Hoy seré breve… bueno, un poco. Solo quiero compartir en este espacio mi orgullo por haber clasificado ¡por fin! en mis cortitos 48 años de vida, en un concurso literario. No es que participe en muchos, aunque ahora voy a revaluar esto. Y anoche recibí, en mis manos, el microejemplar (10,5 x 1cm x 10,5cm) de los mejores 100 microrrelatos del concurso Bogotá en 100 palabras en su tercera edición, en el cual en la página 81 mi nombre quedó estampado para que mis nietos (los que aun se demoran mucho por llegar, en realidad) puedan chicanear algún día de su persistente abuela.
Y es un orgullo porque no se presentaron 101 participantes, no señor. En esta ocasión fueron 13.960 relatos, así que para ser mi primer vuelo en cien palabras no estuvo mal, y más cuando hay tanto talento por ahí rondando. Antes de compartirles mi ‘mini-hijo’, quiero contarles de donde nació. Hace ya varios meses tomé un taller online con una gran escritora española llamada Carmé Arrufat sobre story mailing, o, en otras palabras: cómo escribir historias para cautivar la lectura de nuestros mails. En estas clases, una vez a la semana, participaban varios españoles y Flor, mexicana. Y un día todos quedamos sorprendidos al ver cómo Flor tenía en su cabeza un pájaro, como un lorito o periquito, y luego llegó otro y luego ¡otro! Caminaban tan tranquilos sobre ella, en sus hombros, como si se pasearan por la sala de su casa. Entonces la clase se detuvo, no pudimos menos que preguntarle sobre lo que pasaba. Ella nos contó cómo había salvado al primero porque lo encontró muribundo y no se quiso ir, luego otro y el tercero, hasta que se hicieron tan amigos que todos convivían libres por la casa.
Confieso que recordar esa escena aún me parece surrealista. A los pocos días me enteré del concurso y … ¡voilá! nació Juana y lo demás aquí se los presento:
El vuelo de Juana, la mujer de los pájaros
Siempre tenía pájaros en la cabeza. Tal vez por eso, siempre soñó volar. Se llamaba Juana. En la noche eran mirlas, a la tarde palomas y en la mañana copetones. Un día, las mirlas hicieron un pacto de no agresión con copetones y palomas, engancharon juntas sus patitas en el pelo de Juana y la elevaron desde los humedales de Engativá, hicieron caso omiso de sus gritos por la llovizna cuando pasaron encima del Simón Bolívar y por fin sintieron que se calmaba llegando a Monserrate. Y allí la dejaron, disfrutando la vista, arreglándose el cabello y pensando cómo regresar.
Si me preguntaran si representa algo, les voy a decir que sí.
Juana somos todos. Somos Juana cuando queremos hacer algo pero aun así nos asusta intentarlo.
Queremos cambiar de trabajo, pero da miedo que no haya uno para nosotros. Queremos viajar, pero asusta el precio y que no podamos pagarlo. Queremos enamorarnos y da miedo que nos lastimen. Y entonces, solo si realmente lo que queremos es eso mismo que anhelamos, comienzan a mostrarnos posibilidades y nos toman por el cabello (como los pájaros de Juana) y nos impulsan a ir tras ello y solo los más valientes nos dejamos llevar, aún cuando no sepamos el camino. Y Juana se dejó llevar, paró de llorar y terminó disfrutando la vista… No dejemos que nuestros miedos sean más grandes que nuestros sueños.
Aviso parroquial
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