Recuerdo una experiencia en mi primera visita a los parques temáticos de Universal Studios en Orlando, Estados Unidos.

Tenía 32 años y presencié uno de los desfiles con los personajes ‘en vivo’ de algunas caricaturas de mi infancia. Allí apareció Superman. Aunque fue interesante verlo, mi reacción, tal vez ya por ser adulto, fue únicamente tomar una foto desde el celular.

Había muerto en mí el superfanático de hace 20 años por este ídolo. Aunque ese instante rememoró mi años de niño, no puedo decir lo mismo de los cientos de infantes que estaban ese día en el parque. Literalmente se abalanzaron sobre el personaje, para poder tocarlo, sentir su fuerza, pedirle un autógrafo, una foto, algún recuerdo.

Este hombre de acero era su actual ídolo. Fascinados estaban de verlo más allá de la TV o de los comics. No miento al decir que vi lágrimas en varios de estos pequeños a quienes se les cumplía el gran sueño de conocer a su héroe. Y mejor ni les cuento cuando apareció Mickey Mouse.

Ahora, me causa sorpresa y algo de risa la reacción furibunda de cientos de personas, de casi todas las edades, frente al exitoso ‘youtuber’ chileno Germán Garmendia, más conocido entre sus millones de seguidores como ‘Hola, soy Germán’.

Lo que comenzó con una simple idea de grabarse frente a cámara contando experiencias -que seguramente todos hemos vivido en nuestra infancia y preadolescencia- creció al punto de ser un éxito en Latinoamérica.

Hoy Germán tiene más de 20 millones de seguidores en sus redes sociales. Fue la sensación –para su público objetivo- en la Feria del Libro de Bogotá. Y esto tiene indignadísimos a cientos de guardianes de la intelectualidad criolla en Colombia.

¿Pero cómo es posible que un pendejo – este fue uno de los insultos más decentes que leí- que dice estupideces, haga colapsar un evento? ¿En qué sociedad vivimos? ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué mundo le vamos a dejar a nuestros niños?

Lo tildaron de mediocre, de basura, de porquería. Lo irónico es que entre tanto libro leído supuestamente por estos letrados, no pudieron hacer una crítica que no incluyera groserías o denuestos. Esto sin contar los innumerables problemas básicos de redacción y ortografía en sus escritos. ¡Pero cómo si tanto leen!

Nacieron aprendidos. A los seis meses de edad ya leían y escribían. En vez de repasar cartillas como Nacho Lee, devoraban rápidamente Don Quijote, El Mío Cid, Cien Años de Soledad, La Metamorfosis. ¡Qué nivel!

¿Rondas infantiles con canciones? Nunca. A los tres años ya escuchaban las grandes y complejas obras de la música clásica. Beethoven, Mozart; Algo de Johann Sebastian Bach o Frédéric Chopin. ¿Salió la A, salió la A y no sé adónde va? ¿Hola amiguitos, de Barney? ¡Qué boleta! ¡Qué oso!

En su infancia y pre-adolescencia nunca participaron en las actividades propias de niños normales. No. Ellos estaban a otro nivel en la escala del conocimiento.

En el colegio, en vez de perder el tiempo al participar en grupos de teatro, de baile y otro tipo de actividades lúdicas, estos pequeños intelectuales se reunían en mesas de trabajo para liderar campañas y protestar por la guerra sangrienta de los diamantes en el Congo, generar conciencia sobre el impacto de la industria ganadera en el calentamiento global o buscar soluciones para acabar el conflicto en Colombia.

Nunca jugaron con muñecas o carros. Lo de ellos era sentarse, pensar y encontrar el significado de la vida. ¿Ser o no ser? Esa era su cuestión.

Tampoco tuvieron ídolos. No veían televisión por estar inmersos en las grandes obras de la literatura universal. En especial las más complejas para su edad. Entenderlas era como tomar agua para ellos. Les entraba fácil.

A la hora de dormir, en vez de leerles cuentos infantiles, era mejor algunos capítulos de El Capital, de Piketty; un poco de Marx, Rousseau o Keynes. O tal vez algo más coterráneo. Un Héctor Abad, una Piedad Bonnet, un William Ospina o una Ángela Becerra.

Como se hicieron cultos tan rápido nunca hicieron berrinches. Siempre tan educados. No hacían pataleta por una cajita feliz en McDonalds para obtener el muñequito de moda y completar su colección; preferían la comida orgánica, entendían la diferencia entre grasas saturadas y no saturadas.

Y de beber, agua mineral. ¿Gaseosa? ¡Jamás! Ya sabían el alto gramaje de azúcar en cada Coca Cola. Nunca se tomaron un refresco de la calle que vendían a la salida de los colegios. De esos que nuestras madres decían que elaboraban con agua de ‘quién sabe dónde’.

Posiblemente ya muchos tengan hijos y los formarán como ellos. No hay que perder el tiempo ociosamente.

Mientras muchos padres disfrutan ratos de esparcimiento con sus pequeños, viendo programas de TV de los ídolos de sus hijos como Dora la exploradora, Peppa pig, la casa de Mickey Mouse, Princesa Sofía y Doctora Juguetes, entre otros, los más intelectuales invierten su tiempo en mejores lecturas, en mejores autores, en mejor cultura para sus pequeños adelantados.

Lo curioso es que veo a padres ‘normales’ que llevan a sus hijos a conciertos de personajes de la TV y estos niños son muy felices y sus padres también.

Por eso los superintelectuales tienen toda la autoridad moral para criticar en forma déspota a una alta población de infantes y preadolescentes que abarrotaron las instalaciones de Corferias con el único fin de tener una foto con su ídolo del momento, con Germán.

Con ese ‘youtuber’ que les habla en su lenguaje, que logra que se concentren –tarea bastante complicada en un niño- por algunos minutos frente al computador para ver su video semanal. Que los hace reír, soñar, sentirse identificados en su crecimiento. Germán conecta con ellos.

Germán Garmendia en su canal de Youtube ‘Yo soy Germán’ hace contenidos para ese público infantil y preadolescente. Y es exitoso en lo que hace. Y sí, también enseña. ¿Cómo? ¿Qué?

Seguramente en sus videos o en su libro Chupa el perro no dará consejos o tácticas para aumentar las ventas en una multinacional o cómo prevenir las muertes por cáncer de seno. No. Les habla a los niños y seguramente ellos algo le aprenden. Algo que ellos no sabían. Algo que para ellos era desconocido pero para un público mayor es muy básico.

¿Son contenidos para públicos adultos o con otro tipo de intereses? No, no lo son. Pero creo que sí cumple el objetivo.

Es más, tiene otro canal donde prueba y da consejos de videojuegos. Si usted fuera el director de marketing de SONY en el departamento de consolas de videojuegos y quisiera lanzar un juego, ¿quién sería un buen candidato para llegar al público que le interesa? ¿Svetlana Aleksiévich, Fernando Vallejo, Cest Noteboom o Germán el youtuber? ¡Ah listo!

Detrás de esto –que daría para otra columna- hay un mensaje de cómo ahora niños y adolescentes consumen contenido. Pasamos de nuestras épocas de dos canales -el uno y el A. Sí, el del leoncito- y algunos más privilegiados con ‘perubólica’ a cientos de canales de tv, millones de sitios web o aplicaciones móviles.

Muchos se adaptan, otros se resisten, y otros llaman en forma fácil y despectiva a estos nuevos consumidores pobres de mente, simplemente porque no la entienden. Hay otra generación.

Mientras las personas más leen, más estudian, más viajan y más se relacionan con todo tipo de personas con otros conocimientos, otras culturas, otras formas de ver la vida, comprenden que el mundo del conocimiento es tan amplio, pero tan amplio, que lo que uno sabe es mínimo y nuestro nivel de ignorancia es alto en otras áreas.

Que hay gustos para todo, públicos para todo y que tal vez ese ídolo de infancia que tuvimos, ya no lo sea cuando crecemos. Que mientras más leemos y maduramos mejor, vamos trazando la ruta por donde nos iremos en la vida. Para ese camino unos libros serán fundamentales, otros no. Algunos los leeremos por hobbie, otros simplemente los descartaremos, sin asegurar que este conocimiento no le sirva a alguien más.

Lo irónico es que estos intelectuales en medio de tanta lectura no lo han podido entender. Pobres.

Adenda: Yo soy de los que cuando hace fila en la caja del supermercado leo Tv y Novelas. Déjenme ir.

 

¡QUÉ LEJOS ESTAMOS!

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LuisÉ Quintero
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