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Las noticias son aterradoras. Niños violados por sacerdotes y presuntamente abusados por educadores cuando se supone que tanto los unos como los otros deberían representar resguardo y seguridad para los menores de edad. Los hechos nos dicen que iglesias y colegios no siempre resultan ser los lugares indicados para encontrar guía y protección.

¿Cómo es posible que haya sido necesario retirar a 91 educadores de colegios del distrito por ser presuntos abusadores de niños? Y las noticias sobre los actos siniestros de muchos sacerdotes son conocidas en el mundo. No son todos, es cierto; tampoco lo son todos los maestros, pero sí creo que estos horrores ameritan mucho más que columnas de opinión e indignación.
Cristina Plazas, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, ha dicho claramente que la Iglesia Católica debería pronunciarse sobre el documento del pleito económico entre las familias de los niños abusados en Cali y la Arquidiócesis de esa ciudad en el que se catalogan a los padres como responsables del abuso de sus pequeños.
Es como si en ese texto la propia Iglesia nos estuviera contando a los colombianos que dejar a un menor de edad en manos de uno de sus sacerdotes equivale a faltar al deber de cuidado, vigilancia y protección del mismo, que un encuentro entre un cura y un niño debe hacerse siempre con la presencia de los padres, abuelos y tíos porque son ellos los llamados a estar allí. Como si la madre hubiera cometido un error terrible al querer sacar a sus pequeños de las calles y tal vez motivarlos para ser monaguillos.
Y ni hablar del caso de los colegios, 91 profesores presuntamente responsables de abuso, ¿y el Ministerio de Educación qué hace? ¿Qué les dicen las instituciones a las madres de estos niños a quienes posiblemente marcaron para siempre con una experiencia tan traumática y tan dolorosa?
No sabe uno entonces al cuidado de quiénes podrán dejar los adultos a sus hijos en una sociedad donde abundan las madres solteras que tienen que hacer maromas para trabajar, cuidar a sus pequeños, educarlos y mantenerlos, o a familias que confían en la educación como una herramienta fundamental para soñar con opciones a futuro.
Sobre todo, serán padres que en muchos casos se sentirán abandonados porque buena parte de la sociedad se hace la sorda, como si fuera mejor no decir nada para que todo quede en silencio y olvidar cualquier agresión sexual no vaya y sea que a todos nos de vergüenza, como si los delitos sexuales debieran seguir escondidos porque como son pan de cada día mejor ni mirarlos a fondo porque terminaremos con la vista y el olfato puestos en verdaderas cloacas. Yo le pediría prestado el nombre de la campaña de Jineth Bedoya, la periodista que ha hecho suya la lucha contra la violencia hacia las mujeres después de haber sido tortura y violada, para decirnos a todos que, como dice ella, “No Es Hora de Callar”.

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