Hace tiempo que vengo inquieta por profundizar en el impacto y poder de las conversaciones en nuestra vida y en la de las dinámicas empresariales. No es gratuito mi interés. De hecho, vivo de este tema: generar conversaciones poderosas con alumnos y coachees, y entrenar en este arte a personas y equipos. Así que en estos días desempolvé a la periodista que hay en mí y decidí pedirle una entrevista a un personaje especial.

Su nombre es CONVERSACIÓN PODEROSA. Aunque pareciera fácil obtenerla, no lo fue tanto, pues me crucé con varias homónimas, pero no eran la que necesitaba. La primera que encontré me dijo que con gusto me atendía, pero con solo dos minutos de iniciar la charla me di cuenta que estaba llena de juicios no fundados, de interpretaciones acomodadas al “tener razón” y me acordé que era la causante de muchos malos entendidos entre equipos y además era la asesora de directivos que siembran brechas de comunicación en sus empresas.

No me di por vencida, así que toqué otras puertas y una segunda opción se abrió. En esta ocasión me pidió que nos encontráramos en un café tranquilo, así que me alisté con mis preguntas y llegué muy puntual. Lamentablemente no solo llegó 20 minutos tarde y no se excusó, sino que empezó a hablar sin parar. Entendí que nuevamente me había equivocado. Esta conversación no sabía escuchar y yo sabía por mis fuentes que el escuchar era una de las cualidades de la CONVERSACIÓN que yo estaba buscando. Así que como pude le inventé que iba tarde a otra cita, le di las gracias por su tiempo –no hay que perder jamás los modales– y me fui del lugar.

Que lamentable equivocación, me decía mientras me alejaba de allí. ¿Cómo pude no darme cuenta en la llamada inicial? Y luego recordé que estas son las conversaciones más comunes, las que se disfrazan de una PODEROSA, pero una vez instaladas solo buscan “dejar” en el otro todo lo que les sobra: sus angustias, sus puntos de vista, sus quejas, sus enojos, y poco o nada les importa lo que le esté pasando a quien silenciosamente las escucha.

Recordé mis peripecias periodísticas cuando realmente me interesaba buscar la entrevista que requería y el don de la paciencia que debemos cultivar permanentemente quienes laboramos en medios de comunicación. Así que con estos nuevos recursos recuperados repasé mi agenda de contactos, “googlié”, revisé archivos de noticias anteriores, hasta que vislumbré una nueva posibilidad.

Me enteré que habría un evento en el que esa conversación estaría presente, así que no me detuve a hacer citas, sino que emprendí de inmediato el camino. Estaba apenas con el tiempo para llegar. Recordé que este método era casi infalible por aquello de que “la cara del santo hace milagros”. Recurrí a un conocido y me garanticé que me dejarían entrar. Esto no me iba a detener.

Al poco tiempo estaba dentro. Busqué y esperé. Me uní a algunos grupos de charla para ver si allí estaba la conversación que buscaba y al fin la divisé. Me excusé del grupo al cual me había incorporado, entregué mis tarjetas personales –nunca hay que desaprovechar la ocasión- y me dirigí hacia mi objetivo. Resultó ser una conversación muy amable. Le pedí unos minutos para explicarle lo que quería hacer y me prometió que una vez terminara el evento hablaríamos todo lo que necesitara.

Feliz esperé pacientemente. Poco a poco se fueron yendo todos los presentes y cuando me dí cuenta ¡se había ido! Me mintió!, me dije, y con esta nueva decepción me di cuenta que me había atendido una conversación que lideraba un movimiento del cual me había advertido: el MPI, Movimiento de Promesas Incumplidas. Es tan nociva que genera reclamos de clientes hacia empresas, ruptura de relaciones, insatisfacción laboral, exclusión de personas de grupos… en fin, ¡de la que me había salvado!

Mi búsqueda no se detuvo. En el camino contiué encontrándome con otras como aquella que se exasperó a la primera pregunta, su cuerpo se puso a la defensiva y no continuó escuchando, sino que hablaba cada vez más fuerte. Ni siquiera recuerdo qué dijo, solo me alejé dejándola hablar sola. ¡Cuántos proyectos se han roto por la presencia de estas conversaciones entre sus integrantes!

Luego de varios días, repasaba todo lo vivido, y me preguntaba ¿qué me hace falta para lograr encontrar la conversación que necesito? ¿Qué no estoy viendo en esta búsqueda? Ya conocí algunas de las que no quiero ¿cómo reconoceré la que sí?

Estaba envuelta en mis pensamientos cuando entró una llamada. Su voz era cálida y me generó confianza: “Me dicen que quieres hablar conmigo. ¿Qué quisieras encontrar en esta entrevista?» … Con solo oír estas palabras entendí que al otro lado de la línea estaba la ¡CONVERSACIÓN PODEROSA!

No solo me escuchó, me preguntó para profundizar en lo que yo quería y aceptó reunirse conmigo, sino que al colgar sentí que algo más había quedado en mí, una profunda satisfacción y la sensación de que mi tiempo de búsqueda había llegado a su fin…

La próxima semana: Reportaje a la CONVERSACION PODEROSA

 


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