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En un reciente sondeo que realicé a través de mis redes sociales (no era un gran estudio mercadológico)  hice dos preguntas:

  • Cuando piensas en el profesor o capacitador (profesora / capacitadora) que más impactó tu vida ¿qué de él (o de ella), cuál cualidad o conocimiento, crees que generó impacto en ti?
  • Cuando piensas en el profesor o capacitador que menos te impactó e incluso te desanimaba ir a sus clases o formaciones ¿Qué de él (ella), cuál cualidad o conocimiento, crees que generó esa desconexión?

Respondieron 50 personas que a la primera pregunta señalaron cualidades como que ese formador amaba lo que hacía, tenía empatía, era generoso, escuchaba, les permitió expresarse, generaba confianza o respetaba el desacuerdo.

Por otra parte, a la segunda inquietud respondieron cosas como: era imponente, no dejaba que se dieran opiniones contrarias, siempre quería tener la razón, las clases eran monótonas y sin preparación, el tema que daba era interesante pero aburría en las clases, etc.

He hecho preguntas similares en otros espacios de formación y recientemente en un webinar que dicté con ICF Argentina y las respuestas no distan mucho del mencionado sondeo. Lo cual me ratifica algo en lo que creo firmemente: quien se desempeña como formador, profesor o capacitador de adultos, ya sea en espacios académicos, empresariales, talleres abiertos o comunidades, no solo debería exigirse un alto dominio de competencias técnicas (conocimientos y saberes), sino que también debería prepararse a fondo en otro tipo de habilidades blandas (escucha, empatía, conexión, respeto por el otro) y logísticas (planeación, estructuración, diseño, técnicas, etc). Y esto último, lastimosamente, en muchas ocasiones se ignora.

Se puede tener la falsa impresión de que por dominar un tema ya se va a conectar con los participantes. Y no es así. Si no sabemos cómo modular la voz, por ejemplo, o manejar nuestro cuerpo, es probable que en menos tiempo del que se piense alguien empiece a cabecear y esta persona fuera del aula claramente no va a admitir su momento de somnolencia, es muy probable que suelte frases como «en realidad no aprendí nada nuevo», «el profe (facilitador, capacitador) como que no dominaba bien el tema» o «solo era más de lo mismo». No podemos, como capacitadores, tener el control del grado de atención de cada participante, pero sí esta en nuestras manos reducir la brecha para inspirar mayores aprendizajes.

Por eso escribí este ‘pentálogo de hábitos de los formadores exitosos’:

  1. No dejar nada al azar. Preparar concienzudamente cada espacio de formación, aún cuando ese mismo tema lo haya trabajado en diversas ocasiones.
  2. Conocer metodologías. Integrar de manera periódica en su caja de herramientas metodologías y técnicas que le permitan ofrecer capacitaciones movilizantes que motiven la participación.
  3. Conocerse a sí mismo. Autodiagnosticarse  de forma permanente. Saber en qué es bueno, en qué no, qué le gusta, qué no y, de igual forma, cómo impactan sus capacitaciones.
  4. Gestionar emociones. Regularmente hacerse un «autochequeo» emocional para así entender aquellas que lo pueden sabotear.
  5. Ser un apasionado de lo que hace. De manera permanente reconectarse con lo que hace y vive, porque si lo logra, esa pasión y ese amor para transmitir lo sentirán sus alumnos o participantes.

¿Se te ocurre algún otro hábito?


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