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Había una vez una araña de esas tan artísticas que habitan en los sótanos de los museos, donde los cuadros permanecen olvidados durante años para que puedan tejer impresionantes telarañas. Era la mejor tejedora del museo, y su casa era realmente espectacular. Todos sus esfuerzos estaban dedicados al cuidado de su telaraña, que consideraba la más valiosa del mundo.

Pero con el tiempo, aquel museo reorganizó sus pinturas, y empezó a encontrar sitio para algunos de los cuadros del sótano. Muchas arañas se dieron cuenta y fueron precavidas, pero la nuestra no le daba importancia a todo aquello: no pasa nada, decía sólo serán unos pocos cuadros. Y siguieron saliendo más y más cuadros, pero la araña seguía aferrada a su telaraña, “¿Dónde voy a encontrar un sitio mejor que éste?”, se decía. Hasta que una mañana temprano, sin tiempo para reaccionar, se llevaron su cuadro, y con él a la araña, pegada a su telaraña. La araña se dio cuenta entonces de que sólo por no querer perder su telaraña iba a acabar en la sala de exposiciones, y en un alarde de valentía y decisión, decidió abandonarla.

Y menos mal que lo hizo, porque así se salvó de los insecticidas de la sala de exposición. Y no sólo por eso, sino porque en su huida, después de pasar muchas dificultades, acabó en un pequeño jardincito escondido, donde encontró un rinconcito tan tranquilo, que allí pudo tejer una tela aún mejor, y ser una araña mucho más feliz.

 

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¿A cuántos cuadros te has aferrado porque consideras que es lo mejor que te ha podido pasar o que has podido conseguir? ¿A cuántas prácticas y procesos se ha aferrado tu empresa porque “esto lo hemos hecho así por años”? Como te podrás dar cuenta no me estoy refiriendo solo a renunciar a un empleo, sino a todo aquello (creencias, relaciones, hábitos, comportamientos) que no nos está permitiendo soltar y avanzar.

La habilidad para renunciar es una de las competencias a la que más le huimos de manera inconsciente. Queremos que nuestros equipos se comuniquen de manera diferente, pero no soltamos las viejas prácticas de comunicación unidireccional en donde el jefe ordena y los demás, estén de acuerdo o no, acatan y no existen canales establecidos para que la retroalimentación se convierta en una práctica. Queremos que las cosas se digan de frente y de manera apropiada, pero no renunciamos a reaccionar mal ante las críticas, a enojarnos frente a lo que no nos parece o a lo que no está en línea con lo que pensamos, cerrándole la puerta así a la posibilidad de indagar un poco más sobre los motivos de la argumentación del otro.

Renunciar no es perder la esencia ni ser derrotado, es aceptar que hay posibilidades que no hemos explorado, es abrirnos al aprendizaje de las crisis, reaccionar, y empezar el camino de búsqueda de posibilidades.

Postergamos elecciones porque no renunciamos al statu quo. Queremos algo, pero no declinamos a lo otro. Y esto, en nuestro ámbito personal, sí que está presente.

La resistencia a los cambios nos lleva a aferrarnos a lo conocido, aunque ya no esté funcionando bien. La rigidez se hace presente y con ello las conversaciones se tiñen de posiciones radicales, rumores a escondidas y saboteos disfrazados de “no he tenido tiempo de hacerlo”.

Si hay algo que he detectado en los años que llevo capacitando y siendo coach de equipos en empresas, es la resistencia a renunciar a comportamientos y actitudes que no están aportando desde lo individual al avance grupal.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el título de esta nota? Sencillo.

La escritura es una manera de colocar en perspectiva situaciones y vivencias, lo cual nos ayuda a reinterpretar o sanar. Se llama escritura terapéutica.

En el caso de las renuncias, un ejercicio que se puede realizar de manera personal o grupal (cuando se trata de equipos de trabajo), es el siguiente:

  1. Identifica aquello que te está costando soltar.
  2. Escribe una descripción de ello, no lo interpretes, descríbelo tal cual.
  3. Subraya en lo que escribiste las palabras que más te hagan eco a la pregunta ¿qué de esto me tiene inconforme?
  4. Escribe ahora una descripción de lo que realmente quieres vivir en esa situación, qué cosas deberían estar presentes.
  5. En esto último que escribiste subraya las palabras que más te hagan eco a la pregunta ¿qué de esto me fortalece?
  6. Finalmente, escribe un último párrafo, comparando los dos anteriores y teniendo en cuenta las palabras que subrayaste, la decisión que tomas y los beneficios que ganarás, seguramente aquí estarán presentes las palabras del último párrafo.

Recuerda, no es posible tomar un buen vino si tenemos la copa llena de vino viejo

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