¿Y si aprender a relacionarnos de forma diferente con nuestras conversaciones puede cambiar nuestros resultados, nuestro liderazgo y nuestra vida misma?
Con el paso de los años entendí una parte borrosa de mi niñez: yo sufrí “bullying”. En ese tiempo no existía ese nombre, ni había internet que me explicara que eso se llamaba acoso escolar y que podía denunciarlo y menos aún que debía contarles a mis padres, porque, lo creas o no, en algún punto pensaba que eso era normal, una especie de “juegos de escuela”. Los niños que como yo vivíamos escondidos en el silencio solo podíamos esperar que otro u otra más grande nos defendiera y, en mi caso, siempre aparecía alguien.
Recuerdo vagamente estar en una fila de esas tantas que se tornan paisaje estudiantil y ser empujada por otra niña en repetidas ocasiones solo por diversión para sacarme de mi lugar, y recuerdo de forma menos vaga mi silencio como barrera y cómo, en ese hermetismo acompañado de mi mirada clavada en el piso, con lentitud volvía a mi lugar para irremediablemente volver a ser empujada. El ritual fue interrumpido por ella, la niña más grande del salón, la que ni siquiera me hablaba y a quien nadie se atrevía a tocar. Su voz aun suena en mi mundo cuando le decía a mi agresora: “pare ya o soy yo la que le va a pegar, métase con alguien de su tamaño”. Y por obra y gracia ya nadie me empujó. En mis recuerdos está mantener la cabeza baja y volver rápido a mi lugar, pero ahora con la certeza que estaría segura.
Si tuviera una máquina del tiempo y pudiera volver a ese momento me acercaría a mi temerosa “yo” de diez años y le susurraría al oído “Di ¡basta!”, pero no hay máquina del tiempo y nadie me lo susurró. Lo aprendí con el paso de los años y hoy no solo digo esa declaración tan poderosa del “Basta” sin ningún remordimiento cuando me siento en espacios en los que no quiero estar, sino que animo a otros a hacerlo.
¿Y qué tiene que ver esto con liderazgo y conversaciones? Todo que ver, porque el primer paso para construir un liderazgo hacia otros es liderarnos a nosotros mismos y, para hacerlo, tenemos un recurso que nos fue dado desde que llegamos a este mundo: nuestra capacidad para conectar con los demás a partir de la conversación. ¿Cuál conversación? Depende del tipo de conexión que se busque generar y del objetivo de la misma.
Esto es lo que no nos enseñaron y debieron haberlo hecho en el colegio: a reconocer que nuestra habilidad para emitir sonidos y convertirlos en fonemas con significado (palabras) no solo tiene un propósito de supervivencia ―como lo que yo hubiera necesitado―, sino que también es el recurso más poderoso que el universo nos dio para alcanzar lo que nos proponemos. Mi conversación, esa que permitía que otros traspasaran mis límites, seguramente arrancaba en mi incapacidad para conversar conmigo misma para fijarlos, ¡tenía diez años! Claro, pero ¿cuántos adultos mantienen ese patrón de conversaciones internas inefectivas y llenas de inseguridades que los hace vulnerables ante otros?
Primera lección: Conversación privada o diálogo interno
¿Dónde arranca todo esto? En lo que llamamos el diálogo interno, conversación privada o pensamientos.
Por eso, hoy arranco una serie de publicaciones-lecciones de lo que quiero sea una especie de entrenamiento abierto a todo el que se anime, sobre conversaciones y su impacto en nuestra vida, nuestro liderazgo y nuestros resultados.
E inicio con un llamado a entender que esas historias que nos contamos a nosotros mismos creyendo que nadie nos escucha y que en parte es cierto, a menos que seas del grupo de quienes “piensan en voz alta”, y digo “en parte” porque hay al menos un interlocutor que nos está escuchando y somos nosotros mismos. Esa voz es tan fuerte que nos lleva a tomar una decisión, a relacionarnos con alguien, a abandonar un proyecto, a subir la voz, a bajarla, a tener cierto estilo de comportamiento, cierto estilo de liderazgo o, sin más vueltas, a levantarnos o a darnos por vencidos. Esa voz interior es la dueña en realidad de nuestros resultados.
Imaginemos a Juan. Lleva tiempo sin poder conseguir trabajo y el primer pensamiento que llega a su mente cada mañana es “¿por qué a mí?, soy un fracaso, ya no sé qué hacer… Todos me abandonan… Uno no puede confiar en nadie”. Luego, se levanta y ¿adivina cuál va a ser la manera de abordar cada minuto de su día? Es muy probable que viva desde emociones como el derrotismo, la tristeza e incluso el enojo. Y, ¿qué tipo de decisiones podrá tomar desde ese lugar? Ahora, imaginemos que el diálogo de Juan antes de levantarse de la cama es “debe haber algo que no he intentado… Hoy voy a volver a revisar todo lo que he hecho… He tocado muchas puertas, pero no me voy a dar por vencido o nunca imaginé que fulanito me fuera a ignorar, pero gracias a zutanito que por lo menos me escuchó”. ¿Qué emociones sostendrán a Juan ese día? Es muy probable que esperanza, optimismo y ambición (ganas de buscar posibilidades) y desde estas emociones las ideas fluyen más.
Y aquí vamos asomándonos a un tema que seguro abordaré más adelante: el impacto de las emociones en las conversaciones, es decir en nuestra comunicación.
La primera conversación para iniciar esta serie de Cómo liderar a partir de las conversaciones es con nosotros mismos y el ejercicio que te sugiero es el siguiente: registra durante una semana cuáles son los pensamientos que aparecen en tu día a día: ¿son de posibilidad? ¿De crítica a otros? (no te llevan a ningún lado) ¿De autocrítica? (merman tu energía) Y luego de ese tiempo revisa y encuentra los patrones ¿Qué ves? Si te animas haz el ejercicio y envíame tus descubrimientos a contacto@facilitarclic.com.
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