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Acabo de leer la siguiente historia de la BBC y transcribo solo los párrafos iniciales: Lizzie Velásquez, estadounidense de Texas, tenía 17 años cuando consultando YouTube un video titulado «La mujer más fea del mundo» le llamó la atención. Duraba apenas ocho segundos y ya tenía cuatro millones de visualizaciones. Le ganó la curiosidad e hizo clic. Y se quedó de piedra. La mujer de la que hablaban era ella.

«Estaba impresionada», cuenta Velásquez. «Pero no fue hasta que empecé a leer los comentarios cuando me hundí del todo». «¿Por qué la tendrían sus padres?», decía uno de los textos. «Que la quemen», otro. La lista era larga.

Algunos de los que decidieron dejar su opinión por escrito sugerían que debería suicidarse, incluso había quien aseguraba que se quedaría ciego si la viera por la calle. Velásquez no pudo dejar de leer cada uno de los comentarios. Y eso que había cientos.

«Lloré noches enteras. Era apenas una adolescente y pensé que mi vida había acabado», recuerda”
Hasta aquí la transcripción. Su vida no acabó sino que re-inició a partir de ese momento, cuando decidió ella misma tomar las riendas de lo que quería reflejar al mundo: tenacidad y orgullo de ser quien es y cómo se imaginarán ahora es conferencista, sus videos tienen millones de visitas e inspira a miles de personas que han sufrido de acoso en alguna modalidad.

No voy a profundizar sobre su caso o similares. Es de destacar la valentía y liderazgo de personas que como ella han elegido pararse de forma proactiva y con un mensaje claro, pero esto me lleva a otro espacio: ¿a quién vemos cada mañana en el espejo de nuestra vida?. Hay quienes se quedan en la imagen que ese anónimo y los cientos que comentaron ese primer video de la mujer más fea del mundo pero hay otros que ahora ven la grandeza y humanidad que hay en la imagen de esa persona. Pero ¿Cómo llegaron a verla? Porque fue ella quién primero lo vio.

Se necesita ser valiente para mostrarnos ante el mundo.  Y se necesita mucha más valentía para mostrarnos ante nosotros mismos en nuestra esencia total, en lo que nos gusta y en lo que no, hablarnos fuerte y claro, pero también susurrarnos y hacernos saber que nos amamos. Cuantas personas van por el mundo buscando quién las ame y en realidad no han logrado amarse ellas mismas. Cuantas otras van esperando que crean en ellos y son los primeros que a solas se dicen “soy un inútil”, “no creo que vaya a conseguir este trabajo que quiero”, “el éxito es para otros”.

Nuestras experiencias se realizan desde el lenguaje, y es a través de él que damos sentido a nuestra existencia. Nietzsche decía que el lenguaje es una prisión de la cual no podemos escapar, y yo diría que es un don que hemos convertido muchas veces en un arma que no dudamos en usar en nuestra contra creando realidades contrarias a lo que inconscientemente quisiéramos, y digo inconsciente porque la verdad es que conscientemente hemos creado a través del lenguaje, aun aquello que no queremos vivir.

¿Tiene que ver esto con auto estima? Muy probablemente sí. ¿Tiene que ver esto con motivación? También. ¿Con creencias? Seguramente. Tiene que ver con todo.

Volvamos al ejemplo extremo. Si esta persona, Lizzie, no hubiera visto en su espejo esa mujer valiente que inspira hoy en día a miles y que incluso está promoviendo una ley anti acoso en las escuelas de EEUU, esos comentarios mal intencionados de tantos desconocidos la hubieran derrumbado y el suicidio era su mejor alternativa. No le fue fácil, ella misma lo comparte, la idea le pasó por la mente, pero fue más fuerte lo que por años había sembrado dentro de sí misma.

¿Cuántas veces un comentario de otros nos han derrumbado porque no tenemos uno más fuerte dentro de nosotros mismos para sostenernos? Que las circunstancias, ni las personas, ni los desafíos, nos agarren mal parados con nosotros mismos porque de ser así la caída es segura, pero si logramos fortalecernos en tiempos de tranquilidad podremos caernos pero solo para impulsarnos hacia arriba.

 

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