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Somos un país muy raro. Distinto, diferente, tal vez incomparable, porque acá hacemos las cosas al revés de como la hace el mundo entero. Y así nos va. En cualquier otro lugar del planeta, Nigeria, Sudán, Turquía, Somalia o Yemen, por nombrar a alguno de los países más violentos del mundo, que un puñado de tipos que hace más de cinco décadas se declararon en rebeldía contra el Estado, hayan decidido, por la razones que fueran, dejar atrás la lucha armada, sería motivo de alborozo y que de repeso hayan entregado 7132 armas, certificadas por la ONU , un organismo respetado en todo el planeta (menos en Colombia porque lo confunden con la OEA), sería un hecho que habría paralizado cualquier actividad.

Sin embargo, en un país raro como el nuestro, ha pasado todo lo contrario. La oposición al proceso crece y crece y la desconfianza por la calidad y la cantidad de armas entregadas, no dan espacio para celebración ninguna. Claramente, ninguno de esos guerrilleros tomará el camino de Aureliano Buendía que cansado de la guerra, firmó un tratado de paz para encerrarse en su cuarto a hacer pescaditos de oro. No. Muchos saldrán a hacer política –qué bueno-, otros volverán al campo a cultivar -muchísimo mejor- y otros tantos saldrán a delinquir – normal en estos casos-. Lo que tampoco parece lógico es hacer lo que pretenden muchos de darle cacería a todos sus descendientes y poner frente al pelotón de fusilamiento a muchos Aurelianos, sin siquiera llevarnos a conocer el hielo.

Que las Farc han delinquido, han matado, han secuestrado, han traficado, han vulnerado, han maltratado, es una verdad de Perogrullo. Pero que este país merece una segunda oportunidad en esta tierra es un hecho incontrastable. Es como estar endeudado con bancos y vecinos y conseguir un trabajito extemporáneo para poder pagarle al de la tienda de la esquina. Poco, pero ayuda.

Impopular, anticarismático, sinuoso, ególatra, vanidoso, Juan Manuel Santos, no será Mandela, pero logró lo que muchos no pudieron. Convencer a un poco de tipos de cambiar las balas por los votos. Nacido en las entrañas del poder, casi un chupasangre del Estado, se ríe y con razón, de quienes lo acusan de ser cercano al comunismo, acusación que de paso, solamente puede hacer o alguien muy tonto o alguien muy enfermo. En la otra orilla, las cosas no pintan menos mal. Que dos expresidentes, cuyas frases más suaves en contra del otro no han bajado de paramilitar y de mafioso o de entreguista de la soberanía del poder, habla de alguna manera del destinito fatal que nos espera, porque en la mitad seguiremos estando los de siempre. Por eso, lo mejor será alejarse de esta pelea de gamines reformados, donde no se pierde puñalada y donde la patada más bajita es en el cuello. Lo único claro es que el futuro del país es muy serio como para dejarlo en manos de un puñado de políticos, que lo único que quieren es seguir creando el caos para poder manipular.

Es apenas obvio que la entrega de armas no pasará de ser un hecho aislado, una anécdota si se quiere, si las causas objetivas que alimentaron el conflicto, no desaparecen. Si la desigualdad y la pobreza no acaban, todo lo firmado y todo lo entregado, serán mero folclor, porque acabada la guerra, empieza la batalla.

 

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