El alto consumo de televisión por parte de los niños; la pésima programación que abunda en los canales nacionales y la necesidad de abrir espacios familiares y sociales, hace urgente que reconsideremos el consumo de televisión que actualmente tenemos.

Suena duro lo que voy a expresar, y me adelanto a excusarme con profesores, investigadores y amigos de la televisión que han sido tan generosos conmigo y mis estudios sobre el tema, pero llegó la hora de “desnarcotizarnos” de la televisión, el mueble más influyente, la niñera electrónica, que se apoderó de nuestros hogares, incluso del gimnasio, del café, del restaurante y hasta de los asientos de los vehículos y no hay quien la saque.

Y me refiero a “desnarcotizarnos” ya que la televisión es una especie de heroína que entra por los ojos y oídos, adormece, hipnotiza y genera una adicción con sus imágenes cada vez más nítidas, su sonido envolvente, su delgadez armoniosa y sus múltiples posibilidades convergentes. Me explico: el TV ya no solo sirve para ver TV; ahora en esa bendita pantalla de 22, 32, 42, 50 y más pulgadas, plano o curvo, podemos disfrutar videojuegos hasta el éxtasis; deleitarnos con música; navegar en Internet; recordar bellos momentos fotográficos y hasta decorar una insulsa zona social del pequeño apartamento donde vivimos.

Ahora bien, existen otras pantallas (celulares, Internet, tabletas) que han logrado robarle tiempo al consumo de TV. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta que los niños pasan más de 2.5 horas diarias frente al TV (17.5 horas a la semana, 70 horas al mes, 840 horas al año) y que para la mayoría de los hogares la TV es muy importante e indispensable. Incluso, los estudios de la extinta CNTV, ahora ANTV, que NHNTV (No Hace Nada por la TV), indicaron que en Colombia existe un televisor por cada miembro del hogar, lo que evidencia aún más lo que representa para las familias este aparato que incluso es el que determina la decoración alrededor suyo. Es que tiene los espacios más privilegiados y las paredes más blancas a su disposición a pesar de los realities predecibles, las malas voces, los presentadores gritones, los periodistas protagonistas, los jurados fríos, los capos y más capos, los Tinos, Higuita´s y demás, acompañados de noticieros cada vez más vacíos y programas de concurso menos interesantes.

Creo que  lo anterior es evidencia suficiente del poder que tiene la que para mí sigue siendo la reina de los hogares: la televisión.

Los niños, esos indefensos seres, expuestos a novelas coreanas, mexicanas, colombianas a toda hora, tienen que ir a canales internacionales para ver televisión de calidad producida para ellos ya que los canales privados colombianos no tienen nada que ofrecerles y ninguno de nosotros se inmuta para decirles que la franja infantil de Señal Colombia y de algunos canales regionales es un calmante en medio de la tragicomedia nacional llevada a la pantalla chica.

Si, sentarse cómodamente en el sofá a ver TV es un plan de ensueño, que nos quita tiempo, nos adormece, nos hace decirle al niño “ahora no, estoy viendo un programa”; que hace que el niño se comporte como el Sayayin, como la Violetta o quiera quedarse en casa simplemente esperando a que el día termine y que sus padres lleguen a casa cansados, después de horas de trabajo y horas en el miserable trancón, hechos despojo, deseando simplemente ver televisión y no hacer nada más.

¿Y las tareas? ¿Y el juego? ¿Y el parque? ¿Y la cena familiar? ¿Y la cometa? ¿Y la pelota? ¿Y la lectura? ¡Bah! Eso no importa ni interesa si tengo la televisión.

Arranquemos de tajo esa adicción televisiva. Apaguemos la tele, incluyendo sus bondades (los contenidos buenos, su mezcla audiovisual y mucho más) y comencemos a rehabilitarnos. Sudaremos, sentiremos un frío terrible, temblaremos, pero es parte del proceso.

Abramos espacio a otras actividades, pasemos más tiempo en familia, dialogando, jugando, leyendo, amando. Con el tiempo, rehabilitados, prenderemos el TV para verla como un medio más de entretenimiento y no como el centro de nuestras vidas.

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