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Hola a todos.
La Zona de Confort me sacó de mi escrito habitual sobre codependencia. Pido mil disculpas por la ausencia por vacaciones, mundial, puentes y mil motivos más.
Envío mis disculpas especialmente a Andrew, un estudiante de español de Louisiana que se tomó el trabajo de escribirme para preguntar qué había pasado con Bethy.
Continuamos con su historia, esperando que pueda servir para que algunos de mis lectores puedan mirar hacia su interior a través de ella.
- Capítulo VI
Una esperanza de cambio
Decidí no buscar más trabajo y darle un hijo a mi pareja. Era mi esperanza de que cambiara… de que su hijo lo cambiara.
En mis nueve meses de embarazo estuve todo el tiempo sufriendo y humillada porque era su dinero el que gastaba. A los cinco meses fuimos juntos para hacerme una ecografía y saber el sexo de mi bebé. Después de salir de la ecografía, pensé que nos iríamos a casa. No fue así. Me dejó en casa, se fue con un amigo de la costa y regresó al otro día sin dinero. Le reclamé. Por hacerlo, recibí un golpe en la espalda con un palo. Sentía una impotencia tan grande… Quería irme. Sentía que él no merecía ese hijo, pero yo estaba ilusionada con ver pronto a mi bebé, algo que me distrajera de la soledad en la que siempre estaba.
Nació mi hijo Carlos Breyner un morenito precioso de nariz respingada. El primer día, mi esposo era sólo alegría y luego todo siguió igual. Ni su hijo lo ató a la casa.
El momento más feliz después del nacimiento de mi hijo en Bogotá, fue cuando mami me fue a visitar con mi hermana. Me sentía tan sola, que era como ver agua en el desierto. Luego, la tristeza cuando partieron de nuevo.
Pasábamos por una situación económica buena, situación que hacía que Carlos viviera más en la calle. Tomaba y llegaba con un regalo. Yo los recibía pero sin agrado. Debía tener cara de felicidad porque si no, era él quien terminaba enojado.
Asistimos a muchos lugares en los cuales supuestamente podían ayudarle a dejar su consumo: centros de rehabilitación, psicólogos, psiquiatras, centros de oración. Nada funcionaba. Él solo quería darme contentillo, pero en el fondo no quería salir de ese túnel oscuro.
Viajamos a Santa Marta. En esos viajes él se la pasaba divirtiéndose. Botaba dinero y joyas de oro, y luego las reponía como si nada. Siempre que se subía al avión estaba borracho, porque les tenía miedo a las alturas, así que era el pretexto perfecto para embriagarse.
En uno de los regresos de Santa Marta a Bogotá, dejó las maletas y se fue. Regresó a las seis horas borracho y con algo de comida para mí. Estaba enojada, así que le dije que no quería comer. Botó la comida y la pisoteó. Fue una reacción agresiva y humillante para mi. Lloré mucho. Ahora, sólo al recordarlo, me siento agobiada y me impresiono del valor que tenía al continuar en esa relación.
A los dos años de edad de Carlos breyner, quede embarazada otra vez. No lo podía creer. Quería morirme y no deseaba tenerlo. Cómo iba a tener un hijo con semejante personaje que sólo me daba dolores de cabeza… Sin embargo, al final ganó el amor por la criatura que tenía en mi interior y nació mi hijo Cristian Andrés, mientras yo pasaba por las mismas situaciones que viví con mi primer hijo.
Ahí estaba yo, más sometida… con dos hijos y mi maldita codependencia que no me dejaba salir de allí. Siempre pensando que sóla no podía. Así llevo muchísimos años. Pensando que no puedo sola, que mis hijos no tienen por qué estar sin su papá, excusa estúpida para seguir haciendo lo mismo, esperando resultados diferentes.
Quería hacer algo; terminar mis estudios. Siempre que le comentaba, había una objeción: El niño estaba muy pequeño, debía esperar, en fin, mil excusas. Tomé la decisión de terminar mi bachillerato y no le quedo otra alternativa que apoyarme. Me sentía tan bien cuando estaba en clases… me distraía, tenia amigas, tenía unas horas de relax.
Me gradué y después deseaba entrar a la universidad a estudiar psicología.
La verdad, no sé por qué deseaba tanto estudiar esa carrera. Imagino que para entenderme un poquito, entender a las personas y hablar con propiedad cuando fuera a discutir con mi pareja. Pero un tiempo después desistí de la idea. Ya no me interesaba esa carrera. Imaginé que no deseaba escuchar más líos. Los míos eran demasiados y aún no lograba resolverlos.
Finalmente me gradué.
Tenía la esperanza de seguir adelante. Quería superarme. Ese día no fue tan agradable para mí. Tenía muchas cosas en qué pensar. ¿Qué pasaría ahora con mis hijos y conmigo? No era un día para celebrar, pero mis amigos ya tenían algo preparado.
Recuerdo que tomé demasiado. Sólo quería olvidarme de todo.
NOTA: ¿Cómo saber si sufres de adicción a la Zona de Confort?
La adicción a la zona de confort nos impide crecer y prosperar. Nos hace sentir estancados en relaciones, trabajos y situaciones en general.La Zona de Confort en psicología, es lo que el individuo conoce; donde no tiene que esforzarse para aprender ni adaptarse, independientemente de si se siente cómodo o no. Una forma de identificar si estamos en zona de confort, son nuestras quejas: La que se queja de su relación sentimental, pero no hace nada para cambiarla o terminarla; el que se queja de que su trabajo no lo satisface o no le da lo que necesita para vivir, pero sigue en él sin tratar de crear otras fuentes de ingresos; la que se queja del maltrato o acoso de su jefe pero no busca otro trabajo ni le pone límites; el que se queja de no encontrar trabajo, pero no hace nada diferente a buscar empleo; el que se queja de que le falta conocimiento, dinero, ayuda, etc., para emprender el proyecto de sus sueños, pero pasan cinco años y no adquiere el conocimiento o el dinero, ni hace nada por conseguir un socio, compañero o empleado que tenga el factor que le falta para completar la ecuación.
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Ramiro Calderón
Consejero en Adicciones
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REFLEXIONES
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