¿Se puede ser adicto a soñar? ¿Cómo toca fondo un adicto a
soñar? Quienes han tenido ese problema… ¿Deben dejar de soñar?

¿Cómo se trabaja sobre esta problemática, de la que no se
habla mucho, pero de la cual cada vez aparecen más y más casos?

Veamos la historia de Gustavo y saquemos nuestras propias
conclusiones…

 

Ramiro Calderón

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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Mi nombre es Gustavo y soy adicto a soñar.

Todos soñamos, es cierto. Yo comencé desde niño. Pero no todos lo
hacemos compulsivamente. No todos buscamos soñar para escaparnos de la
realidad. Yo sí. A mí se me volvió un problema peor que la marihuana o el
bazuco. Lo grave de esto y que lo hace tan peligroso, es que la droga está
dentro de mí. No tengo que salir a buscar al jíbaro, no tengo que gastar
dinero, no tengo que buscar el momento adecuado. Simplemente, en cualquier
momento, puedo desconectarme de la realidad y pasar a vivir en mi mundo de
fantasía.

Si escribiera mis fantasías, de pronto me podría convertir en un
escritor famoso. Pero no escribo, porque me la paso soñando. Sueño con mundos
hermosos y glamorosos, con realidades en las que soy competente y capaz, en las
que soy amado y deseado, mientras me rodeo de fracaso, de rechazo y mi vida se
desmorona a mi alrededor.

Así ha sido siempre. Recuerdo que de niño soñaba con ser un héroe, con
ser querido y aceptado por todo el mundo. Siempre mis sueños han sido mejores
que mi maldita realidad. Era un niño solitario y diferente. Mientras todos los
niños jugaban fútbol en el recreo, yo caminaba dándole vueltas a la cancha y
soñando con convertirme en una estrella que se ganara la admiración de todo el
mundo. No tenía amigos, no hablaba con nadie, a veces pasaba días sin hablar
con otros niños en el colegio. Luego llegaba a la casa y me encontraba con las
exigencias de mis padres. Siempre podía ser mejor, más atento, mejor
estudiante…

El estudio se me facilitaba. También era bueno para los deportes,
especialmente los que dependieran solo de mí. En los que no tuviera que
interactuar con un equipo. Me gané varias medallas en natación. Era muy bueno
en atletismo. Cuando tocaba darle diez vueltas al colegio, llegaba de primero.
Siempre me ganaba los concursos de cuento (gracias a mi imaginación) y los de
ortografía.

Pero me sentía el joven más solo y abandonado del mundo. Soñaba con
pertenecer al grupo Menudo. Fueron muchas las veces que me encerré a construir
en mi mente los viajes en avioneta privada con el grupo, las recepciones que
nos hacían las fans, en las diferentes ciudades y la súper-casa que me iba a
construir con los ingresos por los conciertos y las ventas de los discos. Luego
me estrellaba contra mi dura realidad de soledad e incomprensión.

Fueron pasando los años, pero yo no maduraba ni progresaba. Estudié
ingeniería industrial sin mayores contratiempos, pero dedicaba más tiempo a
soñar que a estudiar. En esa época universitaria encontré dos nuevos
estimulantes para soñar, que me permitían hacerlo por horas y horas: Vivía a
treinta y ocho cuadras de la universidad, pero me iba y me devolvía a pie;
además, comencé a comprar lotería.

Las caminatas me permitían desconectarme del dolor que me producía mi
realidad y ser yo, y transportarme a unos mundos maravillosos que construía en
mi cabeza. Por otro lado la compra de la lotería me permitía, con quinientos
pesos, mantener una ilusión durante toda una semana.

Me emocionaba pensando en todo lo que iba a hacer con el dinero que me
entrara por la lotería en la semana siguiente. Veía lotes, soñaba con las casas
que me iba a construir en cada uno de los lotes que veía, en la forma como las
iba a decorar y en las fiestas maravillosas que iba a hacer, llenas de amigos,
con amantes hermosísimas y sobre todo, en mis sueños yo era el centro de
atracción.

Mientras tanto, la vida real era lo opuesto a mis sueños. En la
universidad yo era un número. Cuando leía historias de judíos en los campos de
concentración en las que decían que ellos eras solo números y sus vidas no
valían nada, me sentía completamente identificado.

Yo era un ser invisible e indiferenciado. No me destacaba en el
entorno. Ni siquiera entre objetos inertes o inanimados. Yo podía perfectamente
ser usado como un aditamento más en la decoración de un salón, de no ser porque
me habrían botado por ser un aditamento feo.

Así era mi percepción de mí mismo, el mundo y la vida, y por supuesto,
la mejor forma de escapar de ese infierno era transportarme a mis mundos
privados en donde era amado, respetado, notado y admirado.

Mientras tanto, la vida seguía transcurriendo. Mis compañeros vivían
sus vidas, con todos los placeres y dolores, y yo vivía en mi mundo virtual.
Mis compañeros se enamoraban, terminaban las relaciones, se cortaban las venas
por el desamor… y yo mientras tanto me masturbaba pensando en el amor con
mujeres hermosas, pero creadas en mi cabeza.

Después, en la vida profesional mis compañeros de universidad
comenzaron a casarse con mujeres a las que amaban, a sentir el amor, la unión y
el placer de construir un proyecto de vida con otra persona… y yo continuaba
masturbándome en mi soledad, soñando con ganarme la lotería, pero incapaz de
invitar a un café, a aquella chica que me gustaba.

Tuve algunas novias, pero estaba enamorado de mujeres que no existían;
que solo podían vislumbrarse en el mundo virtual que había creado para mí.

Tuve una relación sentimental con una chica que supongo que quiso
salvarme. Creo que mi timidez me hacía ver como un perrito cojo y tierno que
uno encuentra en la calle y que quiere levárselo a casa y sanarlo. No llegamos
a compenetrarnos porque en los momentos de intimidad yo me aislaba. Me
desconectaba y me transportaba a mi mundo. Me sentía incapaz de mostrarme como
era, con mis debilidades, dolores, sueños y esperanzas. Temía que descubriera
cuán pobre, débil y digno de lástima era yo, y que me abandonara.  Ella me dijo muchas veces que quería entrar a
mi mundo. Que la dejara. Finalmente se cansó de sentirse excluida y me dejó. Me
dolió muchísimo. El abandono era lo que más temía y lo que menos quería, pero
al final fue lo que yo mismo provoqué.

Luego me leí un libro que se llamaba «El Secreto», que decía que con
solo pensar en las cosas, yo las iba a atraer a mi vida. Comencé a censurar mis
sueños. Si había sueños que pudieran atraer cosas negativas a mi vida, los
reprimía inmediatamente. En cambio, les daba rienda suelta a los sueños que
podían atraer cosas hermosas a mi vida.

Pasaba mucho tiempo haciendo un esfuerzo consciente por soñar y traer
cosas positivas a mi vida… pero nada funcionó.

Me deprimí. Sentí que yo era el único a quien no le funcionaba el
secreto. Jamás pensé que por estar soñando me estaba privando de actuar. Que
las acciones son las que finalmente atraen las cosas buenas o malas a mi vida.
Que mis acciones, que eran prácticamente nulas, no podían traer sino desgracia,
ruina y abandono a mi vida.

Creo que toda mi vida había estado en depresión, pues siempre lloraba
con el menor motivo. Una película, una escena conmovedora en la calle, o un
cuento; a veces, sin razón alguna. Pero lo que llamo el período de depresión,
fue un período de tres años en el que todas las noches llegaba a mi apartamento
a llorar en medio de mi soledad y mi desgracia. Lo único que me sacaba
temporalmente de mi depresión era ilusionarme con que iba a ganar la lotería e
iba a ser amado. Claro que la lotería no era suficiente. Yo no necesitaba
solamente dinero para ser feliz.

Comencé a construir y perfeccionar una fantasía. Soñaba que un día yo
llegaba al parqueadero de un centro comercial bien concurrido de la ciudad.
Apenas me bajaba del carro, llegaba un ovni sobre mi cabeza y me lanzaba un
rayo de luz muy potente que se veía más brillante que la luz del día. Ese rayo
me levantaba del suelo unos tres metros, pero no me llevaba hacia la nave. Así
me tenían durante unos ocho días. La gente se aglomeraba frente al ovni
preguntándose qué me estaban haciendo, pero no podían sacarme del rayo de luz,
ni hacerle nada al ovni porque una especie de campo invisible les impedía pasar
de cierto punto. Luego llegaban los medios de comunicación, y transmitían por
televisión a todo el mundo lo que me estaba sucediendo a mí. Mientras tanto, yo
me iba transformando lentamente y frente a las cámaras de televisión en el
hombre más buenmozo y deseable del mundo. También iba recibiendo de parte de
los extraterrestres, todo el conocimiento del mundo, todos los idiomas, la
historia universal, los adelantos en cada una de las ramas de la tecnología, y
toda la sabiduría tanto de este mundo como del de ellos. Todo eso, para que
cuando yo fuera el hombre más atractivo y sabio del mundo, de todas maneras
todo el mundo supiera que era yo. Entonces los gobiernos del mundo me
contrataban como asesor y yo cobraba millonadas por dar conceptos a países y
grandes multinacionales.

Fueron muchas las horas que desperdicié construyendo esos sueños y
tratando de escaparme de mi realidad y del odio hacia mí mismo que en primer
lugar era lo que hacía mi vida tan lóbrega.

Un día, finalmente me di cuenta de que no podía seguir viviendo así.
Decidí suicidarme, pero por fortuna, busqué ayuda y me suicidaría en caso de
que ese último cartucho no funcionara… pero funcionó.

No ha sido fácil. He tenido síndrome de abstinencia de mis sueños. He
sentido ansiedad, vacío en el estomago, intolerancia y todo mi cuerpo suda…
pero estoy viviendo por primera vez. Finalmente la vida no me pasa por el lado,
sino estoy sumergiéndome en ella de lleno y me doy cuenta de que es mucho mejor
que el mejor de mis sueños. Además estoy trabajando sobre esos pensamientos que
alteran la percepción de mí mismo y del mundo que me rodea. Estoy muy
esperanzado porque he descubierto que soñar no me hace daño. Lo que me afecta
es hacerlo compulsivamente y dejar las acciones a un lado por estar soñando.
Estoy actuando y además aprendiendo a vivir feliz sin necesidad de escaparme de
mi realidad.

Ya he logrado unas pocas cosas. Estoy comenzando a escribir, lo cual
creo que es una forma constructiva de soñar, y cambié el trabajo monótono que
tenía, por otro un poco más desafiante. Todavía no tengo pareja, pero hay una
chica que me gusta y estoy seguro de que muy pronto la invitaré a un café.

Quiero invitar a quienes lean esto, a que sigan teniendo sueños, pero
no se queden solamente ahí. Solamente las acciones llevan a los sueños a
convertirse en realidad. Y quienes sientan que se están matando lentamente con
sus sueños, los invito al grupo de apoyo para superar la postergación y el
aislamiento compulsivos. Esa fue mi salvación.

Si deseas compartir tu opinión, experiencia, fortaleza y esperanza acerca del manejo de alguna adicción, siéntete libre de hacer un comentario al final de este blog, o escribiéndome a calderon.ramiro@gmail.com

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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