No me refiero al control remoto del televisor.

Esta historia habla de la necesidad de estar controlando
todo alrededor de la persona; trae conflictos con los demás y frustración
porque el entorno jamás se comporta como la persona quiere que lo haga.

«No debo buscar cómo cambiar al mundo, sino más bien cómo
cambiar yo y mis actitudes». Esta es una de las consignas de uno de los
programas de recuperación para trabajar sobre esta adicción.

Si queremos saber un poco más sobre esta adicción, podemos
leer la historia de Maritza a continuación…

 

Ramiro Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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Comencé a tener conciencia de mi necesidad de controlar el día en que
estaba metida hasta el cuello en una relación sentimental. Todo el tiempo
pensaba en lo feliz que sería si tan solo él cambiara. Solo necesitaba que
fuera un poco más expresivo; que mostrara más compromiso con la relación; que
mostrara más agrado al estar conmigo; que se involucrara en mis planes hacia el
futuro; que me llamara más a menudo; que me dedicara tiempo; que prefiriera
estar conmigo a salir con sus amigos los viernes.

Como respuesta a mis constantes reclamos porque sus acciones distaban
mucho de lo que yo necesitaba para ser feliz, él me pedía que no lo asfixiara
más; que me bajara de su espalda; decía que a cada momento que volteaba a mirar
me encontraba a mí respirando sobre su oreja.

No sabía que de esa manera estaba renunciando al poder que tengo sobre
mi propia felicidad. Estaba dándoselo a otra persona.

Además, el control nunca ha funcionado. Creí por un tiempo que sí. Que
podía manipular a las personas para que hicieran lo que yo quería que hicieran.
Pero lo que en realidad sucedía la mayoría de las veces, era que las personas
reaccionaban a mi control haciendo exactamente lo contrario a lo que yo quería
que hicieran.

Yo me amargaba porque trataba infructuosamente de controlar todo. Era
como los jugadores de boliche que después de que lanzan la bola pujan y se
retuercen para lograr que la bola se desvíe y vaya hacia donde ellos quieren.
No importan las muecas, pujos y gritos que den, la bola seguirá su curso. No he
visto la primera bola de boliche que cambie su curso porque el lanzador se tira
al suelo, llora, puja, dice groserías o patalea.

Así son las personas. Cada quien está en el momento de su vida en el que
debe estar. Seguirá su rumbo hasta que aprenda las lecciones que tenga que
aprender y él mismo decida cambiar.

En mi caso, no importaba cuánto tratara yo de hacer que viera «la
verdad», que aprendiera «la mejor manera», que pensara con «lógica», que
tuviera algo de «sentido común». Todas esas no eran sino formas de disfrazar mi
deseo de que viera e hiciera las cosas como yo creía que deberían verse y
hacerse. La única forma válida, verdadera, lógica y con sentido común… ¡la
mejor!

Hasta cuando hacía esfuerzos conscientes por no controlar… controlaba.
Simplemente reprimía las manifestaciones externas de mi control. La
manipulación, la rabia, el llanto, en fin, todo lo que utilizaba para que los
demás hicieran lo que quería que hicieran. Pero me pillaba a mí misma pensando:
«Que no lo diga… que no lo diga… que no lo diga» y haciendo la misma fuerza,
experimentando la misma tensión y haciendo el mismo pujo que cuando estaba
tratando de que una persona se comportara como quería que lo hiciera.

No podía ver a mi novio lavando la loza sin hacerle una observación
sobre cómo se debería hacer correctamente. Una vez tuve consciencia, trataba de
controlar o reprimir mi control, pero siempre terminaba aflorando. Lo hacía de
formas tan sutiles, que a veces ni lo notaba, pero terminaba recibiendo la
respuesta agresiva de quien sentía mi control.

Le preguntaba a mi novio: «¿Por qué te pusiste esa camisa?» o «¿Por qué
contestaste así a la persona que te llamó al teléfono?».

Él se enfurecía con esas preguntas y yo siempre le contestaba poniendo
mi mejor cara de víctima: «¿Ahora no puedo ni hacer una preguntita inocente?» y
se formaba la pelea.

Hablo en pasado, como si estuviera completamente recuperada, pero la
verdad, todavía me falta mucho. Ya no sufro tanto, ya volví con mi novio y
estoy reconstruyendo mi vida, pero el fondo que toqué fue tenebroso.

Ahora, cuando trato de controlar con preguntas él me dice: «¿De verdad
necesitas que te explique por qué me puse la camisa que quería?» o «¿Necesitas
una explicación de cómo hablo por teléfono? O estás tratando de controlarme y
de que diga lo que quieres que diga».

Cada vez sale a la luz una nueva forma de controlar, veo lo sutil e
insidiosa que es esta problemática y lo impotente que soy ante ella.

De alguna manera, me he dado cuenta de que lo que hay debajo de todo el
control es soberbia y miedo. Soberbia porque pienso que solo hay una forma de
ver el mundo y hacer las cosas: la mía. Y miedo, porque temo encontrarme con
imprevistos. Por eso quiero que todo sea como yo quiero que sea. No dejo que la
realidad fluya. No acepto y disfruto lo que la vida me manda. Lo único que hago
es tratar de que el mundo sea como yo creo que debería ser para que las cosas
salgan como yo quisiera que salieran.

Por las noches me acuesto exhausta, porque no te imaginas la energía
que consume tratar de controlar el mundo. Siento que estoy cargando un piano
sobre mis hombros todos los días.

Me duelen los músculos de la espalda, los de la columna, tengo espasmos
detrás del cuello. Esto sucede porque estoy tensionando inconscientemente mis
músculos todo el tiempo… Y eso que ya estoy mucho mejor ¡imagínate cómo era
antes!

Otra forma de controlar que utilizaba era invalidar la forma como los
demás hacían las cosas. Mi novio siempre me decía: «¿Me crees tan inútil que no
puedo hacer nada bien? ¿Ni siquiera un huevo frito? Siempre estás diciéndome
que hago todo mal».

Me he dado cuenta de que la gente no hace las cosas mal. Simplemente
las hace diferentes. El problema es que yo, por tratar de que los demás
hicieran las cosas a mi manera, criticaba su forma de hacerlas. Y eso suscitaba
rechazo.

Ahora sonrío mientras recuerdo una de las formas de controlar a mi
novio. Lo llamaba y le decía que iba a colgar y que no iba a volver a saber de
mí. Entonces él hacía lo que fuera que yo le imponía… Hasta que se cansó. Ese
momento fue muy doloroso para mí. Ahí sentí la ingobernabilidad de mi vida en
todo su esplendor. Recuerdo mucho cuando decidió distanciarse de mí: Lo llamé y
le dije que iba a colgar, y él me dijo que bueno, que él no quería volver a
saber nada de mí. Entonces le dije: «Voy a colgar en este momento» y él me
dijo: «¡Listo! ¡Hasta nunca!». Entonces colgué… y a los treinta segundos volví
a llamarlo para decirle que ahora sí iba a colgar para siempre.

Así duramos como cinco minutos, durante los cuales lo llamé diez veces.
Estaba absolutamente desconcertada porque él no mordía el anzuelo. Por eso volvía
y volvía a intentar lo mismo una y otra vez, como si estuviera interpretando un
número cómico. Él ya había aprendido a no engancharse con mi manipulación.

En realidad, en control me trajo más problemas en la vida que a algunos
alcohólicos con quienes he tenido oportunidad de compartir.  Además de los problemas con las personas a
quienes trataba de controlar, el problema más fuerte era conmigo. Vivía
amargada. Sentía una ira incontrolable porque mis compañeros de trabajo o
socios no hacían las cosas que se habían comprometido a hacer. Sentía la muerte
cuando la gente pasaba por encima de las reglas o cosas que imponía.

Un día me ofrecí para colaborar en la Junta de Acción Comunal del
barrio y lo único que gané fueron enemigos. En verdad, en el fondo me di cuenta
de que más que colaborar, lo que quería era controlar. Quería que hicieran las
cosas «bien», es decir «a mi manera».

Como todo el mundo terminaba rechazándome por mi control, fui a un
grupo de apoyo para mejorar las relaciones. Al poco tiempo quería cambiar la
forma como hacían todo en el grupo, quería ser la líder, comencé a enemistar a
unos con otros para lograr mis objetivos, y me pidieron el favor de que no
volviera.

Terminé perdiendo a mi novio, amigos y socios. Nadie quería
relacionarse conmigo para nada. Me marginaron peor que a un drogadicto de esos
que roban a todo el mundo.

Terminé sola, encerrada en mi apartamento, asomándome por la ventana a
insultar a los que pasaban en carro y pitaban y llamando a poner quejas a la
policía cada dos días. Parecía una loca. Si alguien de mi familia me hubiera
visto, estoy segura de que me habrían internado. Tuve que llegar hasta ese
punto para buscar ayuda. Al igual que el alcohólico que no podía parar de
beber, yo no podía parar de controlar a pesar de que el control me había
llevado a la ruina económica, emocional, sentimental y espiritual.

Hasta ahora estoy entendiendo que esto es una enfermedad y que aunque
no soy culpable de ella, sí soy responsable de mi recuperación.

Poco a poco estoy recibiendo bendiciones en este programa de
recuperación, que me están retroalimentando positivamente en mi propósito de liberarme
de la necesidad compulsiva de controlar.

Al principio, solamente salían a la conciencia los aspectos más
notorios y negativos de mi control. Eso era parte del proceso. No me liberé del
control en un instante. Sólo se hizo consciente y comenzó a dolerme y a
molestarme cada vez más.

También se fueron los resentimientos y el dolor por quienes me habían
abandonado. Me di cuenta de que tenían que irse para protegerse de mi control…
y me dolió más el control. Y trataba de controlar, pero no podía, hasta que un
día sentí en el fondo del corazón la impotencia ante mi control. Y ese día, por
arte de magia, gracias a Dios en primer lugar y al programa de recuperación en
segundo lugar, el control comenzó a disminuir.

Actualmente estoy intentando rehacer mi vida. Mi novio ha vuelto y
reconoce mi mejoría. No reprimo mi control, sino he dejado de hacerlo porque en
el fondo se que si en algún momento me dio la ilusión de que al disminuir la
incertidumbre el miedo desaparecía, en otro momento casi acaba con mi vida y
conmigo. He aprendido lo que en el programa llaman «soltar».

Claro que mientras integro completamente esta nueva forma de ver y
aceptar al mundo, el control trata de volver de formas diferentes y más
sutiles; pero estoy segura de que con la ayuda de Dios, pronto lo habré dejado
completamente.

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Espera el próximo viernes a las
11:30 am, Adicción al alcohol

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