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Soy Liana y soy lesbiana.

Mis amigas, en son de broma me decían Liana la lesbiana.
No me gustaba, pero me lo callaba, como me he callado muchas cosas en la vida.

Todo el dolor que me había comido produjo una corriente
subterránea de ira que pujaba por salir de la peor forma. A veces sentía ganas
de asesinar a las personas que hacían chistes a costa mía. Me provocaba
cortarlos en pedacitos y botarlos por el sifón. Pero simplemente me quedaba
callada y sonreía. Eso era lo único que había aprendido bien durante toda mi vida.
A sonreír y tragarme todo.

En mi casa no se podía expresar rabia o miedo. Solo mi
padre tenía permiso de hacerlo… ¡y de verdad lo hacía!

Llegaba borracho, y como loco. Nosotros corríamos a
meternos debajo de la cama, muertos del susto. Mi mamá aguantaba sus ataques de
ira y a veces sus golpizas.

Al día siguiente, como si no hubiera sucedido nada y
fuéramos una familia feliz, todos nos sentábamos a almorzar sonrientes. No
decíamos nada.

Sentíamos miedo, pero mi mamá nos decía que sonriéramos
para que no provocáramos a mi papá.

Cuando él se enfurecía y tiraba los platos, yo sentía que
era mi culpa; que lo había provocado por no sonreír con suficiente entusiasmo.

A los veintidos años, poco antes de graduarme como
fisioterapeuta, me fui a vivir con Julieta. Ella llevaba años trabajando como
fisioterapeuta, era lesbiana, mayor que yo, y me ayudó a salir del infierno que
era mi hogar.

Como yo no trabajaba, se generó una relación disfuncional
con Julieta. Ella era la que mandaba. Yo obedecía.

Ella decía qué hacer, cómo hacerlo, todas las cosas no
eran “nuestras” sino “de ella” y yo me sentía arrimada en una casa que no era
la mía y ganándome la sopa y la dormida con mi sonrisa y mi desempeño sexual.

Me dio mucho afecto, pero también fue muy dura conmigo.
Algunas veces que no accedía a sus antojos sexuales, me hacía bajar de la cama
y dormir en el piso.

Yo no tenía adónde irme. Lo único que pude hacer fue
aceptar el primer trabajo mediocre y mal pago que me ofrecieron, para comenzar
a poner límites dentro de la relación.

Como ganaba dinero, podía irme así fuera a vivir en un
cuarto cuando quisiera. No podía porque dependía emocionalmente de Julieta,
pero el hecho de que se abriera la posibilidad de irme, hizo que ella cambiara…
al menos por un tiempo.

Claro que parece que yo quisiera que me dominara, pues
todo el tiempo pedía su aprobación para todo. Para comprarme un vestido, le
preguntaba a ella. Para comprar un celular, lo consultaba con ella. Para tomar
cualquier decisión trataba de adivinar qué quería ella, o se lo preguntaba.

Así comencé a vestirme como a ella le gustaba, a pedir en
los restaurantes lo que ella me sugería, y a esforzarme en todos los aspectos
por ser lo que ella quería que yo fuera.

Lo último que hice fue darle la tarjeta del banco para
que manejara mi dinero.

Ahí comenzaron los maltratos nuevamente.

Un tiempo después, con mucho dolor estaba yéndome de su
lado.

Fue una de las decisiones más dolorosas de mi vida. No
podía vivir con ella, y sentía que sin ella la vida no tenía sentido. Pensé
seriamente en el suicidio durante el primer año.

Julieta se las arregló para estar siempre cerca, lo que
no me permitió cerrar completamente ese ciclo. Seguíamos hablándonos, ella
seguía dándome consejos sobre cómo comportarme, qué hacer, cómo vestir… ella
siempre ha sido muy dominante, y creo que yo necesitaba a alguien que me
dominara para sentirme amada.

Finalmente ella comenzó a salir con alguien y yo casi me
muero nuevamente. Entonces tomé la primera decisión pensando en mí en toda mi
vida. Dejé el trabajo donde me explotaban y conseguí uno en donde me explotaban
menos.

Eso me dio un respiro. Pude irme a vivir a un apartamento
compartido con otras tres amigas fisioterapeutas. Una de ellas era lesbiana
como yo.

No sé bien cómo sucedió todo, porque yo estaba muy
melancólica todo este tiempo, pero creo que fue algo así como: Yo, lesbiana…
tú, lesbiana… yo, sola… tú, sola… la casa sola…

Oriana se fue convirtiendo en alguien muy importante en
mi vida. Me la alegró. Volvió a traer el color cuando todo era en blanco y
negro.

Hasta que Julieta volvió a aparecer. Bueno… le permití a
Julieta volver a meterse en mi vida.

Me llamó supuestamente interesada en mi bienestar y
terminamos acostándonos un par de veces. Oriana no lo supo.

Luego, Julieta nos propuso que nos fuéramos a trabajar a
la IPS en la que ella estaba. Ella era la directora de fisioterapia y
supuestamente nos podía ayudar. Cuando conoció a mi novia me felicitó. Me dijo
que era muy bonita.

Terminamos trabajando las tres juntas y ahí comencé yo a
padecer. Desde el primer día Oriana me dijo que Julieta no hacía sino mirarla.

Confronté a Julieta y ella dijo que Oriana era una
buscona, que todo el tiempo estaba coqueteándole y “ofreciéndosele”.

Oriana y yo peleamos, Julieta nos dijo que si queríamos
nos podíamos ir, que ella solamente intentaba sacarnos de la m…, pero que si
nos gustaba la m…, podíamos irnos a seguir revolcándonos en nuestra propia m…

Seguimos trabajando allí sin ponerle más atención a
Julieta, hasta que Oriana me dijo que no se aguantaba más el acoso de ella.

Decidí confrontarla un día enfrente de su novia. Las vi
juntas y le reclamé a Julieta por acosar a mi novia.

Tanto Julieta como su novia, se fueron encima de mí
diciéndome que aprendiera a controlar a mi “noviecita”, que ella era la que
todo el tiempo buscaba a Julieta y que estaba atentando contra la “hermosa”
relación que ellas tenían.

Me sentí estúpida, sin saber qué hacer y tremendamente
insegura.

Ese fue el comienzo de una época terrible en la que todo
el tiempo estaba espiando a Oriana, a Julieta, viendo cómo hablaban, cómo se
miraban y sufriendo mucho… sin demostrarlo por supuesto. Siempre tenía una
sonrisa en la cara.

Un tiempo después decidí olvidarme de todo, pues comenzó
el malestar en mi relación.

Peleábamos mucho, nos distanciamos, comenzó a crecer la
tensión entre nosotras y yo pensé que la relación se iba a acabar. Oriana
terminó trabajando en el turno de la mañana y yo en el de la tarde.

Luego Oriana volvió a ser cariñosa conmigo sin yo saber
qué fue lo que hice o dejé de hacer para lograr ese cambio tan abrupto.

Comencé a disfrutar mucho nuestra segunda luna de miel,
cuando una compañera de trabajo me dijo que no se podía aguantar más y me contó
que Oriana y Julieta estaban enredadas sentimentalmente. Que entre ellas había
pasado de todo y que no podía seguirme viendo engañada.

Ese mismo día le pregunté a Oriana.

Ella comenzó a llorar y a decirme que nunca había querido
hacerme daño. Me mostró mensajes que probaban que Julieta sí la había buscado.
Me dijo que la amaba y que no le pidiera que la dejara porque no podía.

Al día siguiente se armó la grande entre las tres.

A Julieta se le acabó la otra relación sentimental que
tenía, pero continuó con Oriana. Yo seguí trabajando con ellas, sonriente como
siempre, poniendo buena cara y haciéndome la que no sentía nada.

Algunas veces Oriana me buscaba, otras veces Julieta lo
hacía y yo terminé convirtiéndome en amante ocasional de ambas, mientras me
sentía la mujer más sola y maltratada del mundo, me moría, y una ira asesina me
carcomía por dentro.

Ese fue mi fondo de condependencia. Tuve que llegar hasta
ese punto para poder pedir ayuda. Hasta ese momento yo era una pobre víctima de
otros que me “hacían” cosas. Jamás se me había ocurrido que ciertas conductas
mías podían “disparar” el abuso y el maltrato de otros. Nunca pensé que mi
necesidad de controlar lo que otros sentían hacia mí, podía ser utilizada por
los otros para que yo me sintiera responsable de las cosas que hacían.

Sé que algunas personas dirán: “¡Dios mío! ¿Cómo pudo
dejar que las cosas llegaran hasta ese punto?” pero otras dirán: “Yo estoy peor
y no he hecho nada. De hecho, pensaba que no se podía hacer nada”.

Para quienes están mejor que yo, espero que mi dolor
sirva para que vean hasta donde se puede llegar y ojalá busquen ayuda antes de
llegar a vivir esa miseria interior que yo tuve que vivir. Para quienes están
peor, lo más difícil es salir de la negación.

Lo peor que nos sucede a los codependientes, es que como
no nos estamos emborrachando, ni inyectando heroína, creemos que tenemos la
vida perfecta… y no entendemos de dónde vienen esas ganas sobrecogedoras de
morirnos.

Por un lado pensamos que no tenemos problemas, pero por
otro sentimos la desesperanza de que nuestros problemas no tienen solución.

Pero hay una esperanza.

Uno puede salir de la codependencia. Uno puede dejar de
sentirse responsable por lo que otros hacen, dicen o sienten. Uno puede dejar
de depender de la aprobación y las palmaditas en la espalda. De hecho, lo mejor
que uno puede hacer es actuar de acuerdo a lo que uno siente; de acuerdo a lo
que quiere; de acuerdo a sus sueños y objetivos.

Tratando de complacer a los demás, lo único que logra es
violentarse a sí mismo sin darse cuenta.

Los codependientes somos especialistas en el autoengaño.
Ignoramos tanto nuestras emociones, que nos pueden estar dando una paliza con
bate, puños y patadas, y pensamos: “Uhmmm… Siento una ligera molestia. Hay algo
que no está funcionando bien”.

Pero todo eso se puede sanar.

En este momento mi vida es otra.

Actualmente estoy comenzando una relación con mucha más
tranquilidad. Estamos saliendo. No nos hemos ido a vivir juntas, ni estamos
desesperadas por llenar nuestros vacíos. Es una relación mucho más tranquila,
amorosa y respetuosa.

También estoy escribiendo. Siempre me ha gustado, pero
como a los demás no les gustaba que yo escribiera, no lo hacía. Ahora sí
escribo y lo disfruto.

Además, estoy comenzando un negocio con un grupo de
amigas. Es un sitio en internet dedicado a las lesbianas, con contactos,
eventos, planes turísticos, productos y muchas otras cosas. No sé cómo me vaya,
pero al menos disfruto mucho lo que estoy haciendo y ya no me siento explotada
ni maltratada. Concuerda con una de las cosas que yo estaría dispuesta a hacer
así no me pagaran: La escritura.

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Ramiro Calderón

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Ramiro Calderón (Adicciones del Nuevo Milenio): Después de haber obtenido una de los mayores puntajes del país en las pruebas de estado ICFES y recibir los premios Andrés Bello y Bachilleres por Colombia, lo perdió todo por el alcoholismo. Hace más de veintisiete años dejó el alcohol; en el año 2003 recibió, gracias a uno de sus libros, el Premio al Pensamiento Caribeño otorgado por la UNESCO, ha sido catedrático universitario, asesor de importantes empresas en Colombia, Ecuador, y Perú; ahora es escritor, conferencista y coach (presencial y online) con énfasis en manejo de todo tipo de adicciones. Autor de la novela “Un Favor Antes de Morir”, la primera novela que aborda con profundidad el tema de las adicciones del nuevo milenio (Pornografía, sexo, chat, redes sociales, etc.), y otros libros sobre adicciones (http://unfavorantesdemorir.wordpress.com) disponibles en formato electrónico a nivel global. Email: calderon.ramiro@gmail.com - Twitter: @ramiro_calderon

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