El respeto, una metodología que no debe faltar en ninguna formación
A Juan* le han trasladado de puesto de trabajo. No hay cambio salarial o cargo, solo funciones, por lo cual le anuncian que tendrá una capacitación para conocer lo que se espera de él.
―Veo que usted es muy joven, así que espero que no le vaya a quedar grande esto― es la primera frase de “bienvenida” que escucha del compañero asignado para hacerle dicha inducción y a quién conoce porque es uno de los más antiguos de la compañía. Y su “mentor” no satisfecho con su camaradería, a la primera pregunta que a Juan le surge, le responde ‘animado’:
―»¿En serio no entendió eso?… A ver» ―con un tono que denota fastidio― «ponga cuidado ‘mijito’ porque no tengo toda la mañana». Ante lo cual Juan no volvió a preguntar ni una sola vez.
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Más allá de las consecuencias que una capacitación en este ambiente de tensión le generará al aprendiz, al proceso y por ende a la compañía, o al ambiente de trabajo, lo que a todas luces brilla por su ausencia es una metodología que se debería tener clara desde siempre: La metodología del respeto hacia el otro.
El respeto es un valor que permite que el hombre pueda reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades del prójimo y sus derechos. Es decir, el respeto es el reconocimiento del valor propio y de los derechos de los individuos y de la sociedad
Suena a perogrullo, pero al parecer no lo es tanto: ¿Los colaboradores que elegimos para hacer este tipo de capacitaciones la practican? ¿Nos aseguramos de que estén conectados con la importancia de un proceso de esta naturaleza? O de pronto ignoramos que, para algunos de ellos, esto es algo que no les corresponde porque «para eso está el área de recursos humanos», o pueden sentirse amenazados en su propio puesto porque, como lo escuché una vez «quieren que lo entrene para luego remplazarme» o, simplemente, están pasando por un mal día, no han aprendido a gestionar bien sus emociones y quieren atravesar muy rápido ese momento.
La metodología del respeto se basa en colocar al ser humano por encima del conocimiento o la técnica, entendiendo que no se crea sólo por lo que el cerebro retiene, sino por las relaciones que establece y las emociones que produce.
Y esto llevado a la formación implica entender la necesidad del otro, el nivel de aprendizaje del otro, la importancia de dar un acompañamiento solidario, de explicar, de comunicarse de manera adecuada
Claro, he hablado de un ambiente laboral, pero si lleváramos esto a las aulas académicas habría mucha tela para cortar. ¿Cómo medimos la implementación de esta metodología en un aula, donde un profesor se sienta una hora a dictar -sí, eso sucede aun hoy en día-, o dice frases como “a ver, si va a preguntar esas bobadas mejor no pregunte nada” -sí, caso real- ?. Yo insistiré siempre: las materias no pueden ser un fin en sí mismas, sino medios para desarrollar a la persona.
Y resulta que ese chico que, como esponja, está absorbiendo creencias y actitudes, con el tiempo se convertirá en ese trabajador que termina transmitiendo las mismas emociones a otros, hasta que logre concientizarse del impacto negativo que ello causa y aprenda a modificar sus comportamientos. Pero no siempre sucede así.
No hay un libro con el paso a paso de “La metodología del respeto”, pero sí hay maneras de que como adultos nos concienciemos de su presencia o ausencia en nuestras vidas, y más aún si permanente o eventualmente tenemos roles de formadores. Si hoy por aquellas coincidencias de la vida lees esto, te hago una propuesta: concientizate de qué huella estás dejando – no solo en qué conocimiento estás transmitiendo- en tus alumnos, aprendices, colaboradores, comunidades y sé un practicante de esta poderosa metodología.
*Historia real, nombre ficticio
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