Bienvenidos a la cuarta lección de este curso abierto sobre Liderazgo Conversacional, es decir, sobre cómo utilizar mejor el recurso más poderoso que tenemos a nuestro alcance para lograr nuestros resultados: la comunicación a través de nuestras conversaciones. Si es la primera vez que llegas por acá, te invito a darle una lectura a las tres primeras lecciones: Diálogo privado, Siete habilidades y Tipos de conversaciones.

Hoy me detengo en uno de los ingredientes que más influyen en nuestras conversaciones: las emociones. Hablar de liderazgo es hablar de gestión emocional. Y recordemos que no me refiero solo a liderazgos corporativos, políticos o sociales, también entra el liderazgo personal. Lo que te dices a ti mismo, la manera como enfrentas las situaciones de tu vida y las posibilidades que veas o no en las dificultades, están influenciadas por la emoción con la cual las abordes. De hecho, una investigación realizada a nivel mundial por The Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations arrojó que nuestro cociente de éxito se debe un 23 % a nuestras capacidades intelectuales y un 77 % a nuestras aptitudes emocionales.

La emoción es una predisposición a la acción. Es muy diferente el tipo de conversación que estarás en capacidad de generar desde el miedo, el enojo o la decepción.  Tres personas mostrarían conversaciones diferentes frente a un mismo tema si cada una de ellas estuviera desde una emoción diferente. Quién esté con miedo seguramente manifestará trabas, objeciones y buscará todo lo peor que pueda ocurrir. Desde el enojo es probable que no solamente critique, se quede en temas del pasado, sino que además su tono de voz y su cuerpo serán amenazantes. Y, finalmente, quién hable desde la tristeza dirá palabras de imposibilidad, mostrará poco interés e incluso prefiera no hablar.

Cuando un líder es capaz -hábil- de detectar los estados emocionales propios y de quienes están con él, puede llevar las conversaciones con mayor acierto, pues su primer desafío será entender el origen de esas emociones individuales y alinearlos a todos. ¿Tarea fácil? No. ¿Imposible? Tampoco.

Allí entra en juego su nivel de inteligencia emocional, una destreza que nos permite conocer y manejar nuestros propios sentimientos, interpretar o enfrentar los sentimientos de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida, a la vez que crea hábitos mentales que favorecen nuestra propia productividad.

De niños nuestros padres y profesores nos enseñaron todo lo que ellos consideraban que era importante para nuestras vidas: qué estaba bien y qué estaba mal, cómo comportarse en la mesa, el significado de las palabras, cómo multiplicar, cómo trabajar para conseguir dinero… pero muy pocos padres y pocos maestros les enseñaron a sus niños qué hacer con las emociones. Y hoy eso prevalece, el aprendizaje emocional no es una prioridad aún y ¡cuánta falta nos hace!

Por esa razón nos encontramos a merced de todos nuestros estados emocionales y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera somos conscientes de la emoción que nos abruma, nos creemos enojados cuando en realidad estamos frustrados o tenemos miedo, reaccionamos sin control a lo que llamamos “emociones negativas” y las consecuencias llegan por añadidura.

Mis emociones pueden ser provocadas por un estímulo externo, pero siguen siendo mías y yo soy la única persona responsable de su manejo, por eso en lugar de ignorarlas es fundamental entender cuál es el mensaje que me están dando, cómo reconocerlas y cómo gestionarlas de forma apropiada.

Ninguna emoción es mala o buena, todas tienen un propósito. Tomando las tres que señalé anteriormente, desde el miedo nos cuidamos, desde el enojo nos defendemos y desde la tristeza honramos una pérdida. El riesgo está en no tener la capacidad de relacionarnos con ellas y llevarlas a niveles que pueden llegar a ser tóxicos para nosotros mismos y para los demás. Esto es cuando un enojo se convierte en ira o venganza, el miedo en pánico o agresión y una tristeza en depresión o resignación.

En el concepto de liderazgo conversacional es fundamental reconocer este espacio emocional en el que habitamos, porque solo desde allí podremos encontrar la mejor manera para transitar por él de manera armónica y efectiva.

Desafío: inicia un diario de emociones. Al final de cada día recuerda todo lo que hiciste y que emoción hubo detrás, y luego de dos semanas revisa todo lo que escribiste: ¿qué emoción predomina en tu día a día? ¿Qué consecuencias te ha traído en tus conversaciones y relaciones?

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