Cuando Mauricio recibió una BlackBerry como premio por su
dedicación al trabajo hace más de tres años, jamás se imaginó que su vida se
iba a convertir en la cárcel de ansiedad y soledad en la que terminó encerrado.

Él tenía propensión a obsesionarse con diferentes cosas y a
formar hábitos compulsivos. Cuando era estudiante, fue adicto a los
videojuegos; cuando va del trabajo para la casa, siempre hace una estación en
la misma tienda se come un Kumis y un Choco ramo, y luego se fuma un cigarrillo;
todas las mañanas necesita dos tazas de café para poder comenzar el día y
después del baño hace el «ritual del talco»: se acuesta sobre una toalla y se
echa talco en todo el cuerpo.

A pesar de todo, su esposa siempre pensaba que era un hombre
brillante y original; un poco excéntrico, pero adorable.

Una noche llegó con el BlackBerry en su caja. Lo miró, trató
de leer el manual, le pareció que era más fácil aprender a volar una avioneta,
lo guardó en el maletero del closet y se olvidó de él por cerca de un mes.

Después de que su jefe le preguntó varias veces cómo le
había ido con el nuevo teléfono, decidió sacarlo y aprender a usarlo.

En la oficina ya le habían puesto un plan de datos. Entonces
pidió ayuda para configurar sus cuentas de correo electrónico y redes sociales…
y desde ese momento comenzó un cambio en sus hábitos.

Cada vez que tenía la señal de «mensaje nuevo» tenía que
revisar lo que recibía. Esto comenzó a afectar su sueño, vida conyugal, social
y laboral. Una vez su esposa lo encontró a las tres de la mañana leyendo un
documento que le habían enviado y le dijo: «Definitivamente estás muy mal.
Necesitas ayuda».

En las juntas, o mientras hablaba con una persona, veía con
impotencia como sus ojos se desviaban hacia su BlackBerry cada vez que éste
vibraba, y dejaba de poner atención a su interlocutor para leer el último spam que había recibido en cualquiera de
las seis cuentas de correo electrónico que tenía configuradas. Vivía pendiente
de sus mensajes todos los días, incluyendo sábados, domingos, festivos, vacaciones,
navidad y año nuevo. Se decía a sí mismo que era muy importante; que era su
trabajo; que tenía que estar conectado.

Una noche salió con su esposa a celebrar el cuarto aniversario
de matrimonio. Mauricio puso su BlackBerry sobre la mesa, y comenzó a leer
mensajes, mientras le decía a su esposa que siguiera hablando, que él la estaba
escuchando. Después de un rato, su esposa le ordenó con cara de disgusto que lo
apagara. Fue la primera vez en más de año y medio que estuvo desconectado.

Sus manos comenzaron a sudar. No se podía concentrar en la
conversación con su esposa. En su mente taladraban obsesivamente los
pensamientos: «¿Y si me necesitan urgentemente? ¿Qué tal que me envíen un
mensaje importante? ¿Qué tal que pase algo?». Su esposa notó su tensión, su
risa nerviosa, sus comentarios fuera de lugar y aquella noche acabó en
desastre.

Mauricio no volvió a hablar. En las fiestas y reuniones
sociales, simplemente se refugiaba en su BlackBerry con la excusa de tener que
leer documentos muy importantes que tenía que estudiar para la junta del día
siguiente, o de contestarle a un cliente muy importante (si no lo hacía, podía
perderlo), o de resolver un problema urgente (si no lo hacía, se podía
derrumbar el mundo a su alrededor).

Una noche, su esposa no aguantó más. Le dijo que estaba
cansada de su autismo, le arrebató el BlackBerry y lo arrojó al inodoro. Esa
fue la única vez en su vida que estuvo a punto de golpearla.

Su esposa le dio un ultimátum pidiéndole que escogiera entre
su trabajo o ella. Mauricio pensó que no podía desconectarse del trabajo, pero
no dijo nada.

Los primeros días sin su BlackBerry fueron una pesadilla.
Ansiedad, insomnio, falta de apetito, diarrea, intolerancia… pero eso le hizo
darse cuenta de que en realidad estaba padeciendo una adicción; pensó que no
podía ser normal y en ese momento llegó pidiendo ayuda.

En este momento Mauricio vive una vida normal. No perdió a
su esposa, tiene otra BlackBerry para sus asuntos de trabajo, pero en las
juntas, reuniones y apenas termina su jornada laboral la apaga y continúa
usando un celular pequeño, que es el que tiene para no desconectarse de su
familia y amigos.

Se ha dado cuenta de que el mundo no se derrumba si él no
revisa su correo a las once de la noche, ni pierde a sus clientes si no les
contesta los mensajes un domingo a las nueve de la noche. Todo el mundo puede
esperar hasta el día siguiente en la mañana, cuando comienza su jornada
laboral.

Ha tenido que trabajar además otros aspectos de su
personalidad, como su timidez y algunos miedos sociales, pues ha descubierto
que esa es la raíz de su adicción al trabajo y por supuesto… al BlackBerry.

Ahora todo el mundo elogia la
seguridad con la que habla y lo felicita por las competencias de líder que ha
ido adquiriendo y por su eficiencia en el trabajo. Él se sorprende, pues lo
único que ha hecho es levantar la cabeza, mirar a la gente a los ojos y apagar
su BlackBerry.

Patricia es una mujer joven, activa y atractiva. Tenia una
gran vida social (en las redes sociales).

Desde que compró su iPhone, chateaba con sus amigos todo el
día, se tomaba fotografías en la peluquería, en el restaurante o cuando estaba
de compras. Compartía sus cambios de look, sus vestidos nuevos, sus viajes, y
sus logros. Publicaba imágenes en las que siempre se podían ver un acercamiento
de su cara, el brazo con el que tomaba la foto, y de fondo lo que ella quería
mostrar: Un grupo de amigos, un paisaje, una fiesta, una ceremonia de grado,
etc.

Se tomaba fotos cuando estaba en situaciones graciosas, como
cuando le estaban haciendo las iluminaciones en el salón de belleza, con el
gorro de látex y el pelo lleno de aluminio, cuando se sentía hermosa o
provocativa, como un día que se tomó unas fotos frente al espejo del gimnasio
en trusa y después de haber hecho ejercicio.

Era experta en hacerse autorretratos en situaciones
envidiables. Esquiando en la nieve, montando en camello en el desierto, en la
playa, frente a un río o en la cima de una montaña.

Sus amigos le decían súper Patricia, pues sus imágenes la
mostraban haciendo actividades diferentes y muy interesantes.

Patricia proyectaba una imagen de éxito y plenitud. Todos
sus amigos del colegio y la universidad la veían muy bien y satisfecha con la
vida… pero su realidad era muy diferente. Todas las noches llegaba a su
apartamento de soltera y cuando cerraba la puerta, sentía la soledad infinita
de no tener a nadie cerca, ni siquiera a sí misma. Tenía que estar chateando
con alguien o recibiendo cumplidos por las imágenes o mensajes que publicaba, o
de lo contrario se sentía vacía y que nadie la quería.

El iPhone era un instrumento para evitar la soledad, pero al
mismo tiempo se convirtió en una maldición que le impedía estar consigo misma y
relacionarse con los demás.

Poco a poco fue perdiendo habilidades sociales. Cuando la
invitaban a una reunión, terminaba clavada en su celular, leyendo, navegando,
chateando, viendo películas y haciendo todo menos hablar con los demás. Sus
interlocutores la miraban asombrados cuando lanzaba sus risotadas fuera de
contexto porque alguien le había dicho algo gracioso por el chat. Finalmente,
para lo único que se integraba con los demás, era para tomar la foto en la que
aparecía con el grupo y se veía muy feliz en una fiesta. Luego la publicaba en
todas las redes sociales y sus contactos veían cuán feliz era… ¡hasta su
intento de suicidio!

Por fortuna no logró su propósito y tuvo una segunda
oportunidad. Se dio cuenta de que tenía que hacer cambios en su vida.

Como hemos visto en artículos anteriores, la adicción al iPhone
era solamente el reflejo de una problemática mucho más profunda.

Patricia tuvo que escarbar en sus entrañas y descubrir por
sí misma qué era lo que le impedía socializar y la hacía esconderse detrás de
ese pequeño aparato. Tuvo que enfrentar sus miedos y comenzar a detectar
algunos aspectos disfuncionales de sus relaciones, que hacían que éstas le
produjeran estrés.

A pesar del temor inconsciente que le producían las
relaciones, añoraba conscientemente relacionarse sanamente con las personas;
eso le permitió comprometerse con ahínco con su recuperación.

Lo que más trabajo le ha costado, ha sido mejorar la
relación consigo misma. Detectar y confrontar y debilitar a esa mujer que hay
dentro de sí, que todo el tiempo le dice que es fea, que nadie la va a querer,
que no vale, que va a fracasar, que no es digna de ser amada, que no es
competente, ni capaz, etc.

Actualmente, Patricia es
consciente de que tiene mucho camino por recorrer; pero mira a sus amigos a los
ojos, tiene varios pretendientes, ya no siente un corrientazo ni se eriza
cuando alguien toca el dorso de su mano, no contesta el iPhone cuando está
hablando con alguien y no se ha vuelto a sentir infinitamente sola cuando llega
a su casa por las noches.

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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