Tropas del Estado Mayor Ideológico -dependencia del Departamento de Control Mental adscrito al Ministerio de Instrucción Pública y Culto- la expulsaron de las aulas del país. Patrullas armadas proscribieron su presencia en todas las instalaciones públicas. Los textos huyeron por los oscuros recovecos de las bibliotecas y las referencias, que antes servían para alumbrar las conversaciones, se apagaron.
Mundo correcto
Sin presencia de la historia, la vida pareció seguir su curso normal. Los escolares recibieron la medida con regocijo excepto algunas quejas, casi inaudibles, por la pérdida de unos relatos, breves, en los jardines infantiles. El Cálculo y el Algebra, miembros connotados de la difícil estirpe de las Matemáticas, aún siguen, monótonos, junto a las traviesas Aritmética y Geometría. Mientras, por su lado, la Botánica y la Zoología se solazan bajo el vigilante recato de la Biología y sus tías, las Ciencias Naturales.
La Federación de Prefectos de Disciplina exaltó los beneficios de la expulsión y destacó, a modo de ejemplo, los resultados que trajo al país el olvido de la geografía: “Nadie se pierde cuando no sabe dónde está. De igual manera, sin pasado se borran las malas notas, los errores que nos antecedieron, las equivocaciones de nuestros antecesores. El mundo será correcto”. Las instituciones (sobre todo las agencias de seguridad del estado) se dedicaron a eliminar documentos que contienen la tragedia de las guerras civiles y señala con nombre propio a familias que ya eran traidoras cuando la ambición las ganó para desgracia del país.
Perjuicios por la pérdida
El Cuerpo Docente de Ciencias Sociales y Humanidades celebró el desvanecimiento de la que consideraban, la más antipática de la familia. “Ya no tendremos que soportar sus aires de superioridad, el afán por la exactitud y esa arrogancia de juicio que la hacían tan detestable”; sostuvo una proclama suscrita por el mismísimo Consejo Académico y al que se sumaron las ligas deportivas -incluidos los entrenadores y directores técnicos-, de todas las disciplinas.
En cercanías de la facultad de artes y literatura se presentaron algunos altercados, por fortuna sin consecuencias que lamentar, quizás motivados por la negativa de los jóvenes a permitir el desalojo de la historia. Con improvisaciones musicales, representaciones escénicas y recitación de poemas clásicos quisieron llamar, en vano, la atención de los transeúntes sobre los perjuicios que traería tal pérdida.
Asamblea de veteranos
Los sectores tradicionalistas se mostraron optimistas y expresaron su confianza en que cesarán las críticas fundadas en hechos que pasaron hace tiempo. “No hay, dijeron, fortunas mal habidas, concesiones injustificadas ni sospechas que opaquen el ejercicio garantizado del poder. Las consejas y murmuraciones basadas en datos históricos quedan abolidas por completo: así nadie dudará de las virtudes de nuestras dirigencias”, manifestó el Presidium de la Asamblea de Veteranos.
Al contrario, las minorías partidarias del cambio manifestaron su preocupación por una situación que califican de peligrosa en extremo. Aseguran que la historia nació junto a la sociedad humana y no morirá sino cuando muera la última persona sobre la faz de la tierra, que sin pasado no hay futuro y que el presente pierde el sentido cuando ignora la herencia y la progresión.
Resueltos a eliminarla
Perturbadas, las bellas artes exigieron el regreso sana y salva de la historia. Sin embargo, no tuvieron respuesta. Pese a que ella suministra -como lo señalaron varios analistas-, trascendencia estética y ética; la literatura corre el riesgo de desaparecer de forma parecida a como se esfumó Clío.
Durante muchos siglos la historia se destacó por su vasta erudición, la gracia envolvente de sus movimientos y la feliz relación con sus hermanas, las otras musas. Pero, cuando la eficacia industrial se sintió amenazada por la imaginación histórica, resolvió eliminarla. Para empezar, decretó su fin como un hecho incontrovertible.
Antes de Gutenberg
Fuerzas del orden fueron despachadas enseguida, con la tarea de encontrar los restos de la supuesta difunta y sepultarlos donde quiera los topasen: volúmenes arrebujados en bodegas abandonadas, ediciones anteriores a Gutenberg, papiros escamoteados al polvo en laberínticas librerías otomanas, leyendas que consultó el mismo Homero.
También -todavía grabados en la mente de los pueblos-, rondas, canciones juglarescas, dramas shakesperianos, canciones de gesta y delirios bolivarianos contra decretos imperiales.
Ampulosa y simple
Cuando se conoció la noticia de la muerte de la historia, las cosas parecieron seguir como si nada perturbara la marcha del mundo: la difunta al hoyo, el vivo al bollo (ahora sí perfumado con el pago de dádivas criminales).
Afligidos, los huérfanos siguen sin creer que la maternal Clío haya muerto. La evocan festiva, lúcida, sombría, agotada, con el hastío de una comediante que presenta en todos los tablados, todas las noches la misma función, cómica o dramática, ampulosa o simple. Pero viva.
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