He recibido solicitudes para que hable
sobre adicción al juego o ludopatía. En este caso también he decidido exponer
brevemente varios casos que conozco muy bien. Algunos llevan un buen tiempo de
recuperación y otros están apenas comenzando… pero todos nos abren su corazón
esperando que sus testimonios de experiencia, fortaleza y esperanza, puedan
servir para ayudar a otros jugadores que aún están sufriendo.

Comencemos con Pedro:

Decidí pedir ayuda porque me di cuenta de que no
podía solo. Con tan solo 26 años, ya me quería morir. Tenía la sensación de que
estaba tirando mi vida por la borda.

A pesar de tener un puesto bien remunerado, tenía
unos problemas económicos que no me dejaban dormir. Cada mes era la misma
historia. El tercer día del mes, ya no tenía un centavo. Durante todo el resto
del mes, tenía que pedir dinero prestado para ir al trabajo, para almorzar, y
para cubrir los gastos personales más insignificantes.

Había una chica, Margarita, en la oficina que me
gustaba mucho y a quien yo creía gustarle también. Jamás pude invitarla a
tomarse ni un tinto. Un día me invitaron a bailar y no pude ir, porque no tenía
ni siquiera para la buseta. Al día siguiente, Margarita llegó agarrada de la
mano de Enrique, alguien a quien yo siempre he considerado como el compañero
bobo.

No sabía qué me pasaba, siempre me había
considerado inteligente y capaz, pero en ese momento yo era el único de la
oficina que aún vivía con sus padres, y aún así no tenía nunca un centavo, ni
novia, ni posibilidades de salir o divertirme de ninguna otra forma que no
fuera autodestruirme.

El caso de Raúl fue un poco más extremo:

Me gustaba el Póker. Todos los viernes me reunía
con un grupo de «amigos» y jugábamos. Nuestras pertenencias pasaban de mano en
mano cada fin de semana. Vi a muchos perderlo todo y tener que apartarse del
grupo, pero eso nunca me hizo reflexionar sobre mi vida. Pensaba yo era una
especie de elegido y que mi destino era quedarme con el dinero de todos mis
amigos.

¡Llegué a ganarme hasta cuatro carros y una casa
en una sola noche! Pero un día se me fueron las luces. Perdí absolutamente
todas mis pertenencias; las que había ganado en el juego y las que habíamos
construido con el sudor de nuestra frente; con el trabajo de mi esposa y mío.

Pensé que podría volverme a levantar; que podría
recuperar algo. Como no tenía nada material, aposté una noche con mi esposa.
Nunca lo consulté con ella… y perdí. Esa noche se desintegró mi familia.

Actualmente mi esposa vive con sus padres. Hace
diez años sucedió eso y todavía no me ha perdonado. Yo la amo perdidamente y no
sé cómo pude hacérselo. Ahora no tengo nada; no he podido levantar cabeza; no
tengo familia, casa o carro y mi destino es sufrir mi soledad durante el resto
de mi vida porque nunca podré pagar el daño que les hice a mis hijos adorados o
a mi esposa.

Sergio nos cuenta brevemente un aspecto de
su problema:

¡Maldito sea el día en que conocí al juego!

Mi excusa para seguir jugando era recuperar el
dinero perdido. Todos los días me levantaba renovado y con ganas de salir a
ganar más dinero… pero no me iba a trabajar más o a buscar un puesto mejor
remunerado. Me iba a despilfarrar lo poco que tenía o lo poco que lograba
sacarle a mi familia.

¡Lo de la palabra sagrada del jugador es una vil
mentira! Los jugadores temen hacer trampa en el juego, por miedo a que los
saquen de ese círculo selecto. Pero al final, cuando uno está en la ruina, lo
único que hace es robar e incumplir; roba a otros jugadores, miente para
conseguir créditos, roba a la familia, a los amigos… y hasta a los hijos.

Me convertí en un ser sucio, deshonesto y
despreciable; le pedía prestado a todo el mundo… siempre me inventaba unas
tragedias terribles para conseguir dinero para jugar. Un día rompí un marranito
con los ahorros de más de un año de mi hijo de siete años, jugué el dinero y lo
perdí. Eso es algo que nunca me perdonaré.

Al final lo perdí todo. Todo mi dinero, el dinero
que me prestaron, perdí a todos mis amigos y mi familia. Estoy comenzando y
necesito unas tres vidas para pagar todo lo que debo… pero al menos no estoy
jugando por el día de hoy y tengo esperanzas. Además, he conocido a personas que
ya han superado problemas peores que los míos.

Antes no tenía esperanzas, futuro, ni vida. Todo
era completamente negro…

Por su parte, Alejandra nos muestra el
punto de vista femenino:

Yo había vivido en negación, ‘mano’, hasta que un
día mi novio me dijo: -Ala Aleja, usted ha estado muy ausente. Ahora no come
conmigo, no comparte conmigo… parece que fuéramos dos extraños –

¡Era cierto, ‘mano’! Vivía apostando
compulsivamente en el computador. Cada vez que paraba, quería volver
rápidamente para recuperar el dinero que había perdido. En dos meses copé todo
el cupo de mis cuatro tarjetas de crédito y ya llevaba copadas dos de mi novio.
Sabía que cada vez me estaba sumergiendo más, pero no veía otra salida. Tenía
que endeudarme un poco para recuperar algo del dinero que había perdido.

Finalmente toqué fondo el día en que agoté todos
nuestros recursos, ‘mano’.

Mi novio estuvo a punto de abandonarme, ‘mano’;
pero gracias al dolor del dinero perdido y de casi perderlo a él, comencé la
recuperación.

En este momento no entiendo por qué no me daba cuenta
de que me estaba autodestruyendo con esa adicción tan hijuepuerca.

Andrea nos habla de su pareja:

Cuando llevaba ocho meses con mi novio, recibí
una llamada suya diciéndome que había perdido todo «nuestro» dinero en el juego.
Yo no entendí a qué se refería, hasta que me explicó que después de perder su
dinero, utilizó mi tarjeta débito sin mi permiso y perdió hasta el último
centavo.

Ese fue uno de los peores momentos de mi vida, no
solo por el dinero, sino porque no sabía contra qué monstruo me estaba
enfrentando. Hice todo lo que no debía hacer. Comencé a tratar de controlarlo y
terminé convirtiéndome en su títere.

Él me prometió que no lo iba a hacer nunca más y
le creí. Sin embargo, al año volvió a hacerlo y no solo acabó con sus ahorros y
los míos, sino que esa vez copó mi tarjeta de crédito.

Otra vez me prometió que no lo volvería a hacer
nunca más y otra vez volví a confiar en él, no sé si por ingenua,
codependiente, o tonta.

Él comenzó a consignar su sueldo en mi cuenta
para que yo tuviera el control total sobre el dinero. Pasó un buen tiempo sin
tragedias y poco a poco habíamos vuelto a la «normalidad». Yo fui dejándolo
manejar su dinero.

De pronto un día volvió a jugar y ganó bastante dinero.
Me puse furiosa, pero pensé que estábamos progresando porque no había tocado mi
dinero. Pero ganar fue lo peor que le pudo haber sucedido, pues le devolvió las
esperanzas de volverse rico con un golpe de suerte.

Ya han pasado cuatro años desde que comenzamos
nuestra relación. Estoy cansada de tratar de distraerlo, de hacer planes para
mantenerlo ocupado y contento; ya he perdido las esperanzas. Siento que esto no
tiene final; que la historia va a repetirse toda la vida; que esto es un
círculo de nunca acabar. Me siento muy frustrada y triste porque él es un
hombre muy inteligente, pero estoy convenciéndome cada día más de que no podrá
salir adelante porque esto es superior a él.

Sarah, por su parte nos cuenta su historia
y nos da algunos consejos:

Llevo cuatro años con mi esposo. Hace uno cometí
el error de decirle que fuéramos al casino. Yo había ido con algunos amigos
antes y pensé que era una buena forma de pasar la tarde. Tuvimos suerte y nos
ganamos dos millones de pesos.

No volvimos a ir durante un buen tiempo… cuando
lo hicimos a los cuatro meses, me sorprendió que todo el mundo lo saludaba. El
había estado asistiendo habitualmente.

Ese día hablamos seriamente; yo le advertí que
era un vicio muy peligroso y lo mejor era no volver nunca más. Sin embargo, al
mes siguiente vi el extracto de su tarjeta de crédito y me encontré con la
sorpresa de que había gastado cuatro millones de pesos.

Ese día me enojé mucho. Le dije que era un
fracasado, que nunca iba a salir adelante y que no me merecía. Le dije que no
tenía autocontrol ni inteligencia. Yo sé que él es inteligente, y en ese
momento no sabía en qué consistía esa problemática.

Cuando estuve más calmada me disculpé por haberlo
ofendido y traté de hacerle ver que estaba cometiendo un error. Él lo aceptó y
me prometió que nunca volvería a entrar a un casino.

Tres meses después se repitió la historia; cuatro
millones de pesos cargados a su tarjeta de crédito. Sentí que iba a enloquecer.
¡No podía creer que la persona con quien había decidido compartir el resto de
mi vida iba a ser la causante de mi ruina!

Él es un profesional competente y capaz. Siempre
ha cumplido con todos los pagos y compromisos y me asegura que lo ha dejado
definitivamente. Sin embargo, continuamos separados. No sé si necesitará un
mes, un año o cinco años sin ir al casino para recuperarse. A las personas que
padecen este vicio, les pido desde el fondo de mi alma que paren; que dejen de
hacerse ese daño a sí mismos y a sus seres queridos.

Mis suegros son dos personas humildes que
lograron sacar a su hijo adelante con muchos sacrificios. No sé por qué una
persona educada, profesional y con valores morales se deja llevar por un vicio
tan tonto y cuando es tan evidente que se está autodestruyendo.

Uno oye decir que la casa siempre gana. ¡El
casino no regala nada! solo redistribuye el dinero teniendo cuidado de quedarse
con una buena parte.

Si un día una persona se gana un millón de pesos,
yo le recomendaría que mirara a su alrededor; verá a otras diez personas que
han perdido dos millones cada uno. El casino se queda con el dinero y reparte
un poco entre unos pocos incautos para engancharlos.

Ese dinero que uno se gana, se lo han quitado a
otro igual a uno.

No me malinterpretes. No le veo nada de malo a
probar suerte de vez en cuando. Mucha gente juega a la lotería o va a los
casinos. La diferencia está en cómo juegan. No se dejan controlar por la
máquina.

Un ludópata puede pasar horas, días o semanas
clavado en una silla pensando que está a punto de ganar.

Una persona normal, pasa un par de horas jugando
y se retira a tiempo.

A las mujeres que tienen novios ludópatas les
digo: apoyen a sus novios durante un tiempo prudente, por ejemplo un año, motívenlo
a buscar ayuda, regálenle un libro de superación y otro de manejo de finanzas
básicas. Ayúdenlo a distraerse, vayan a cine, escuchen música, cocinen en casa
platillos gourmet, vayan al gimnasio… pero si pasa un año y no ven resultados…
¡Déjenlo!

La ludopatía lleva consigo una serie de
maldiciones como deudas, mentiras, pleitos, desgaste físico y emocional, angustia,
ansiedad, frustración y desesperanza.

La vida es corta y no se puede desperdiciar a
lado de un hombre que no valora lo que tiene; un hombre que se acostumbra a
perder no tendrá problemas en perder a la mujer o a la familia. Para él será
normal; lo mismo que siente al perder su dinero y su tiempo.

Espero que estos casos hayan sido
ilustrativos acerca de la problemática del juego. Me gustaría extenderme mucho
más, pero la idea no es dormirlos, sino darles un abrebocas sobre este tema.

Algo importante que vale la pena resaltar,
es que la adicción es progresiva, irreversible y mortal. Es decir, que una
persona con un comportamiento compulsivo o pensamiento obsesivo, cualquiera que
éste sea, si no busca la ayuda adecuada, es muy poco probable que con el paso
del tiempo vea su problemática disminuir o permanecer estática. También es muy
poco probable que sus problemas disminuyan. Cada año que pasa los problemas
serán peores, la laxitud de su moral irá aumentando y se irá viendo a sí mismo
cometer actos que hagan daño a sí mismo o a otros, que en un pasado ni siquiera
concebía.

Todo esto seguirá ocurriendo hasta que «toque
fondo». En el lenguaje de la recuperación, «tocar fondo» es llegar a un punto
en el que no se puede descender más.

¿Cuál es el fondo? ¿En dónde queda el
fondo? Es una opinión subjetiva. Cada quién decide cuál es su fondo. Para
algunos puede ser la cárcel, para otros la pérdida de una parte de su cuerpo,
para otros la vergüenza de sus propios actos.

He conocido a una persona que buscó ayuda
para dejar de jugar, sin haber perdido dinero. Solamente porque al hacer
cuentas del tiempo que perdió jugando cartas ocho horas a la semana durante tres
años, se dio cuenta de que era más que un semestre laboral. ¡Seis meses que
hubiera dedicado ocho horas diarias de lunes a viernes a hacer algo! Si hubiera
dedicado ese tiempo a sacar adelante alguno de los proyectos personales,
estaría mucho más cerca de sus sueños.

Por otro lado, he conocido a otras personas
que han quedado en la ruina total. Han perdido todos sus bienes, su reputación,
su familia y hasta la ropa que tenían puesta… y aún así han seguido jugando. He
conocido a personas a quienes lo único que las ha llevado a detener su
deterioro progresivo…

ha sido la
muerte.

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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