Hola a todos.
Hoy continuamos con la historia de codependencia de Bethy, esperando que pueda servir para que algunos de mis lectores puedan mirar hacia su interior a través de ella.
- Capítulo VII
Su maldita adicción y mi maldita codependencia
Su adicción trajo las consecuencias obvias: Muchas veces por su desorden no iba a trabajar, así que terminaron echándolo. ¿Ahora qué haríamos? Teníamos unos ahorros, pero… ¿Hasta cuando durarían sin un trabajo y con dos niños a bordo? Decidimos que lo mejor era devolvernos a Santa Marta y así lo hicimos.
Él consiguió trabajo. Aunque no era algo fijo, era importante en ese momento por la situación en que nos encontrábamos. Seguía igual con su desorden; nada lo hacía recapacitar.
En unos meses se gastó el dinero ahorrado, en arriendo, servicios, alimentación y desorden. Las necesidades y privaciones comenzaron para nosotros. Yo sólo deseaba no seguir con él. Todo era su culpa. Terminé en casa de mamá arrimada por unos meses, situación que no soporté porque cuando no se vive sólo, hay problemas por cualquier tontería. Así, que resolví irme a vivir en casa de mi hermana Claudia. Duré viviendo con ella seis meses y la verdad no tuvimos ningún problema. Al contrario, nuestra amistad se afianzó.
No recuerdo extrañar a Carlos. Sólo lo imaginé haciéndome el amor. Fueron seis meses sola. Imagino que era por lo único que lo recordé. Yo estaba enterada por medio de su familia, de que continuaba con el desorden. Cuando estaban enojados me llamaban a ponerme quejas, y eso me decepcionaba mas de él. Con mis hijos pasamos muchas necesidades pero siempre estábamos felices. Salíamos al parque a olvidar los problemas.
Un día Carlos se presentó de sorpresa en Bogotá. Yo había tenido problemas con el esposo de mi hermana porque me enojé por la forma como la trataba y humillaba con la alimentación, así que tuve que irme. Me recibió un amigo suyo que no estaba de acuerdo con lo que hacía. Nos fuimos todos, pero mi hermana decidió regresar con su esposo, así que me quede con él con mis dos hijos y mi sobrino. Duramos doce días.
Cuando Carlos apareció, me dio mucho temor de que pensara algo malo, pero bueno… le conté todo. Pensé que todo iba a ser bonito al vernos, pero llegó tomado y me invito a tomarnos un trago. Me llevoó a un motel y no lo disfruté. A los niños, ni los llevó a un parque para compartir con ellos después de tanto tiempo sin verlos. Sólo se fue a tomar con mi cuñado a un billar. Me di cuenta de que no había cambiado y no deseaba irme con él.
Viajamos a Santa Marta de nuevo, pero no a una casa sola como deseaba, sino a compartir vivienda con una sobrina. Me sentía de lo peor. No podía creer que estuviera en esas condiciones. Odiaba ese lugar. No quería pasar un día más allí. Él, como siempre, tomando. Yo anhelaba estar de nuevo con mi hermana.
A los meses encontró un nuevo trabajo que cambió nuestras vidas. Ganaría un buen sueldo, lo que nos permitió comenzar a tener una existencia sin tantas privaciones y con menos pesadumbre, pero en el fondo todo seguía igual: Él tomaba, luego me llevaba a mí a bailar y yo tenía que ir con cara de payasita, con una sonrisa dibujada, mientras mi alma lloraba. Muchas veces lo disfruté. Me olvidaba de sus salidas sólo y de sus llegadas al otro día. Sólo pensaba que no debía amargarme por algo que al parecer, no iba a cambiar y que debía disfrutar tomando algunos tragos, bailando y tratando de olvidar.
Todo era una ficción. Al salir con él, pensaba que ya mi enojo se había olvidado… pero en realidad solo estaba acumulándose más y más cada día. Al principio, su desorden era cada vez que salía de descanso; cada 15 días. Sin embargo, una noche en una fiesta de carnaval de mi ciudad noté de nuevo algo raro en su mirada y su actitud, y sin comprobarlo, pensé que estaba drogado. ¡Cómo no saberlo si lo había visto muchísimas veces en ese estado! Deseaba morirme. Estaba desilusionada y no quería volver a lo mismo. Sólo se enojó muchísimo cuando se lo dije. Se hizo la víctima y se puso algo agresivo. Bueno… no me quedaba más que irme a dormir. Mi mente no quería pensar; yo no deseaba llorar.
Comenzó de nuevo el consumo activo. Es una enfermedad que va en decadencia. Siempre había consumido, pero duraba un largo período de tiempo entre consumo y consumo. Pero entonces era diferente. Su consumo se había convertido en un hábito de todos los descansos.
Un 12 de abril, fecha que escogimos para celebrar nuestro aniversario por habernos besado ese día, ya que nunca nos casamos, él llegó con unos amigos tomados a celebrar el “feliz aniversario”. A las dos horas decidieron irse y él también quería irse con ellos. Le pedí que no lo hiciera, y tome una mala decisión: Cerré la puerta con cerrojo y escondí las llaves. No sabía la actitud que iba a tomar. Estaba ansioso por irse a consumir. Reventó varias cosas en casa, y yo insistía en no dejarlo salir. Sólo trataba de no vivir el mismo tormento de no saber en dónde se metía y con quien. Me tocó llamar a la policía, pero no supe dar la dirección. Bueno… fue lo mejor. Habría sido bochornosa la escena en mi casa. Por fin se rindió y quedo fundido. Sentí una tranquilidad inmensa, como la que sentía cuando papá cerraba su negocio y nos íbamos inmediatamente a casa. Pero la tortura comenzó de nuevo, pocos días después. Se veía tan contento cada vez que salía a sus días de descanso, y yo me veía enfurecida o tensa. No deseaba que ese día llegara.
Él se cambiaba muy bien y se perfumaba. Mi infierno comenzaba haciéndole mil llamadas, las cuales no contestaba, hasta que terminaba apagando el teléfono. Perdía celulares costosos. Terminaba viéndolo dos días después, cuando llegaba con la cara demacrada, sin un maldito peso y se quedaba en cama durmiendo todo el día. Sólo bajaba a la cocina a prepararse algo. Odiaba verlo. Quería desaparecerlo. Me iba al cuarto a gritarle mil cosas, a desahogarme y a preguntarle: – ¿HASTA CUÁNDO?
La escena se repetía cada 7 días y yo seguía ahí mintiéndoles a mis hijos, al igual que a su familia y amigos, diciéndoles que estaba de viaje y por eso no llegaba a dormir. Estaba cansada y comencé a contarles a mis hermanas lo que pasaba con mi relación, pero sólo eso. Nunca hablé de su consumo, así que lo relacionaron con alcohol y mujeres… ¡Y era cierto! De todo eso había. Sin embargo, el principal problema lo tenía yo con mi maldita codependencia, tratando de que cambiara su conducta. Lo único que conseguía era sufrir más y sentirme frustrada ante sus repetidas recaídas. No sé por qué no escapaba de allí al ver que no podía hacerlo cambiar. No sé qué me detenía. Estaba harta de querer hacerlo… pero no tenia las agallas para irme.
Entré a la universidad pensando en que debería prepararme para obtener un buen empleo,. No sé cómo diablos cumplía con mis obligaciones. No tenia cabeza para nada. Sentía un cansancio mental enorme. Llegar a casa no era agradable si él estaba allí. Me enfermé y lo manifesté cuando mi mano comenzó a temblar. No estaba nerviosa, pero lo que me pasaba no era normal.
Muchas veces el autobús que tomaba, pasaba cerca al lugar donde él consumía. Sabía que él estaba allí, y un temblor recorría mi cuerpo. Quería bajarme y sacarlo de ese lugar. Me sentía desesperada y pedí ayuda a su familia. Ellos se metían en ese lugar a buscarlo y una vez yo también lo hice. Me hice pasar por hermana de él y le pregunté a una de las mujeres que atendía ese hotel de mala muerte, que me contara si se quedaba con mujeres allí. Me dijo que ahí no, pero que las jovencitas lo buscaban. Eso me dio duro y es algo que no puedo olvidar. Decidí separarme de habitación, y no discutir más por su comportamiento. Nuestra relación estaba demasiado destruida, y sé que mis hijos estaban afectados porque percibían que todo estaba mal. La relación de mami y papi no era idónea para educar a unos niños. Sólo hablábamos cuando tenía que darme el dinero para los gastos. No había besos ni sonrisas. Me refugié en la internet, buscando no sé qué. Entraba a los chats como loca conociendo gente de toda clase: Locos, personas buenas, personas con problemas iguales a los míos, etc. De esas búsquedas conocí a mucha gente.
Un conocido que sabía del problema de mi pareja, siempre estaba conmigo, ayudándome y dándome fuerzas en los momentos en que más lo necesitaba. Se convirtió en un amigo incondicional, una persona que me hacía reír y me daba un momento de tranquilidad. Sólo era un poco de agua en medio de un desierto. En esos días nos mudamos a una casa muy linda. Estaba feliz, al igual que mis hijos, pero todo seguía igual. El consumo del padre de mis hijos se hacía cada vez mas angustiante para mí, porque podía perder su trabajo. No sé como rendía en la universidad. Mi estrés era más fuerte. Sentía que iba a enloquecer.
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