Esta es una de las adicciones sobre las que hay más material
escrito. Hay testimonios, estudios y una gran trayectoria terapéutica con
excelentes resultados que han acumulado los Alcohólicos Anónimos. Sin embargo,
he recibido peticiones de lectores que desean que la aborde con el estilo
particular que se maneja en este blog.

Así que espero que esta contribución enriquezca en algo el
gran compendio de conocimiento que ya hay sobre este tema.

Te invito a leer la historia de Humberto a continuación…

 

Ramiro Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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La literatura mundial está ya bastante llena de historias de sangre y
lágrimas, como para yo contribuir con algo nuevo, pero contaré mi historia. Yo
era un niño bastante solitario. Era callado, juicioso, inteligente, pero
gobernado por el miedo.

Estudiaba en un colegio de hombres y veía a otros niños espontáneos que
jugaban, hacían travesuras, que no tenían problemas para relacionarse y me daba
envidia, pues yo pasaba los recreos solo, o con otros dos niños que, como yo,
se «destacaban» por ser callados e invisibles.

Vivía tratando de mostrar al mundo que yo valía; soñaba con la gloria y
la fortuna, porque en el fondo sentía que no valía nada. Trataba de ser
perfecto; de sacar buenas notas, lo cual no era un problema para mí, de ser
bueno en educación física, lo cual era un tremendo problema, y de destacarme en
otras áreas como canto, baile o tener un hobby atractivo y rebuscado como la
cría de escarabajos Dynastes Hercules y Dynastes Neptunes.

A los trece años me propuse escribir un libro sobre mi vida. Comencé a
escribirlo varias veces, pero abandoné el proyecto porque me pareció que a
nadie podía interesarle la vida de un joven invisible como yo.

Cuando mis compañeros comenzaron a tener novias, yo me aislé más. No
podía conectarme con esos sentimientos de los que hablaban. El sentimiento
predominante que yo experimentaba era el dolor. Siempre que trataba de sentir
algo, sentía dolor. Dolor por mi vida, por mi situación, por mi soledad y mi
timidez.

Un día, a los catorce años, en una fiesta, me quedé solo, sentado al
lado de los pasabocas y el trago, mientras los demás se divertían. Decidí
probar un trago de aguardiente. La mayoría de mis amigos ya tomaban alcohol,
pero yo nunca lo había probado.

Me supo horrible. Me entró como un gato en reversa arañando todo mi
esófago. Fue una de las sensaciones más horribles que he tenido en mi vida…
seguida de una de las más hermosas. A los dos minutos, la música no me parecía
tan estridente, los chicos y las chicas no me parecían tan antipáticos, comencé
a hablar con naturalidad y espontaneidad, ¡inclusive era chistoso!

Esa noche bailé, hablé interactué, me integré, me dijeron que yo tenía
unos apuntes agudos y graciosísimos, en fin, encontré lo que había estado buscando
durante toda la vida.

Fue un amor a primera vista. Por primera vez no me sentí solo. Por
primera vez no era el muchacho inadecuado. No solo sentí que pertenecía, sino
sentí que era el centro de la reunión.

Esa noche llegué a mi casa y me pregunté a mí mismo cómo había podido
pasar tanto tiempo sin haber conocido ese elíxir mágico. Cómo había podido
sobrevivir tanto tiempo sin ese líquido maravilloso que quitaba la sed del alma.
Quería volver a ingerirlo cuanto antes.

A partir de ese momento, me sentí perfecto. Era buen estudiante, bueno
para los deportes, bueno para muchas otras cosas, y finalmente me destacaba en
algo para lo que nunca había sido bueno en la vida: para socializar.

Todos los fines de semana me invitaban a reuniones; recibía llamadas
telefónicas, dejé de ser el muchacho solitario y estudioso, para convertirme
poco a poco en una especie de líder. Mis sueños más secretos se estaban
convirtiendo en realidad.

En ese momento, jamás se me ocurrió pensar que el remedio a todos los
problemas de mi vida, sería unos años más tarde, la causa de todos mis
problemas y el origen de mi perdición.

¿Cómo ocurrió eso?

Mis padres, ambos hijos de alcohólicos, no veían con buenos ojos el
amor que yo manifestaba abiertamente hacia el alcohol. Me decían que no era
bueno depender del alcohol. Inclusive me llevaron a una reunión de Alcohólicos
Anónimos en la que me leyeron doce preguntas y llegué a la conclusión de que yo
no era alcohólico.

Era claro que los alcohólicos tenían problemas debido al alcohol. En cambio
yo era buen estudiante, querido y admirado por todos mis congéneres y sentía
que no tenía ningún problema.

Entré a la universidad y continué mi carrera alcohólica. Todavía no
sentía que tenía problemas. Me llegaron otros problemas, pero en su momento dije
que se debían a factores diferentes al alcohol. Por ejemplo, mi novia quedó
embarazada.

Éramos unos muchachos y no sabíamos lo que se nos venía encima.
Decidimos casarnos. Creímos que con el amor que nos teníamos, íbamos a superar
todas las adversidades. Ahora creo que habríamos podido hacerlo, si no hubiera
sido porque mi alcoholismo se metió en el camino.

Yo no estaba preparado emocionalmente para vivir con alguien y
compartir. No podía dar de mí. Quería profundamente a mi esposa, pero no estaba
dispuesto a dejar de salir con mis amigos los fines de semana. No quería dejar
de fumar, no quería dejar de poner música a todo volumen.

Mi esposa embarazada comenzó a reclamarme. Yo sentía que se había
vuelto intolerante e irascible. Con el tiempo me he dado cuenta de que ella sí
estaba madurando y preparándose para el cambio de vida que implicaba tener a un
bebé en la casa. Pero yo era otro bebé y no entendía.

Alcanzó a nacer mi hijo y sentí el amor infinito que uno puede sentir
hacia la sangre de su sangre… y pocos meses después se acabó el matrimonio.

Sentí la tristeza infinita, la soledad devastadora y finalmente tenía
excusa para beber todo lo que quisiera, sin que nadie me molestara la vida.

Me quería morir. No tenía ninguna razón para seguir viviendo. Sentía un
dolor que no me permitía ni respirar. Me dolía el alma desde que me levantaba,
hasta que me acostaba. Quería estar dormido o anestesiado todo el tiempo.
Comencé a beber solo. Bebía para comenzar el día, para ir a clases, para ir al
trabajo, y para dormir.

Comencé con una taza de leche con un poco de brandy cuando me
levantaba, que poco a poco fue transformándose en una mezcla que contenía cada
vez más brandy y menos leche, hasta que terminé tomándome un vaso completo de
brandy para comenzar el día.

En ese momento ya había perdido el control, pero todavía me faltaba
perder mucho más para «tocar fondo».

Terminé mi carrera con una gran dificultad. Nunca se me dificultó
aprender. Lo que me costaba trabajo era levantarme de la cama para cumplir con
mis obligaciones tanto en la universidad, como en el trabajo.

Me castigué a mí mismo no asistiendo a la ceremonia de graduación.
Reclamé el diploma por ventanilla y seguí trabajando y muriéndome por dentro.

Mientras tanto, mi hijo fue creciendo sin un padre que con la excusa de
que el dolor no lo dejaba ni moverse, no se preocupó por crear vínculos con él.

Un tiempo después perdí mi trabajo. A pesar de todo, yo era muy bueno
en mi trabajo. Me sentía sub-remunerado y explotado, por lo que pensé que esa
podía ser una oportunidad para conseguir algo mejor. En ese momento pensaba que
había perdido mi trabajo por una reestructuración y no por mi alcoholismo. Sin
embargo, me he dado cuenta de que aunque yo era muy competente y hacía muy bien
mi trabajo, también era soberbio y conflictivo, y no era un buen elemento
dentro del equipo.

Comenzó mi vida de alcohólico desempleado.

Conseguí una novia alcohólica y adicta al sexo que rápidamente se fue a
vivir conmigo. Mientras conseguía trabajo, vivíamos y bebíamos de lo que me dieron
de liquidación.

Bebíamos hasta embrutecernos cualquier día a cualquier hora. Durábamos
días y a veces hasta semanas encerrados, bebiendo, sin bañarnos ni vestirnos,
teniendo sexo, y pidiendo trago y comida a domicilio.

No puedo negar que lo disfruté. Sin embargo, en medio de mi
inconsciencia, no podía dejar de pensar que estaba desperdiciando mi vida y que
esa era una vida sin sentido ni futuro.

La ruina económica llegó inevitablemente.

Tuve que mudarme con mis padres nuevamente. En ese momento decidí pedir
ayuda. No volví a saber de mi novia. Ella tenía que estar ebria y teniendo sexo
todo el tiempo, y cuando me fui donde mis padres, ya no era un buen partido
para ella.

Llegué a Alcohólicos Anónimos hace siete años. Desde ese momento estoy
abstemio y he vivido los mejores días de mi vida.

Por el simple hecho de dejar de beber, mi vida mejoró en todos los
aspectos. Pero decidí no quedarme solamente ahí, porque el programa promete
mucho más. Promete que voy a vivir feliz sin necesidad de beber.

No es solo parar. El premio mayor está en ser feliz.

Durante el proceso me he dado cuenta de que tengo la tendencia a
engancharme en cualquier tipo de conducta compulsiva para escapar de mi
realidad.

Mi problema de fondo es el miedo y el dolor que me produce dicho miedo
por la incapacidad que me genera para reaccionar, para poner límites saludables,
para hacerme respetar; y mi vida se puede dividir en etapas en las cuales he
tenido que usar muletas para vencer el miedo, y etapas en las cuales he vendado
mis ojos para no ver que estoy siendo gobernado por el miedo.

Para vencer el miedo he usado alcohol, cafeína, bebidas energizantes,
medicamentos psiquiátricos, soberbia, falsos sentimientos de superioridad y
cualquier tipo de estimulantes. Todos esos me quitan la tendencia natural a
quedarme acostado en posición fetal en mi cama.

Para no ver que estoy siendo gobernado por el miedo, me he refugiado en
el sexo compulsivo, en la televisión, en la internet, en los brazos de mi
pareja de turno, en la comida, en la postergación compulsiva, en el
perfeccionismo, en fin, en cualquier cosa que me haga sentir bien, en un
momento en el que no esté poniéndole la cara a la vida; haciendo lo que siento
que debo hacer para crecer o salir adelante.

Siempre que esté aislado o dejando mis acciones para después; siempre
que me quede en mi zona de confort, lo más probable es que esté siendo
gobernado por el miedo. Y cualquier conducta que esté ejecutando
compulsivamente, me está haciendo sentir bien para que continúe en negación;
para que no haga nada por mí.

Al principio pensaba que tenía una tendencia congénita a ser adicto a
todo. Ahora, en recuperación, me he dado cuenta de que mi problema, al igual
que el de muchas personas, es el miedo.

Ahora creo que yo he tenido una gran ventaja al tocar fondo con el
alcohol, pues esto me ha llevado por un camino que me ha permitido comenzar a
verme hacia adentro. Muchas de las personas que me han señalado como alcohólico
con su dedo inquisidor; que me han acusado con su lengua venenosa, han vivido toda
la vida gobernadas por el miedo, incapaces de darse cuenta qué es lo que los
lleva a comer compulsivamente; a quedarse encerrados en sus casas viendo
televisión; a postergar decisiones y acciones precipitando inconscientemente su
propio fracaso; a esconderse en su zona de confort; a no luchar por sus sueños;
a morir frustrados sintiéndose una decepción para sí mismos y para el mundo.

Perdón… Al decir esto, veo que debo seguir trabajando por sanar mis
resentimientos. Muchos de los que me han juzgado y condenado tendrán sus
razones para hacerlo. Yo he cometido errores y no soy una pera en dulce… pero debo
concentrarme en mí. En reparar las faltas que he cometido y en no cometer más
las mismas faltas. En la parte que puedo arreglar. Especialmente porque si a
alguien le he hecho daño con mis faltas y dejándome gobernar por el miedo, es a
mí mismo.

Con el resentimiento hacia los demás, no estoy haciendo ninguna
reparación, ni a ellos, ni a mí mismo. El resentimiento no me permite ver mis
propias faltas. Me pone a mirar hacia afuera distrayéndome de donde debo poner
toda mi atención; de la raíz de mi enfermedad: ¡Mi propio miedo!

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Espera el próximo viernes a las
11:30 am, Adicción al pasado

 

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Ramiro Calderón

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