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Continuamos con la historia de Codependencia de la semana pasada…
Los primeros días era un amor.
No sé si mamá estaba feliz de haber regresado… él siempre estaba enojado porque le faltaba un botón a la camisa, porque el plato donde le sirvieron estaba picado… y su manera de quejarse era tirando las cosas.
Mamá siempre escuchaba de sus infidelidades, pero no hacía nada, estaba resignada. Le era infiel hasta con familiares y vecinas de mami, y no sé como carajos las convencía, pero caían en su red.
Mami encontró fotos desnudas de una vecina muy cercana a casa. Las fotos estaban tomadas en el cuarto de ellos, ella no quería que las viera pero mi curiosidad era grande y termine enterándome.
Quería gritarle a esa vecina, pero mamá no dejó que lo hiciera.
Él hacía las cosas a propósito no le importaba que mi mami lo supiera; igual ella no iba a reclamarle.
La segunda vez que mamá decidió irse, el la encontró. Estábamos en casa de un tío quien tenía un hijo policía.
Al llegar a buscarla nos escondieron en un cuarto, y este muchacho le propino una paliza bastante fuerte.
Le gritaba: – ¡Por qué les pegas a las mujeres, Maricón! – mientras con la empuñadura de su arma lo golpeaba.
Mami tuvo que salir para evitar más líos. Era mi padre y eso fue doloroso para mi.
Subimos a su carro; su cara estaba totalmente hinchada. Me daba vergüenza mirarlo.
Pasé muchos días recordando como él pedía perdón y me dolía el alma, pero ahora entiendo que se merecía más.
Él era un dictador.
En casa se hacia lo que decía y pedía.
El temor que sentíamos era de película de terror. Esa era la forma en que nos trabajaba para que no se lo fuéramos a contradecir en nada.
Como a los once años, recuerdo que mi papá un día llegó con una nueva hermana de 7 años, la cual había tenido con una de sus trabajadoras de un bar ubicado en la plaza de mercado de Santa Marta. Dicho bar duró unos seis años.
No recuerdo haber visto en mi mamá alguna molestia, ni una queja. Al contrario, trataba a Jacqueline como a una hija, tanto, que sentíamos celos de ella.
El corazón de mi madre era noble y su temor, inmenso.
Ahora recuerdo, y me sale una carcajada al recordar lo tremenda que era cuando niña. Siempre me di a conocer porque me encantaba hacer bromas pesadas, lo cual no era gracioso. Sólo causaba malestar y fastidio en otras personas.
– ¡Betty levántate para ir a clases! ¡Mira que se te hace tarde! –
Qué pereza levantarse tan temprano.
Siempre estuve estudiando en colegios que quedaban cerca de casa. Me iba con un grupo de amigas que siempre pasaban a recogerme.
En mi hogar siempre se vivió con temor.
Ir al colegio era respirar aire tranquilo.
Luego, ya mas grandecita, estudie en un colegio reconocido. En ese tiempo era uno de los mejores colegios en Santa Marta.
Mis hermanos estudiaban en otro colegio.
Recuerdo siempre haber sido buena estudiante, hasta que comencé a pasar por una serie de situaciones bastante molestas para mí.
Vivíamos en una casa grande, en un barrio de clase media baja.
Mi papá, con sus negocios, siempre independiente. Un paisa a quien le iba muy bien económicamente.
Mi mami, en la casa siempre dedicada a sus hijos y pienso que a sufrir.
Le encantaba la costura y lo hacía muy bien.
Estrené muchos vestidos. El que más recuerdo era uno blanco con encaje rosado. ¡Era hermoso!
Salí a un cumpleaños y mi vestido llamaba la atención. Sí que éramos felices cuando había un cumpleaños, porque así podíamos salir a disfrutar con nuestros amigos aunque fuera unos momentos.
Si papá nos daba permiso podría ser solo una hora.
Si era mami quien nos daba el permiso sin que él lo supiera, era más angustiante aún, porque podría llegar en cualquier momento.
De mi casa me encantaba muchísimo el patio. Era grandísimo y con muchos árboles.
En el medio había un limón mandarina, y comíamos con sal hasta que los labios se nos ponían blancos. También hacíamos desafíos de quien no arrugara la cara, o nos mecíamos era una hamaca que nos colocaban. Era una de las mejores diversiones y la culpable de muchos golpes.
Recuerdo con nostalgia esos pequeños momentos porque son de los mas lindos e importantes para mí. Son recuerdos de instantes en los que pude compartir con mis hermanos, algo que después se volvería más y más lejano.
Visitábamos a mi abuelita que vivía en Barranquilla.
Mamá se iba muy temprano porque debía regresar en la tarde.
Era algo absurdo pero era la orden que le daban, y ella no se oponía a su despotismo.
Desde que llegábamos a casa de mi abuela disfrutábamos cada minuto de esa visita. Era tan feliz, y mami se veía tranquila. De seguro que mamá no quería regresar de nuevo a su cárcel de oro, hasta que llegaba la cruel hora de partir.
(Continuará la próxima semana)
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Ramiro Calderón
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