Muchas personas con Codependencia me han escrito y han llegado a los grupos de Codependientes Anónimos, después de leer la historia de Bethy. Al compartir su historia con el Codependiente que aún sufre, Bethy está prestando un servicio maravilloso a la sociedad.

Pido disculpas por la interrupción debida a algunos proyectos personales. Actualmente estoy terminando un libro sobre «La Adicción a la Zona de Confort«, que estoy seguro, servirá a muchas personas que en este momento ni siquiera saben qué les sucede, pero que sienten -en el fondo- un vacío inexplicable que no han podido llenar con nada. Ya les contaré a los interesados sobre los avances del libro.

Pero por ahora, continuemos escuchando la voz de Bethy:

Sin valor para enfrentar la verdad

El 28 de julio de 2010 escribí en mi diario: «Hace nueve días, él volvió a consumir. Se perdió de nuevo dos días y llegó como siempre: asustado por lo que le pasó. Pero a diferencia de consumos pasados, en los que me sentía morir de rabia y temor, ahora no me afectó. Dormí tranquila.

Cuando llegó, iba a comenzar a decirme lo que le había pasado. Tomé todo con calma y le dije: – Después hablamos. ¿Quieres almorzar?«

La decepción que sentía era mayúscula. Estaba triste, pero por mis hijos. Sabía que ellos no eran tontos. Mientras estuvo en su consumo, tuve que mentirles a los niños diciendo que se había ido a una finca, y que por eso no entraban las llamadas a su celular. Igual hice con su familia, mentir, mentir, mentir.

Varios días después le dije que teníamos que hablar. Quería decirle que lo mejor era separarnos. No era justo con los niños que nos vieran indiferentes y durmiendo en cuartos aparte. Me dijo que ya hablaríamos. Una semana después me llamó y dijo que era cierto, que debíamos respetar nuestros espacios. Lo vi con una actitud diferente. Dijo que me amaba y que no quería cambiar de pareja; sólo de relación. Tuve el valor de decirle que no lo amaba y que sentía la necesidad de estar sola con mis hijos. Me pidió darnos una oportunidad y de nuevo le dije que sí.

Lo dije y luego me quedé pensando. Me preguntó qué me pasaba y le contesté que no estaba segura de si lo que acababa de decir estaba bien. Me dijo: – Vamos a darnos una oportunidad.-

Pensé en mi relación virtual, que para mí era importante. No era justo con él, y ya no quería estar así. Hablando cuando Carlos no estuviera en casa… No era lo que quería, porque era la persona que le daba un poco de calma a mi tormenta y alegría a mi corazón, así que hablé con él y le dije que lo mejor era terminar. No estuvo de acuerdo y me insistió mucho en que me amaba. Yo también sentía que lo quería, pero por lo mismo era mejor dejar las cosas de ese tamaño. Me dijo algo que nunca imagine que diría. -¡Eres una cualquiera, porque estas con tu esposo sin quererlo!-

Eso me dolió muchísimo, pero pensé que si era una cualquiera por mis hijos, entonces lo seguiría siendo siempre. No me sentía contenta con la decisión que había tomado. Lo extrañaba con locura. Esperaba que en cualquier momento sonara el teléfono y fuera él para pedirme disculpas, pero también me agradaba ver a Carlos contento. Me gustaba que charlábamos. Era bueno verlo llegar de su trabajo con buen genio y amoroso. El entorno se había vuelto más agradable. Mis hijos se veían más contentos. ¿Y yo?  Siempre pensando en los demás y no en lo que quería y deseaba.

Iba a donde una psicóloga que me daba algunas pautas y también a terapias de grupo de Nar-Anon, (Grupo de Apoyo para Familiares o Parejas de Adictos),  y me gustaba que me dieran fuerzas pero sentía que mi recuperación era lenta y que yo era más codependiente que todo mundo.

Sabía que las decisiones las tenía que tomar yo, y sentía que tenía demasiados resentimientos con Carlos. Me dolía porque me habría gustado amarlo como alguna vez lo había hecho.

Pero tal vez era cuestión de tiempo. Creía que no lo iba a poder soportar más, sólo que en ese momento no sabía cómo decirle que quería disfrutar de una libertad interior, tanto para mis hijos, como para mí.

¿Una rueda sin fin?

Me sentía tan mal. No había hecho lo que pensaba y deseaba. Estaba de nuevo con él y vivía con la angustia de que en cualquier momento hubiera un consumo y volviera a sentirme decepcionada y más atrapada, porque no era capaz de colocar limites en mi vida.

Mi tristeza era peor. Sentía que nunca debía haber terminado con mi novio virtual, pero a la vez pensaba que había sido lo mejor; ¡para qué meterme en mas líos! Pero lo necesitaba. Quería sentirme enamorada.

Una noche sonó el teléfono y era él. Pensé que era un sueño. Hablamos y decidimos regresar de nuevo. Se me había cumplido el sueño de su llamada y sus disculpas. Creo que solo quería verlo pedirme disculpas, porque después de la llamada pensé que era mejor terminar de verdad, y comenzar a enamorarme de mi esposo.

Carlos estaba de viaje y durante esa semana a solas, pude ver lo detallista que era mi novio llamándome y diciéndome que había comprado algo lindo para mi; diciéndome lo mucho que me amaba.

No sabía  lo que quería, ni lo que sentía. Estaba confundida. Deseaba tanto conocerlo en persona, abrazarnos después de muchos momentos lindos… Pero también tenía miedo de hacerlo y sentirme mal después… y tenía miedo de no hacerlo y luego reprochármelo.

Todas las historias tienen un final feliz, triste o trágico. Por la mía tendrán que esperar, porque en la medida en que iban sucediendo estos eventos, los iba escribiendo en mi diario y no sabía en qué terminaría todo esto.  Me habría gustado decir que por fin me sentía feliz, pero pensaba que esa felicidad llegaría a mí cuando verdaderamente fuera capaz de tomar decisiones. Cuando por fin tuviera valor para hablar con transparencia. ¿Por qué tenía que callar lo que sentía? Debía entender que era libre, que nadie podía manejar mi vida, y que tenía derecho a sentirme bien, sin importar a quién le molestara o me señalara. Era mi felicidad, y si me equivocaba, pues sería mi problema y lo resolvería o aprendería a vivir con él. Yo decidiría por mí.

En el fondo de mi corazón, habría deseado amar a Carlos como una vez lo había hecho, habría deseado tener un hogar hermoso y que mis hijos siguieran creciendo lejos de las mentiras. Le pedía constantemente al Señor que me diera las fuerzas necesarias para actuar debidamente.


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Ramiro Calderón

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