Señora Ministra María Victoria Angulo
Viernes 20 de septiembre, 2019. 7. 00 am. Me llega el primer mensaje por WhatsApp «Buenos días señora Sandra, aquí en Villavicencio amaneció lloviendo muy duro y debe estar cerrado el aeropuerto«. Lo enviaba muy gentilmente la persona que estaba atenta a recogerme a mi llegada a esta ciudad. Cinco minutos después llegó el anuncio por el altavoz «se les informa a todos los pasajeros que el aeropuerto El Dorado se encuentra restringido por baja visibilidad«. Nada que hacer: sentarse a esperar a que mejoren las condiciones. Así que en un primer impulso tomo mi celular, respondo mensajes pendientes y luego me pongo a leer noticias. La primera que encuentro es el suicidio de un joven de 19 años. Hasta aquí llega mi recorrido noticioso. Se me hace un nudo en la garganta. No puedo evitarlo, tengo un hijo de la misma edad y casi visceralmente comienzo a dictar en mis notas esta carta. Hace algún tiempo le había escrito otra carta abierta , no sé si llegó a usted, y lamentablemente me impulsó otra situación similar pero con un chico de 15 años estudiante del colegio donde estudia mi hija menor. Así que hoy quiero volver a insistir en lo mismo.
No es posible saber cuáles son las razones exactas que llevan a un chico que está iniciando su camino en la vida a tomar la decisión de despedirse de ella. De hecho, no soy experta en estas situaciones y no puedo aventurarme siquiera a hacer teorías psicológicas o de otra índole porque mi punto de vista se alimenta solo de 19 años como madre y de más de 25 de actividad profesional, especialmente de los últimos doce trabajando en el desarrollo de las personas. Tampoco soy experta en política pública, así que no entiendo de las complejidades que pudieran derivarse de lo que quiero continuar promoviendo. Y digo continuar porque no solo la he hecho en este escenario sino que la hago en todos en los que permanentemente estoy: talleres a equipos, conferencias, artículos y hoy vuelvo a ponerla a su consideración si esta carta llegara a sus manos.
Inicio directo: si entre matemáticas y español nos hubieran enseñado a gestionar nuestras emociones; o si entre geografía y química hubiéramos aprendido que conversar con los otros de forma asertiva es tan importante como hacerlo con nosotros mismos; o si entre educación física e historia nos hubiéramos entrenado en técnicas básicas de resolución de conflictos, a trabajar en equipo o a amarnos a nosotros mismos antes de buscar desesperadamente ser amados por otros para darle sentido a nuestra vida, otro sería el cantar muchos de nosotros y otras serían las relaciones que se viven en las familias, colegios, empresas y país.
No estoy hablando de talleres esporádicos (recientemente en el colegio de mi hija tuvieron una jornada con Lego para trabajar proyecto de vida, lo cual me emocionó como coach que soy, y cuando llegó la niña le pregunté que le quedo en claro, me dijo sin dudar «que las fichas lego son divertidas»…) o de jornadas de convivencia bajo la iniciativa esporádica de algún profesor que, por fin, ha entendido que antes del conocimiento la prioridad está en el ser y aquí afortunadamente conozco varios, pero una golondrina no hace verano. Estoy hablando de algo sistemático y estructural.
Un proyecto que conllevaría hacer cambios en la concepción misma de la educación de nuestro país. ¿Suena ambicioso? sí.
Y es tan ambicioso que para lograrlo también habría que entrar a escudriñar a las facultades en las que se forman nuestros docentes, porque no se trata solo de introducir contenidos tal como lo expuse en mi Primera carta, sino de nuevas formas de generar aprendizaje con cada una de las materias tradicionales. Por ejemplo, no soy matemática pero sí sé que con ellas se genera un proceso mental de razonamiento para resolver situaciones, que si se concientizara (no solo con el ejemplo de si voy al mercado y pago con un billete de 100 y compro 40 de naranjas cuanto me queda), impactaría directamente a temas tan importante como formularnos y alcanzar objetivos. No soy química pero recuerdo la tabla periódica y la posibilidad de combinar elementos diferentes para lograr uno nuevo, pero también de la importancia de renunciar a otros elementos porque si los mezclamos generarían una reacción negativa. Soñaría con que un chico en una clase escuchara del profesor en medio del experimento algo como «ahora chicos, imaginense que este elemento X es su mal genio, y el elemento Y es su amigo ¡que pasa si mezclan más malgenio?». Le aseguro que no solo se les grabaría el proceso químico que están aprendiendo, sino que entenderían ese otro proceso de vida.
Si bien arranqué esta misiva con algo tan extremo como el suicidio, no nos vayamos tan lejos. Las empresas me contratan generalmente para entrenar a equipos en comunicación efectiva porque no saben cómo conversar entre ellos o resolver conflictos, para entrenar líderes en cómo relacionarse mejor con sus colaboradores, y lo que me encuentro en la gran mayoría de las ocasiones, incuyendo en los procesos de coaching, son personas que están ávidas por entenderse a si mismas, por aprender cómo gestionar sus emociones, por aprender la manera más adecuada para hablar abiertamente sobre lo que les incomoda e incluso por encontrarle un sentido y propósito a lo que están viviendo. Soy feliz porque cada persona que lo logra, probablemente, está impactando positivamente también a su familia y a sus hijos, pero mis esfuerzos, como los de muchos que como yo trabajamos en este objetivo de desarrollar a las personas, se quedan cortos y lo veo en la mirada de mi hija cuando regresa del colegio sin hallarle el sentido a algunas materias, no por ellas, sino por la manera en las que las está recibiendo y esto me lo ratifican mis conversaciones con sus compañeras mas cercanas y lo veo cuando me cuentan que hay conflictos en los colegios porque alumnos que conviven toda una jornada dentro de un salón, cuando se encuentran en la calle se tratan como perfectos desconocidos, y nos preguntamos ¿cómo lograr que convivan mejor?
Un taller, una convivencia, una charla «motivadora» es sólo un pañito de agua fría frente a síntomas que cada día son más preocupantes.
Señora Ministra, le propongo que comencemos a mirar en la profundidad para, como sostiene uno de los principios el coaching ontológico, «No solo actuamos de acuerdo a cómo somos, también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Nuestras acciones nos permiten transformarnos, nos hacen diferentes» , comencemos a actuar y desde ya cuente conmigo en todo lo que desde mi humilde saber y hacer pueda aportar en un proceso como estos.
Cordialmente,
Sandra Mateus
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