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Seguramente muchos de ustedes, como yo, tienen aun una colección de videos familiares grabados en Beta, VHS o Video 8 que conservan como un tesoro y una videocassetera que no se atreven a desechar, aunque el formato lleve años (o décadas) descontinuado. La mala noticia es que aquellos bonitos recuerdos familiares de los años 80 posiblemente ya no existen, pues la cinta magnética es frágil y puede dañarse con el polvo, el magnetismo o, simplemente, con el paso del tiempo.
Cuando llegaron los discos ópticos láser, palabras que al principio nos deslumbraron (parecían sacadas de Star Wars) y se popularizaron los formatos de CD (compact disc) y DVD (Digital Versatil Disc, no Video Disc que era el nombre del famoso disco láser, que no «pegó») corrimos a actualizar nuestra videoteca pasando todos nuestros archivos a versión digital y desechando nuestras viejas películas para comprarlas de nuevo en formato DVD.
Pocos años después de tener nuestra flamante nueva colección en DVD, llegó el Blue Ray y no pocos cayeron en la tentación de actualizar de nuevo su videoteca. La gran pregunta es: ¿Hasta cuando?, pues la industria cinematográfica aun no llega a un acuerdo sobre el formato más adecuado para archivar productos audiovisuales. Si a eso le sumamos las complicaciones para «exportar» los archivos de edición (y sus famosos codecs) y la incompatibilidad de las zonas de los DVD, el asunto se vuelve mucho más complejo.
Lo que nos ha ocurrido a nivel casero pasa también en canales de televisión y entidades culturales. Conozco el caso de universidades y pequeños canales que han decidido botar miles de horas de video, porque los archivos están en formatos discontinuados como Hi-8, U-Matic 3/4 o Betacam. Muchas videotecas que hoy están conformadas por títulos en DVD y algunos en Blue-Ray también enfrentan el dilema de saber cuanto más permanecerá vigente su colección. Muchos podrían argumentar que lo mismo pasa con las bibliotecas y su reciente paso a bibliotecas digitales, pero aun tenemos ejemplares originales del Quijote que se pueden leer.
Al interior de la industria del cine se dio un paso grande, acelerado y un poco atropellado el año pasado con la digitalización masiva de salas, proceso que ha traído serias dificultades para la exhibición en pequeñas salas y cineclubes (leer mi artículo aquí), pero peores para la industria en el proceso de conservación y archivo.
Se especula que la respuesta puede estar en Internet. En algunas salas, las películas son recibidas online y se hacen estrenos globales en muchos lugares al mismo tiempo. El problema está en la velocidad de conexión y el colateral riesgo de la piratería, pero esta solución tampoco resuelve el dilema del archivo. Es positivo, de todas formas, que cada vez se preste más atención desde los países al tema de patrimonio y archivo, que hoy sea posible profesionalizarse en ese tema y que en las convocatorias estatales se incluya un rubro para trabajar por la recuperación del material audiovisual relevante.
Aun es posible ver las cintas originales de celuloide de muchas películas de principios del siglo XX (a pesar de que inicialmente eran inflamables) y en todos los países hay entidades dedicadas a la restauración de material fílmico (en Colombia está labor la hace la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano). El cambio a lo digital me genera, como simple espectador, algunas preguntas: ¿Cuánto tiempo se podrá ver el material actual? ¿Habrá necesidad de cambiarlo cada vez que la tecnología cambie? ¿Está preparada la nueva tecnología para ser compatible con la anterior?
Estas preguntas, aun sin respuesta, son necesarias para el sector audiovisual y así como en pequeña escala aun esperamos un formato más «sólido» que no se llene de hongos como la cinta de VHS, ni se raye a la primera caída como los CDs y DVDs; la gran industria del cine deberá decidir pronto de que manera preservará las obras de hoy para que puedan llegar a los espectadores de mañana.
Espere en mi próxima entrega: El mundial cinematográfico
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