¿Conoces a alguien adicto a la perfección? ¿Hay dos formas
como se manifiesta principalmente esta adicción? ¿La primera es como neurosis y
necesidad de controlar todo el entorno de acuerdo a los parámetros de
perfección que tiene la persona en su cabeza. La segunda es como una forma de
evasión, refugiándose en el perfeccionismo y manteniéndose ocupado para no
afrontar lo que tiene que afrontar.
Si quieres saber más acerca de esta adicción, sutil,
insidiosa, destructiva y poco conocida, puedes leer las dos historias que
publicamos a continuación…
Ramiro Calderón
Autor de «Un Favor Antes de Morir»
calderon.ramiro@gmail.com
http://ramirocalderon.wordpress.com
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La historia de Florentino:
Yo era adicto al orden, al aseo y a la puntualidad. A mi familia y
empleados les exigía perfección en su desempeño y tuve problemas con todos.
Me decían que los seres humanos no son máquinas ni computadores. Que la
vida no podía ser perfecta ni exacta, mucho menos las emociones. Yo siempre
contestaba que eso era cierto, pero que en todo momento debíamos intentar
alcanzar la perfección. Toda la vida pensé que en la búsqueda de la perfección
se alcanzaba la excelencia. Si no buscaba la perfección, perdía las
perspectivas y los objetivos.
Buscaba la eficiencia en todo. No necesitaba más de cinco minutos para
ducharme. Todas mis camisas eran blancas y mis vestidos azules, grises o
negros, para no perder tiempo escogiendo de qué color me iba a vestir. En mi
casa había ocho teléfonos y al lado de cada uno, un bolígrafo que funcionaba y
una libreta para anotar. En cada habitación, baño o espacio de mi casa, había
una cesta de la basura y un reloj. Así podía mantener todo bajo control.
A la hora de la siesta, los sábados y los domingos, desconectaba el
teléfono. No sé cómo hicieron mis hijos para superar una adolescencia con un
padre controlador. Mi hija tuvo unos problemas tremendos de anorexia, el hijo
de en medio terminó diagnosticado como TAB (Trastorno Afectivo Bipolar), y el
hijo menor se pega tres baños de cuarenta y cinco minutos cada día; además,
tiene que cambiar la ropa de cama y su pijama todas las noches para poder
acostarse (y ese es el más normalito de los tres).
Me encantaban las personas ordenadas, con objetivos claros, que fueran
persistentes para alcanzarlos y que cumplieran las promesas que hacían. Me sentía
incómodo con otro tipo de personas. Por los artistas sentía desprecio. Los
consideraba parásitos sociales.
Pensaba que estábamos en un mundo en el que lo que valía eran valores
como la excelencia, la eficacia y la eficiencia. No entendía cómo podían
convivir dichos valores con el arte, la belleza, la dulzura y «todo ese montón
de frivolidades».
Cuando enseñaba, mis alumnos me odiaban, pero yo no quería formar a
personas mediocres. Nadie sacaba cinco conmigo. Siempre les decía que el único
que sacaba cinco era el libro; yo como profesor, podría sacar a lo sumo cuatro
con cinco; y los alumnos podían sacar máximo un cuatro. ¡Una vez tuve un alumno
que sacó 4.2 porque era excelente!
Siempre alistaba todo desde el día anterior y revisaba que no me
faltara nada. Jamás aceptaba cuando una persona no tenía listo lo que le había
pedido, o decía que se le había quedado una parte en la casa, o salía con
cualquier excusa que no mostraba sino «mediocridad y falta de compromiso».
Ahora sé que a las personas normales les suceden esas cosas… yo era un tipo
anormal.
Toda la vida me levanté desde las cuatro de la mañana. Así yo era quien
marcaba la pauta, quien estaba de primero, quien se anticipaba a lo que podía
pasar.
Cuando nos íbamos de vacaciones con la familia… en un viaje conocíamos
el equivalente a lo que la mayoría de gente conoce en dos viajes, gracias al
manejo eficiente que hacíamos del tiempo.
Me molestaba todo lo que estaba fuera de mi control. Muchas veces me
habría gustado decirle al presidente cómo gobernar el país, o a los
legisladores cómo hacer leyes.
Cuando tenía que salir y llovía me daba mucha rabia, pues sabía que
aparecerían los trancones o seguramente me tocaría mojarme.
Trataba de prever todo. Cuando hacía maleta revisaba varias veces que
no se me quedara nada, que me estuviera anticipando a todas las eventualidades
que pudieran suceder, y además hacía una lista de todo lo que llevaba para que
no se me extraviara nada.
Claro que hablo como si ya estuviera completamente recuperado, pero no
es cierto. Lo que pasa es que reconozco que llevo cierto camino recorrido y ya no
soy tan duro conmigo mismo. Pero todavía tengo todo tipo de herramienta en mi
casa. Tengo destornilladores de pala, de estrella, Bristol, Philips, y de todas
las referencias posibles, tanto en sistema métrico-decimal, como en pulgadas… y
me hierve la sangre cuando veo a mi esposa o a alguno de mis hijos atornillando
algo con un cuchillo, o destapando algo con un tenedor. Si me molesta que las
cosas se dañen solas porque me parece que mientras uno le dé buen uso a algo,
no se debe dañar, imagínese cómo me siento cuando las dañan a propósito.
Además, como si fuera una ruleta rusa macabra, a mí siempre me toca la taza
desportillada, el cuchillo torcido o el tenedor que parece una garra. No puedo
con eso. No lo soporto. Y además esos utensilios dañados duran veinticinco
años. Se nos han roto decenas de pocillos, pero el pocillo desportillado,
continúa igualitico. Y siempre me sale a mí. Por eso, cuando veo a alguien
llevando un cuchillo para otro lado, lo que hago es imaginarme los próximos
veinticinco años partiendo la carne con ese cuchillo torcido y me provoca
asesinar.
A veces, cuando me molestan los imprevistos climáticos o cuando siento
que me amargo mucho la vida porque las cosas y las personas no funcionan como
yo creo que deberían funcionar, me doy cuenta de que todavía debo trabajar más
en mí y seguir soltando esta adicción a la perfección, que a la larga no me ha
traído sino problemas y malestar.
Me he dado cuenta de que ese perfeccionismo no ha sido sino una forma
de ocultar mi baja autoestima. Al ponerme la armadura del perfeccionismo y
juzgar a todos porque hacen todo mal, lo único que hago es ponerlos al mismo
nivel en el que me veo a mí mismo; en el fondo yo me veo así de pequeñito y por
eso trato de rebajar a todo el mundo.
Pero no funciona. No me ha permitido amarme a mí mismo, ni amar a los
demás, ni que los demás me amen. Al contrario, lo único que hago con esa
conducta es retroalimentar mi sentimiento de no ser digno de ser amado. Por eso
me ha fascinado mi proceso de recuperación desde el principio. He tenido que
hacer los pasos, he tenido que sanar muchas heridas de la niñez, pero a cada
paso que doy en el programa me he sentido mejor conmigo mismo, he sido más
benévolo conmigo mismo y los demás, y he ido aprendiendo a llevar una vida más
relajada en la que puedo disfrutar de una charla amena, la belleza de un
paisaje o un atardecer.
Por otro lado, Natasha utilizaba el perfeccionismo como un
escondite para no enfrentar la vida:
Yo siempre creí que mi adicción a la perfección era una virtud. Que las
cosas se tenían que hacer bien, o no se debían hacer del todo. Nunca podía ver
el punto medio en nada. Todo era blanco o negro. Jamás veía las tonalidades
grises. Siempre estaba buscando el punto negro en la pared blanca. Creía que
era autoexigente, y que los demás eran unos mediocres.
Sin embargo, los resultados en mi vida daban mucho qué desear. No me
alcanzaba el tiempo para nada, especialmente para luchar por mis sueños. Era
tremendamente infeliz y no sabía por qué.
Después de dar muchas vueltas, me di cuenta de que el perfeccionismo me
hacía su esclava. Me manejaba como a una marioneta. Yo, que era supuestamente
atea y autosuficiente, terminaba arrodillada ante una cosa tan simple como mi
propio perfeccionismo.
Era incapaz de delegar, porque supuestamente nadie sabía hacer las
cosas «bien». Así, terminé trabajando y haciendo todo lo de la casa yo sola.
Constantemente estaba invalidando a mi esposo e hijos porque supuestamente
hacían las cosas mal, hasta que perdí a mi esposo y mis hijos no volvieron a
levantar un dedo para hacer nada. Cuando les hacía el reclamo, ellos me decían
que todo lo que hacían estaba mal y que yo era la única que sabía cómo debían
hacerse las cosas.
Todas las noches me acostaba con espasmos en la espalda y dolor en todo
el cuerpo por tratar de hacer más de la cuenta.
En la oficina pensaba que todos eran unos incompetentes y yo era la
única que sabía hacer todo bien (siempre veía las cosas en blanco y negro).
Un día decidí retirarme, mandar para el carajo a esa manada de
mediocres, y formar mi propia empresa. Me consideraba lista para ofrecer y
servicio mucho mejor que el que ellos prestaban a las empresas,
Comencé por diseñar la nueva papelería y algunas de las herramientas de
trabajo en el computador: Libros de cálculo en los que se podían calcular
indicadores importantes de las empresas, modelos de cronogramas, flujogramas, etc.
Jamás me había dado cuenta de que yo era tan detallista y meticulosa,
porque me refugiaba en las tareas. Vine a descubrirlo en mi propia empresa,
pagando un costo en dolor y odio hacia mí misma. Tuve que asumir el costo y el
sentimiento de impotencia que produjo mi propia quiebra.
Por estar haciendo los flujogramas, los brouchures, y los organigramas
perfectos, por andar poniéndoles marcos de colores y títulos con letras
especiales, por perder tiempo buscando flechitas y celdas de colores y con
efectos, terminé perdiendo un tiempo precioso en unas tareas que a la larga no
me traían ningún beneficio, y descuidando la parte que me habría podido generar
ingresos: La comercial.
Sin ventas no hubo ingresos, y después de un tiempo me tocó dejar
abandonado ese proyecto con todos los cuadritos perfectos, de colores, con títulos
bonitos y bien centraditos. A la larga, eso no sirvió para nada porque estaba
evadiendo lo que me daba miedo: Hacer llamadas. Salir a ofrecer mis servicios.
Enfrentarme con el posible rechazo.
Lo paradójico de todo esto, es que esa conducta en la que me refugiaba compulsivamente
para evitar la sensación de fracaso que me produce cuando me dicen que no,
terminó sumiéndome en el más rotundo de mis fracasos. En la quiebra financiera
total.
Actualmente, gracias al programa de recuperación, todas las semanas
estoy llevando a cabo acciones que me saquen de mi zona de confort.
Me he dado cuenta de que mi tendencia natural es a dejarme gobernar por
el miedo y esconderme en el perfeccionismo. Así me engañaba a mí misma. Me mantenía
ocupada y creía que hacía muchas cosas, pero en realidad estaba evitando aquello
a lo que le temía. No hacía la llamada, no pedía el aumento, ni tomaba riesgos
saludables que habrían podido mejorar mi situación financiera. El
perfeccionismo era como tomar sopa con tenedor. Estaba en acción todo el
tiempo, pero siempre estaba con hambre.
Mi enfermedad se llama «miedo» y el perfeccionismo era simplemente la
venda que usaba para tapar mis ojos y no ver mi propia problemática, ni hacer
nada para superarla.
Gracias al programa de recuperación, esa situación está cambiando.
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Espera el próximo viernes a las
11:30 am, Dependencia emocional
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HERRAMIENTAS DE RECUPERACIÓN
- Herramientas de recuperación de adicciones
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- Herramientas de recuperación (Compartir)
- Herramientas de recuperación (Leer)
- Herramientas de recuperación (escribir)
- Doce Pasos – Herramientas de recuperación
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- Noveno paso para recuperarte de una adicción
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- Décimo Primer paso para recuperarte de una adicción
- Décimo segundo paso para recuperarte de una adicción
- Herramientas de Recuperación (Solo por hoy)
REFLEXIONES
- Una vida útil, feliz y con un propósito
- El motor interno
- Reconciliémonos con los rituales
- Aprendamos
- ¿Has sentido dolor?
- Resignifiquemos el dolor
- La comida nos dice muchas cosas
- Lo que nos dicen nuestras pertenencias
- ¡Puedes cambiar tu vida!
- ¿Cómo pedir para que se nos dé?
- Oración y meditación para agnósticos y ateos
- No te quedes revolcándote en la culpa
- La necesidad de aceptación
- El control te convierte en víctima
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- ¿Te has sentido inseguro en momentos de cambio?
- En momentos de oscuridad y confusión…
- ¿Has intentado dormir sin lograrlo?
- Cuando duele la toma de conciencia…
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Gracias por sus comentarios, Laopinionvale, Meneis y Elcaquetense,
Como dice Laopinionvale, el perfeccionismo tiene algo de soberbia y quitárselo duele. Pero vivir gobernado por el perfeccionismo también duele. De hecho, duele durante toda la vida. En cambio la experiencia de quitárselo implica un solo dolor, pero luego es una experiencia liberadora como ninguna.
Con respecto a la pregunta sobre Grupos de Apoyo de Meneis:
Si tu caso es como el de Florentino, te recomendaría Neuróticos Anónimos. Es gratis y lo puedes buscar en Google.
Si tu caso es como el de Natasha, te recomendaría el Grupo de Apoyo para Superar la Postergación y el Aislamiento Compulsivos (GASPAC). No es gratis, pero es de bajo costo.
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No se preocupen pues ha fallado el AUTOCONTROL al que hay que saberlo manejar pues así hay bastantes, especialmente, quienes hemos nacido bajo el signo d Virgo
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Optimistamente pienso que mi caso no es tan grave, sin embetgo me veo reflejada casi en cada historia que cuentas. En algunas historias adicionas un link para contrestar preguntas y saber si tenemos el mismo problema, tienes el cuestionario para este problema? te lo agradeceria. Como se llama el grupo de apoyo para este caso y donde se encuentra? Mil gracias de niuevo y felicidades, las historias que la sgente comparte son realmente fantasticas y nos ayudan a «vernos» un poco en ellas. Un abrazo
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Gracias Ramiro por este articulo.
Me identifico con algunas cosas de los dos, es que el viaje a la perfeccion en solitario es muy duro. No podemos cambiar a los demas y nos frustamos, y no queremos cambiar nosotros mismos porque duele.
Duele, porque creemos que nuestro metodo es el mejor y el verdadero, y nos agotamos en este pensamiento.
Tenemos que relajarnos mas y ver que el unico infalible (sera?) es D-os.
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