¿Qué es lo primero que hay que hacer para recuperarse de una
adicción? A pesar de que esa pregunta parece el principio de un mal chiste, es
la pregunta que se hacen muchas personas que padecen el dolor de la adicción de
un ser querido, o de la impotencia ante la comida, la pornografía o la
postergación compulsiva entre otras.

Después de un merecido descanso… (¡Sí! Los blogeros también
necesitamos vacaciones de vez en cuando), comenzaremos a hablar de cada uno de
los doce pasos que se hacen en el proceso de recuperación de una adicción.

Antes, quiero agradecer a todos los lectores que me han
contactado haciendo comentarios en mi blog, en mi página personal, enviándome
mensajes por correo electrónico o por las redes sociales. Esos comentarios son
el estímulo para volver con fuerzas renovadas a escribir para ustedes. Yo
también los extrañé.

Abordemos el primer paso a continuación…

 

Ramiro Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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El primer paso de Alcohólicos Anónimos dice: «Admitimos que éramos impotentes ante el
alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables
«. Como lo he
dicho anteriormente en este blog, el primer paso para superar cualquier
problema es reconocerlo. En este paso es en el que reconocemos no solo que tenemos
un problema, sino que gracias a ese problema, nuestra vida está patas arriba.

Para dar este paso, debemos admitir la impotencia ante
cualquier adicción. Simplemente cambiamos la palabra «alcohol» en el enunciado del párrafo anterior por «dependencia emocional», «postergación
compulsiva», «gasto compulsivo», «drogas», «sexo», «comida», «ayuno», «bulimia»,
«chat», «redes sociales», «Blackberry», «apuestas», «juegos de video», «pornografía»
,
etc.

Cuando  decimos «Admitimos que éramos impotentes ante«, no queremos decir «entender» o «aceptar racionalmente». Tampoco,
reconocerlo de labios para afuera. La
admisión es una actitud mucho más profunda. Es algo que se siente en el fondo
del corazón. La mayoría de las veces va acompañado de dolor… el dolor que
produce sentirse impotente ante algo; el dolor que produce darse cuenta de que
toda la lucha del pasado, todo el desgaste y todo el esfuerzo, no ha servido
para nada, pues la adicción ha seguido avanzando.

En muchos casos nos sentiremos inclinados a pensar: «¿Impotente
yo?, ¿Vida ingobernable? ¡Qué locura!». Lo único que necesito es más afecto… o…
que mi jefe cambie… o… que mi esposa no me controle tanto… o… tener mejores
ingresos…o… hay casi tantas justificaciones como personas.

Lucelly, una codependiente, esposa de alcohólico, tuvo
muchos problemas para descubrir su problemática, pues su problemática estaba
basada en parte, en fijarse en el otro todo el tiempo:

Me costó mucho trabajo darme cuenta de mi impotencia. Pensaba que tenía
que ser perfecta y controlar todo el tiempo y a todo el mundo. Creía que esa
era mi función en la vida.

Hice las cosas más increíbles para que mi marido dejara de beber.

Le escondía el trago, le daba somníferos, tenía pensamientos tan locos
como: «Si me arreglo bien, no beberá», «Si tengo la casa bien arreglada, no
beberá» o «Si no lo molesto, no beberá»… y siempre, terminaba bebiendo.

Fui donde una bruja, traté de beber con él, tuve sexo cuando no quería,
hacía buena cara cuando quería matarlo; todo para que no bebiera… pero él terminaba
inevitablemente, bebiendo, más, solo y buscando a sus amigos de tragos.

Me victimizaba, lloraba, le escribía cartas y lo agredía así como
sentía que el me agredía con su conducta.

Pensaba: «¿Por qué me hace esto a mí?»… quería mostrarle cuán herida
estaba debido a sus conductas, pero con el tiempo y el programa, me di cuenta
de que no tenía que tratar de mostrarle a él cuán herida estaba. La que tenía
que tomar conciencia de cuán lastimada estaba y comenzar a hacer algo por
cuidarme a mí misma, era yo.

Él no se daba cuenta y además no lo hacía por lastimarme. Ni siquiera
se daba cuenta del daño que se estaba haciendo a sí mismo. Él era simplemente
impotente ante el alcohol, como yo era impotente ante él. Nada de lo que yo
hiciera o dejara de hacer, servía para controlar su manera de beber. El día en
que tomé conciencia de eso, lloré mucho, me sentí derrotada, y hasta desesperanzada. Sin embargo, ese día di el primer paso. Ese día dejé de hacer lo que siempre había hecho, esperando resultados diferentes. Ese día comencé a actuar diferente y desde ese momento mi vida cambió. A partir de la derrota encontré mi verdadero poder: El poder de cuidarme a mí misma.

Veamos la historia de Aurora y su admisión de la adicción al
sexo:

Mi historia comenzó desde muy temprano. Tan temprano que casi no
recuerdo. A los once años comencé a besarme con muchachos en el colegio y el
vecindario. Me gustaba y siempre me ha gustado sentir el contacto físico con los
muchachos… sentirme deseada… sentirme amada.

Luego, como a los catorce comenzaron los problemas. El rechazo de las
otras nenas. En el colegio me llamaban zorra, perra, hambrienta, ninfo, y otros
apodos horribles.

Todos los días almorzaba sola.

Cuando un muchacho se acercaba a mí, se cuidaba de que nadie lo viera.
Yo pensaba que me quería a mí, pero lo único que buscaba era sexo conmigo. Sexo
fácil. Y yo no era capaz de decir que no.

Cada vez que volvía a caer me sentía peor. Además, era como si me hubiera
echado repelente. El muchacho que había estado conmigo no me volvía ni a mirar,
y sus amigos tampoco.

Pensé que mi problema era el colegio y la fama que me había creado.

Me cambié de colegio.

En el nuevo colegio nadie me conocía y las cosas funcionaron bien por
un tiempo… hasta que comencé a sentir el rechazo de las otras nenas nuevamente.
No me daba cuenta de que las cosas que hacía deliberadamente para que los
muchachos me desearan, les molestaban a las otras nenas… y comenzaron los problemas
nuevamente.

No me bajaban de puta.

Y los muchachos me buscaban solo para pasar un rato conmigo.

Me maldije por haber caído otra vez.

Si solo tuviera otra oportunidad…

Pero tuve que estar otro año recibiendo rechazos, maltratos y
abandonos.

Luego entré en depresión. Mi madre me llevó al psicólogo, al
psiquiatra, y comenzamos un tratamiento en el que gastamos millones, y no me
sirvió para nada.

Seguía sintiéndome la peor escoria del planeta. Solo que adicionalmente
tomaba antidepresivos, medicamentos para la ansiedad, y para dormir.

Por momentos lograba un equilibrio inestable que duraba un par de días,
para luego sumergirme de nuevo en el océano de autorechazo y miseria interior
retroalimentado por el rechazo de todos en el colegio… Hasta que intenté
quitarme la vida.

En ese momento mi mamá accedió a cambiarme de colegio nuevamente.

Le pedí que me llevara a uno de monjas. Con puras nenas y sin hombres,
probablemente yo cambiaría mi comportamiento. Además, el rigor de la educación
allí, me serviría para hacer penitencia y regenerarme… porque sentía que era
una degenerada.

Todo comenzó bien en ese colegio. Me convertí en una especie de líder negativo
entre todas las nenas. Era mucho más recorrida que todas, había experimentado
más los vericuetos de la vida, hasta le había visto la cara a la muerte y tenía
las señas en mis brazos.

Les contaba algunas de mis aventuras, obviamente, maquillándolas y
quitándoles la dosis de dolor, y ellas me escuchaban boquiabiertas.

Por primera vez sentí que estaba superando mi problema. Entré al grupo
de las líderes. Me invitaban a salir y sentía que pertenecía a algo. Claro que
la abstinencia sexual me producía una sensación de vacío tremenda. Comencé a
comer compulsivamente; para que no se me notara, vomitaba después.

De cualquier forma estaba mejor.

Dejé los medicamentos psiquiátricos.

Pensaba que lo único que necesitaba para llenar ese inmenso vacío era
el amor sincero de un apuesto muchacho, y una relación sentimental con mucho
sexo. Me masturbaba por las noches fantaseando con eso.

Una tarde, una amiga del colegio me presentó a ese apuesto muchacho.

Inmediatamente afloraron mis viejas conductas. No sabía que el muchacho
le gustaba a mi amiga. Al poco tiempo me estaba acostando con él y mi amiga se
convirtió en mi enemiga. Todas las otras nenas también… y el muchacho terminó
saliendo con ella, y volví a ser el blanco de las burlas y el maltrato de todas
en el colegio.

Volví a entrar en depresión y tuve que internarme en una clínica de
reposo.

Allí conocí a un muchacho apuesto y dispuesto a cuidarme y protegerme.
¡Por fin Dios había escuchado mis súplicas! Le agradecí al cielo por haber mandado
a mi vida a ese hombre tan hermoso.

Salimos de la clínica de reposo y seguimos viéndonos. Todo iba muy bien
por unos meses hasta que un día comenzó a coquetearme un hombre musculoso en el
gimnasio. No me gustaba, pero fui incapaz de decirle que no. Sentí curiosidad y
me dije a mí misma que solo iba a ser una probadita.

Fue el comienzo de mi perdición nuevamente. Comenzaron a lloverme
hombres en el gimnasio como moscas, mi novio se dio cuenta y me dejó, y yo
volví a quedar infinitamente sola rodeada de un montón de trogloditas que no me
buscaban sino para satisfacer sus necesidades fisiológicas.

Pensé que merecía morirme por haber desperdiciado la oportunidad de
tener junto a mí al hombre de mi vida.

Entré nuevamente en depresión, cuando alguien en el gimnasio se acercó
a mí y me dijo lo que mi psicólogo no me había dicho en años.

Me habló de los grupos de adicción al sexo y al amor,  y me recomendó uno en Internet.

Me dolió mucho pensar en que tenía que prescindir precisamente de
aquello que creía que era imprescindible en mi vida. Llegué a pensar que no
podría y que iba a terminar suicidándome.

Pero gracias a eso, gracias a que ni el psiquiatra, ni el psicólogo, ni
nada de lo que hice o dejé de hacer funcionó, hoy estoy aquí ayudando a otros y
con ganas de vivir.

A manera de epílogo vale la pena contar que Aurora lleva
cuatro años en recuperación. En su proceso descubrió que su padre, ausente e
indiferente la mayor parte del tiempo, abusaba sexualmente de ella cuando era
una niña, y en los momentos de intimidad le decía que la amaba mucho. Lo que
ella había buscado toda la vida era el amor de su padre ausente.

Hace poco comenzó una relación de pareja, pero sabe que hay
ciertos vacíos que debe llenar consigo misma y no con su pareja, y mucho menos
con sexo casual.

¿Ante qué debemos admitir nuestra impotencia? Ante casi todo lo que no podemos controlar: Ante algunas sustancias, algunos alimentos, los demás, la envidia, el egocentrismo, el egoísmo, la soberbia, ante la postergación, ante algunos sentimientos sobrecogedores como el miedo, ante los pensamientos que disparan dichos sentimientos, ante conductas, pensamientos y sentimientos que distorsionan nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

Sé que si estás leyendo esto podrías pensar que la mayoría
de estas historias son como para presentarlas en
Laura en América y que ese no es tu caso. Pero el «fondo» de cada
quien es muy personal.

El «fondo» es esa situación o circunstancia que sirve de
catalizador para dar el primer paso. Es ese momento en el que pensamos que no
podemos seguir descendiendo y finalmente nos impulsamos para comenzar a
ascender.

El caso de Antonio nos puede ilustrar un poco mejor eso.

Todas las noches llegaba a mi apartamento a prender el televisor o a
entrar a Internet para evadirme de mí mismo. No podía estar tranquilo o en
silencio. Tenía que tener música, un radio prendido, o estar ordenando
compulsivamente las cosas en mi apartamento. De pronto un día pensé que mi vida
no me gustaba, mi trabajo, el trato que recibía de mi jefe y mi soledad no me
gustaban, pero nada de eso me dolía lo suficiente como para hacer algo al
respecto.

Pensé: «Mi opción es seguir en esta calma monótona y desagradable por
el resto de mi vida, o hacer algo por mí desde hoy y dejar de postergar la
búsqueda de mi bienestar.

Esa noche asistí por primera vez a un grupo para mejorar las
relaciones, que ha mejorado dramáticamente mi calidad de vida. Además, desde
ahí me he conectado con otros programas para crecer financieramente y para
dejar de postergar. Creo que la postergación compulsiva era mi problema
principal. Es uno de los problemas más comunes y más difíciles de detectar. Es lo que separa a la mayoría de la gente de sus sueños.

Actualmente toco en una banda con mis amigos, hago caminatas ecológicas
con mi novia, tengo mi propia empresa, he sentido la satisfacción de decirle a
mi antiguo jefe lo que se merecía, me enfrento a diferentes desafíos y soy muy
feliz con las acciones que me sacan de mi zona de confort todos los días. He
vuelto a sentir la emoción y el amor por la vida.

El primer paso nos lleva a perder el miedo al dolor. La
admisión de la impotencia duele, pero es el comienzo para dejar de hacer lo que
siempre hemos hecho y no ha funcionado. Dar este paso duele, y puede generar
ansiedad. El dolor es la forma como la vida nos obliga a alejarnos de lo que nos
hace daño… y la ansiedad es la forma como nos muestra los vacíos que necesitamos
llenar.

Muchas veces esa ansiedad es el motor que nos lleva a
comprometernos con el programa y a buscar desesperadamente la recuperación. El
primer paso nos lleva a aprender a interpretar esos sentimientos y a asimilar
las lecciones que ellos nos traen.

Te invito a observarte detenidamente, a descubrir qué es eso
que te duele en tu vida… y en caso de que nada de lo que hayas hecho o dejado
de hacer haya funcionado… a que des el primer paso. Éste será tu puerta de
entrada a una nueva vida.

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Espera el próximo sábado a las
10:00 am, Segundo Paso: «Llegamos al convencimiento de que un poder
superior podría devolvernos el sano juicio»
© Alcohólicos Anónimos

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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