En muchos círculos sociales se cercena la posibilidad de decir NO. Desde chicos nos vemos buscando aceptación de los demás, porque ignoramos que la verdadera y principal aceptación a trabajar es hacia nosotros mismos, y a partir de allí nuestras relaciones serán de mayor honestidad. Así pues, en esa búsqueda externa y necesidad de formar parte de algo, el decir NO se convierte en una palabra poco conveniente e inevitablemente se cae en una zona de condescendencia.
Las consecuencias de permanecer en esta zona se ven a todo nivel. Chicos y chicas entran a formar parte de grupos que son nocivos para su salud física y/o mental, consumir drogas o iniciarse en el alcohol para no sentirse excluidos y rechazados. Personas que aceptan cargas de trabajo que sobrepasan su capacidad de respuesta y terminan con enfermedades derivadas del estrés. Padres que no colocan límites a sus hijos. ¿En qué espacio encajan entonces nuestros NO dichos y nuestros NO reprimidos? En dos: en el primero comprometemos nuestra dignidad y en el segundo, donde construimos confianza con nuestro hablar. Veámoslo en detalle. ¿Qué es eso de comprometer nuestra dignidad? Cuando aceptamos algo que va en contra de nuestros principios y valores comenzamos a vivir en incoherencia y el precio que pagamos puede cargarse, incluso, a cuenta de nuestra salud física, mental y emocional.
En el segundo espacio: Construcción de la confianza al hablar. Nuestra capacidad de cumplir las ofertas realizadas y los compromisos generados, siembra o destruye la confianza hacia nosotros, e incluso nuestra auto-confianza. ¿A cuántas cosas nos hemos comprometido conscientes de no estar en capacidad de responder? ¿Le confiaríamos uno de nuestros proyectos más importantes a alguien incompetente para cumplir promesas?
¿Cómo cambiar las conversaciones en esta zona?
“El instante mágico es cuando un SÍ o un NO cambian nuestra existencia”. Lo dijo Paulo Coelho, pero pocas veces nos damos cuenta de ese poder a nuestro alcance. Desde el coaching ontológico el lenguaje se convierte en un generador de realidades, en un instrumento de construcción no solo de descripción. Y es gracias a esa posibilidad que a partir de nuestras palabras creamos nuestro presente, relaciones y resultados. Aquí es donde comienza el cambio en la conversación para tomar el aprendizaje de esta zona, en la conciencia de que las veces que decimos SÍ queriendo decir NO estamos poniendo en juego nuestra integridad, pues le damos más importancia al otro que a nosotros mismos.
Una de las maneras de iniciar el abordaje de una nueva conversación en esta zona es revisar y desinstalar creencias internas como “negarme es de mala educación”, “si rechazo esto mis amigos me apartarán del grupo”. ¡Puedo decir que NO! ¿cómo? De manera franca, explicando las razones por las cuales no podemos comprometernos con lo que se nos pide (tiempo, competencia, valores, autodeterminación, renegociar el pedido, etc.) Para lograrlo, también es importante tomarnos el tiempo de conversar con lo que sí queremos, auto cuestionarnos sobre objetivos, valores, principios no negociables, capacidad de respuesta y seguridad en mis competencias o habilidades. Todo lo anterior nos facilita salir de esta zona para pasar a una de mayor responsabilidad con nosotros mismos sin culpabilidad o temor al rechazo o crítica.
Conversación con el BASTA
Un día de 1955 una mujer negra de Alabama, Estados Unidos, cansada de sentirse obligada a ceder su puesto en el autobús a las personas de tez blanca, dijo ¡Basta! Y no se puso de pie. Su nombre era Rosa Parks. Por entonces, los vehículos estaban señalizados con una línea: los blancos adelante, los negros detrás. Así, la gente de color subía al autobús, pagaba al conductor, se bajaba y subía de nuevo por la puerta trasera. Pero Parks ese día se negó a seguir la norma y sufrió las consecuencias: pasó la noche en el calabozo acusada de perturbar el orden público y pagó una multa de catorce dólares. Y más allá de esto, lo que ella hizo inspiró a muchos otros, incluyendo a un joven llamado Martin Luther King. La historia da cuenta de lo que sucedió después.
No quiero hablar de historia. Quiero que hablemos de nuestro derecho a rechazar lo que nos incomoda, nos hace infelices y nos mantiene en estados de resignación, tristeza, enojo e incluso frustración. Cuando no ejercemos ese derecho estamos deteniendo el fluir normal de nuestra vida, pues hacemos caso omiso a lo que nuestras emociones y nuestro propio cuerpo nos están alertando y diciendo por todos los medios: ¡aprendamos y avancemos! Decir ¡Basta! implica haber dicho primero “NO”. No quiero esto para mí. No merezco esto. Por eso es una conversación hermana, pues quién convive con el no poder decir NO seguramente también es incapaz decir BASTA. Declarar un alto a lo que sucede permite cerrarle la puerta a ese espacio que no queremos y seguramente nos está causando daño, para abrir la del cambio, aprendizaje y evolución. En esta nueva conversación es importante comenzar a relacionarse con los miedos ¿qué amenaza siento que tengo si digo BASTA? ¿qué puedo hacer para prepararme y enfrentarla? ¿Qué panorama se abre ante mí si doy el paso? ¿Qué costos dejaría de pagar? (emocionales, físicos)
¡Basta de continuar con el trabajo que no me llena y donde no es valorado lo que puedo hacer! ¡Basta de esa relación que me deprime, violenta o empequeñece! ¡Basta de mi carácter explosivo que daña mis relaciones con los demás! ¡Basta de no confiar en mí mismo/a!
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interesante
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De acuerdo con todo, menos con el hecho de tener que dar explicaciones a porque decimos que NO, salvo contadas exepciones no hyay porque dar explicaciones, debe ser un No porque No. Es cuestión cultural, en el país donde vivo (Canadá), aprendí a decir No sin explicar nada y nadie se incomoda, ni se pregunta porque de ese NO. Así debe ser!
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Gracias Olga, efectivamente siempre hay condicionantes culturales
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