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UBER

UBER es para cobardes. A los valientes nos gusta correr el riesgo de un paseo millonario, una agresión con cruceta o que no tengan cambio.

Porque no nos engañemos. ¿Quién quiere dejar de sentir esa adrenalina cada vez que tomamos un taxi amarillo? Esa ruleta rusa de saber si efectivamente nos van a llevar a nuestro destino, nos van a cobrar lo justo o no nos insultarán por decirles que no hablen por celular mientras conducen.

Porque los que hemos vivido con la inseguridad rampante en el transporte público somos más. Y queremos que siga así.

Que nunca cambien. Para que la generosa mafia de taxistas, liderada por dos o tres grupos de paquidérmicos señores, siga imponiendo la ley de la violencia y el mal servicio en Bogotá y otras ciudades, teniendo a las autoridades arrodilladas frente a su poder, que les permita seguir haciendo lo que se las da la gana con los usuarios.

Qué aburrido que llegue un servicio nuevo y ofrezca la posibilidad de ir a donde realmente lo necesitemos, en automóviles con excelentes condiciones mecánicas y de modelos recientes. Camionetas, vans o vehículos de gama media y alta para ofrecernos un servicio exclusivo.

Y ni hablar de los conductores de UBER. Gente que saluda, respeta a sus usuarios, les ayuda con su equipaje, incluso algunos hablan inglés. Ofrecen bebidas y un servicio muy por encima del tradicional. Y sin necesidad de llevar efectivo. Todo se lo cargan a su tarjeta. Además, puede usted calcular el promedio del valor de su carrera. ¡Uy no! Tanta seguridad, calidad y bienestar aburre.

Me quedo con los taxistas tradicionales. Con la gran mayoría que ofrecen un servicio incierto, inseguro, desordenado y abusivo. Quienes hemos vivido por años en esta caótica Bogotá sabemos que el crimen está a la vuelta de la esquina, de norte a sur y de oriente a occidente.

Por eso no queremos perder esa sensación de vértigo cada vez que estiramos la mano para parar un taxi. Cuando elevamos súplicas al cielo para que sea un taxista decente. Cuando antes de abrir la puerta miramos de reojo el techo para memorizar la placa y poder escribirla en Twitter o Facebook y que nuestros amigos estén pendientes del viaje.

Y ni qué decir de esa sensación de ansiedad cuando revisamos la billetera y notamos que solo tenemos un billete de 50.000 para pagar. Esa incertidumbre de ganarnos un insulto o que nos boten por la puerta porque, según ellos, la culpa es de nosotros por no tener sencillo.

Yo ya me acostumbré a los taxistas tradicionales de aquí. Y como en Colombia la violencia y la inseguridad se nos volvieron paisaje ¿para qué queremos cambiar? Ahora estos señores han armado un bloque de búsqueda para detener a UBER. Así esto implique secuestrar personas, retener vehículos sin que medie una orden judicial.

En otras palabras, tenemos otro grupo de paramilitares en potencia. ¿Las nuevas Águilas Amarillas? ¡Qué viva la ley del más fuerte!

Voto por eliminar UBER y que se mantengan los taxis tradicionales. Es más, deberíamos desmontar Transmilenio, quitar el SITP y no construir el Metro. ¿Para qué queremos progreso en Bogotá? Volvamos a los buses cebolleros o dietéticos, a las busetas con capacidad de 50 pasajeros y que les meten 100, a los trolleys, y que regrese el servicio de las mafias de siempre.

Muchos colombianos son mediocres, tramposos y abejas. No podemos perder ese legado cultural que tenemos. Mejor lo tradicional frente a la innovación. Mejor el subdesarrollo ante el desarrollo. Estanquémonos antes de querer avanzar.

Con los taxis tradicionales frente a UBER siempre será mejor malo conocido que bueno por conocer.

Confieso entonces que soy un cobarde y me muevo en UBER. Si muero víctima de un atraco, o de un ‘crucetazo’ en la cabeza, que mi epitafio diga “Aquí murió un valiente. No un cobarde que se montó en UBER”.

 

¡QUÉ LEJOS ESTAMOS!

Sobre el autor de este blog:

LuisÉ Quintero
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