta viene desde la conquista española.
En contraposición a los abusos, hemos desarrollado una cultura paralela de “no me la dejo montar de nadie”. Nuestras reacciones suelen ser desproporcionadas y sin rumbo, por lo que navegamos en la eterna zozobra y la perpetua tensión, entre el montador y el aminomevenganajoder. Y así nos ha ido.
Las ideas poco importan y por eso nos sobran opiniones y nos faltan argumentos. Vivimos presos de los memes y los chismes. Nos oponemos a los otros porque sí, por santanderistas o por bolivarianos, por conservadores o por liberales, por godos o por cachiporros, por mamertos o por fachos, por izquierdosos o por derechistas, como si eso en nuestro país significara algo. Hablamos de comunismos y de fascismos con una facilidad que asombra. Sin embargo, si leemos que un partido “apoya la confianza inversionista, la cohesión social, la austeridad estatal y el diálogo popular” y otro dice “apoyar la lucha y la defensa de la vida, la capacidad territorial para auto determinarse de acuerdo con sus realidades propias, la participación desde las prácticas y la movilización permanente”, podemos entender que no es que haya muchas líneas rojas. O azules. O verdes.
Nos sobran opiniones y nos faltan argumentos.
Por eso, vivimos presos de la elocuencia de unos caudillos endiosados a punta de su verborrea incontinente, reyezuelos que gritan y vociferan y empujan a la masa, según sus intereses.
La intransigencia nos mata porque somos un país donde todos creemos tener la razón y lo peor, o lo mejor, es que sí, que todos tenemos un pedacito de verdad, una parcela, que cultivamos a diario en Twitter, en Facebook, o en las discusiones de café. La única verdad es la nuestra y el resto son física bosta de caballo. No importa el cariño, ni la amistad, ni el respeto. Lo que vale es que prevalezca nuestra opinión.
Vemos la vida por un pequeño hoyo, un ojo mágico que solamente deja ver lo que queremos, que solamente nos permite distinguir a nuestros héroes. El resto son simplemente unos villanos.
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Totalmente de acuerdo con lo expresado en este blog!
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Por qué -cuando nos referimos a algo malo- tenemos la manía de decir «Somos un país…»?. Por qué nos gusta denigrar de nuestro país, y el que lo hace, generalmente también se refiere así a su familia… «somos una familia…». LA HUMANIDAD ES ASÍ… por favor, no hablemos mal de nuestro país, cambiemos el tono a ver si logramos cambios. Fin.
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