Por: @JuanSQ1
Muchos de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia y de mi adolescencia tienen como escenario una cancha de fútbol. No importa si era de pasto, de tierra, de cemento, grande, pequeña, mediana o de una forma completamente indescriptible; siempre y cuando hubiese un balón, yo la estaba pasando de maravilla. Gracias a Dios, ese sentimiento sigue estando presente cada vez que tengo el privilegio de entrar a la cancha para correr hasta no poder más, al lado de mis amigos.
Gracias al fútbol conocí la verdad detrás de mis grandes amigos y de los que no lo eran. Defender los colores del colegio o jugarse la vida por la gaseosa era una responsabilidad inmensa que pesaba mucho en los hombros de un pequeño niño; pero me encantaba cargar con ese peso. Terminar en pelea por defender a un amigo en la cancha, siempre será una hermosa anécdota. Los que nos poníamos un mismo uniforme, así fuera de la cancha no fuéramos más que simples desconocidos, éramos soldados que iban para el mismo lado cuando el partido comenzaba. La fraternidad que se ve en este hermoso deporte no tiene comparación.
Recuerdo los partidos al lado de mi papá y mi hermano mayor. Eran finales en las que tenía que dejarlo todo para poder estar a la altura de ellos. Jugar a su lado era lo mejor que me podía pasar; además de sentirme importante, esos años de fútbol me obligaron a enfrentarme a varios miedos con los que suelen tener los niños. Jugar con ellos implicaba enfrentarme a rivales mucho mayores, pero valía la pena. No importaban los golpes, los dolores y los sustos… El fútbol al lado de los hombres que más admiraba no tenía precio.
Ahora que soy un adulto (qué raro suena eso de llamarse a sí mismo un adulto, ¿no?) tengo el lujo de jugar al fútbol por lo menos dos veces por semanas; cuando me va bien, hasta tres. Al igual que cuando era niño, los olores, sonidos y sensaciones que se viven en la cancha me siguen enamorando. Aunque las rodillas ya no responden como antes, hago lo posible entregarme como lo hacía en hace 20 años.
Lo lindo del fútbol, como diría Leonel, es que muchos de los que usaron el mismo uniforme que yo en la infancia, siguen estando a mi lado hoy en día cuando el partido comienza. Ya no soy el niño que busca la aprobación de sus mayores a través del balón (es más, ahora juego al lado de mi hermano menos y soy yo quien le habla y enseña en varias ocasiones – otro de los placeres de practicar este juego-), sino que soy el oxidado señor que se niega a dejar colgados los guayos.
El placer de jugar fútbol ha estado presente en toda mi vida. Es el momento de olvidarlo todo, de quitarse el traje de ser humano responsable y ser feliz detrás de un balón de cuero como lo hacen muchos de los héroes que seguimos en televisión. El placer de jugar fútbol está ahí para que todos lo disfrutemos y seamos un poco más felices.
Juan Sebastián Quintero
Nos vemos en Twitter: @JuanSQ1
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