Reflexión de la semana – El motor interno

Cuando bebía, perdía el miedo;
sentía que podía conquistar al mundo y a las mujeres; que podía cautivar a la
gente con mi discurso; pero cuando dejé de beber, ahí no paró la cosa.
Al igual que muchas personas
que no beben, ni consumen drogas, durante mi proceso, he vivido varias etapas
en las que me doy cuenta de que estoy utilizando diferentes muletas para vencer
mis miedos. He necesitado dos cafés bien cargados para poder empezar el día, y
he necesitado acudir a la soberbia para perder el miedo a los demás sintiéndome
superior a ellos.
Cuando no utilizaba los
motores fuera de borda para enfrentar cada día, me dejaba poseer por el miedo y
la inseguridad. Eran los períodos en los cuales necesitaba refugiarme en los
brazos de mi pareja de turno, me encerraba a limpiar mi apartamento, a ver
televisión, a leer o a escribir cosas que nunca mostraba a nadie; era el
equivalente a meterme debajo de la cama como un ratón asustando huyendo de las
amenazas del mundo.
A medida que he ido soltando
cada una de las muletas, y que he ido trabajando en mí mismo para vencer mis
miedos, he ido llegando a descubrir una fuerza más poderosa y más agradable que
cualquiera de los motores fuera de borda que conocí en el pasado: El
entusiasmo.
Ahora lo llamo el motor
interno. Es esa fuerza que me permite hacer con gusto y alegría las cosas que
apuntan hacia donde quiero ir. Es esa energía que hace que disfrute cada una de
las cosas que hago; a veces es tan contagiosa, que muchas personas me han
pedido que las lleve en mi viaje.

Dejar una adicción o comportamiento compulsivo, más
que cambiar un motor fuera de borda por otro, o soltar todas las muletas y
seguir cojo por la vida, debe ser un proceso que lo lleve a uno a desarrollar
el motor interno; el gozo por la vida y por lo que uno hace.