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He
recibido muchas solicitudes de un testimonio de anorexia.

En este
caso específico, les pido ser prudentes con sus comentarios. Mónica es una
chica que, a pesar de llevar poco tiempo en recuperación, está haciendo un proceso
consciente, exhaustivo y está en el punto en el que debería estar en este
momento de su tratamiento. Ha sido muy valiente de su parte al correr el riesgo
de abrir su alma por este medio para ayudar a otras anoréxicas.

Espero
que su testimonio pueda mostrarles un poco de los universos tanto interior,
como exterior de una persona como ella.

Con gran respeto, sugiero recomendarla a padres de familia, tanto de niños, como de adolescentes.

Ramiro
Calderón

http://ramirocalderon.wordpress.com

calderon.ramiro@gmail.com

¡Ya estoy recuperando la esperanza!

Creo que estoy comenzando la recuperación
física. A mis diecinueve años, tres meses y veinticuatro días; después del
esfuerzo y el proceso interior tan fuerte que he hecho durante ocho meses.

Durante los últimos quince días subí 500
gramos, y la quincena anterior subí 300. ¡Ya son 800 gramos en total en un mes!
Estoy cerca a los 46 Kg. ¡No sé cómo se me salió de las manos! ¡Odio que las
cosas se salgan de control! Cuando llegué a 49 Kg con mis 1,63 m de estatura,
pensé que había alcanzado mi meta. Pero no me detuve. Quería quedarme ahí, ya no
quería seguir bajando… pero seguí.

Cuando me hospitalizaron, pesaba 44 Kg. ¡Y
te juro que estaba tratando de comer!… pero comía poco; no lo suficiente para
subir.

Ya en recuperación llevaba cuatro meses
bajando de peso a pesar de todos los esfuerzos que hacía por comer, y subir de
peso. ¡Llegué a pesar 42 Kg! En algún momento pensé que no iba a poder con
esto.

Antes me parecía difícil bajar de peso.
Ahora es todo lo contrario. Me cuesta mucho trabajo subir. Más que subir, me ha
costado trabajo romper con el hábito. Entre semana no me da hambre. Me
acostumbré a no comer entre semana y me ha costado mucho trabajo volver a hacerlo.
Desayunaba siempre con una fruta o un poco de cereal, no almorzaba y muchas
veces tampoco comía. Como mis padres llegaban tarde, les decía que ya había
comido.

Ahora trato de comer acompañada. Eso garantiza
que coma. Si no estoy acompañada, no vale. Quiero volver a sentir la comida
como un acto de autocuidado y de socialización. Un acto agradable.

Soy adicta al ayuno. Soy como un heroinómano
que necesita inyectarse, pero mi droga es el ayuno. Ayunaba para no sentir y
ayunaba para encajar. He leído que los alcohólicos beben para encajar. Que el
alcohol les quita los miedos y se vuelven alegres, dicharacheros, conversadores
y espontáneos cuando beben.

A mí el ayuno me quitaba los miedos; miedo a
engordar, a no ser aceptada y muchos otros miedos. No me volvía dicharachera ni
espontánea, pero al menos me sacaba del estado depresivo en el que me sumergía
cuando comía.

Alguna vez cuando estaba en lo peor de la
negación, recuerdo que mi mamá me decía que si no comía me iba a morir. Y yo
pensaba que les tenía más miedo a las cosas tan horribles que sentía cuando
comía que a la misma muerte.

Soy muy inteligente. Lo sé. Siempre lo he
sabido y no se me dificulta para nada la parte académica. Lo que siempre me ha
costado trabajo es encajar; sentirme aceptada… querida… amada… y para mi
desgracia, este mundo androcéntrico crea todas las reglas girando en torno a
los hombres. Las mujeres estamos destinadas a ser apéndices de los hombres en
las empresas, en el hogar y en todas partes, y a ser víctimas de sus juicios
desconsiderados.

La sociedad juzga muy duro a las mujeres.
Las mujeres siempre tenemos que medirnos y controlarnos. Si una mujer es
liberada sexualmente, es una puta. Si es recatada, es frígida. Si no tiene su
cuarto perfectamente limpio y arreglado, es sucia. Si come en exceso es pusilánime,
perezosa o pobre.

De acuerdo a los valores sociales, para  que una mujer sea aceptada es más importante
ser delgada, limpia y ordenada, que tener una maestría.

En cambio los hombres, pueden darse el lujo
de ser desordenados, gordos y sexualmente promiscuos, y no pasa nada. Mientras
tengan una billetera abultada, pueden hacer lo que se les venga en gana. Recibirán
miradas condescendientes y serán tildados de excéntricos.

Tal vez todo eso y mi «problemilla» de
sobrepeso hicieron que me preocupara por bajar.

Recuerdo que cuando yo era niña, no me
preocupaba por el peso. Simplemente vivía la vida. Bastante sola, por cierto,
pero era la única que conocía.

Recuerdo que me parecía que mi mamá era
perfecta. Era bonita, delgada, profesional, ama de casa, esposa y madre. Yo
quería ser como ella, pero nunca lograba su aceptación. Siempre hacía las cosas
mal. Siempre me faltaba el centavo para completar el peso. No importaba cuánto
me esforzara por ser perfecta, ella veía el punto negro en la pared blanca. Así
me hubiera esforzado mucho por hacer todo bien, por rendir en el colegio, por obedecer,
por ser buena hija, siempre aparecía algo por lo que ella me lanzaba su mirada
de reproche.

Mi papá nunca estaba. Él dejó mi crianza y
mi afecto en manos de mi mamá, y cuando aparecía en la casa se conectaba al
televisor y no volvía a saber de él hasta el día siguiente cuando llegaba del
trabajo, saludaba y se volvía a conectar a su televisor. Sus muestras de afecto
son regalándome el último portátil, el último televisor y el último Blackberry.
Siempre he vivido en la abundancia material. El afecto, la comunicación y el
tiempo son los bienes que escasean en mi hogar.

Un día, cuando tenía diez años, mi madre
preocupada porque estaba un poco gorda, me regañó y me paró desnuda frente al
espejo mientras me pellizcaba los gordos y me gritaba:

-¡Mírese! ¡Miiiiiiírese!
¿Hasta dónde quiere llegar? ¿Quiere seguir comiendo hasta explotar? ¿Hasta que
nadie la quiera? ¿Quiere quedarse sola en la vida?-

Yo lloré mucho y desde ese día cambió mi
autoimagen para siempre. ¡Yo era tan solo una niña! Ella era una figura de
autoridad. Desde ese momento, siempre que me miro al espejo, me veo fea. Creo
que inconscientemente me acuerdo del odio y la repulsión con que ella me
miraba, porque eso es lo que siento hacia mí misma: Odio y repulsión.

Claro que ya soy consciente. Estoy
comenzando a trabajar en eso. Estoy haciendo los ejercicios frente al espejo
que me has recomendado, y en realidad siento que esos sentimientos se han
atenuado… y abrigo la esperanza de que si no desaparecen, al menos llegue el
día en que no me gobiernen. En donde he sentido una mayor mejoría, es cuando
veo mis fotos. Ya no me detesto. Ahora veo las fotos mías de esa época y no me
parece que mi gordura fuera tan dramática, creo que más que un problema de
ingestión compulsiva de comida, era un problema de inactividad porque
permanecía encerrada en el apartamento, pues la niña saliendo sola habría sido
terrible para el problema de control de mi madre. Recuerdo a la niña sola y
triste que era, y me provoca abrazarme y consolarme. ¡Ya me veo a mí misma con
ternura!

Mi mamá también ha cambiado. Ya no es tan
neurótica y estricta. Creo que se ha dado cuenta de que he heredado parte de su
neurosis. La única diferencia es que no la uso para destruir y hacer infelices
a otros, sino para autodestruirme. Mi papá sí sigue igual. El nunca cambiará. Pero
bueno… No estoy haciendo un memorial de agravios a mis padres, sino hablando de
mi problemática.

Ahora soy consciente de que la solución está
en mis manos. Yo soy la única que puede salvar mi vida. Con o sin el apoyo de mis
padres, mi recuperación está en mis manos. Claro que me alegra mucho que mi
madre haya comenzado también un proceso de recuperación porque eso me facilita
las cosas… porque al menos me deja ser independiente en esto.

Ella pensaba que con más rigor, más juicios
y más críticas iba a lograr que yo comiera y lo único que lograba era reforzar
mi enfermedad, mi baja autoestima y mi pésima autoimagen.

Recuerdo que con mucha frecuencia pensaba,
aunque no se lo decía: » ¿Por qué molestará porque bajo de peso si eso fue lo
que quiso durante tanto tiempo?». Llegué a pensar que no me quería y que nunca
podría llegar a ser lo suficientemente «buena» para ella. Que en el fondo yo
debía ser una porquería.

Además, cuando mis compañeros comenzaron a
hacerme comentarios sobre mi problema, me provocaba morirme, pues todo esto
había comenzado porque yo buscaba encajar… y si ni siquiera así lograba
encajar, lo único que me merecía era la muerte.

Recuerdo cuando comencé a cortarme. Creo que
era una forma de autoinfligirme dolor físico, para escapar del dolor emocional.
También era mi compulsión autodestructiva saliéndose de control. Me cortaba las
muñecas y los tobillos. Cuando me descubrió una profesora y comenzaron a
hacerme seguimiento, pasé a cortarme los antebrazos y luego las caderas. Cuando
me cortaba sentía una especie de éxtasis de autocontrol y mi dolor desaparecía
por un instante. No el dolor de la cortada, sino el dolor de vivir, de
respirar.

En este proceso he tenido que enfrentar a
esos monstruos que tapaba con el ayuno. Mis resentimientos, mis miedos, mis
dolores. Han aflorado con una gran intensidad, pero ya no les tengo miedo. Ya
no los quiero tapar, Ahora soy consciente de que esos sentimientos me alertan
sobre algo que no está funcionando en mis relaciones con los demás, alguna
conducta que tengo que cambiar, alguna percepción que me hace daño. Además
tengo las herramientas adecuadas para sentirlos y confrontar la programación
distorsionada que tengo en mi cabeza.

Como me gustan los computadores, me encanta
la analogía del virus. Esa programación nociva es un virus informático, y las
herramientas de recuperación que me has dado son el antivirus.

Cada día me doy más cuenta de que mi
problema no era la comida, sino el virus. No estoy haciendo un régimen para
engordar, sino un proceso interior para aprender a vivir feliz sin necesidad de
ayunar.

Si quisiera enviar un mensaje a otras
anoréxicas que estén sufriendo, les diría que la anhelada perfección que están
buscando, no existe. Que hay algo más allá de los pensamientos obsesivos
relacionados con la comida, de los miedos obsesivos, de estar rumiando resentimientos
durante días y semanas, del aislamiento, la soledad y la incomprensión. Ese «algo»
se llama vida. Las invito a vivirla. Sí se puede vivir y encajar en el mundo
sin necesidad de perder su esencia y sin buscar ser perfectas. Pueden seguir
siendo auténticas, pueden seguir siendo originales, no hay necesidad de buscar
desesperadamente la aceptación y la aprobación de los demás, aún a costa de
nuestras propias necesidades. Les digo porque yo misma pensaba como ustedes y
ahora estoy sintiendo unas cosas muy diferentes. ¡Y eso que hasta ahora estoy
comenzando! Las personas que más logran aceptación, son quienes menos se
preocupan por buscarla; quienes se aceptan a sí mismos, logran la aceptación de
los demás sin buscarla. Quienes están seguros de lo que quieren y lo buscan con
entusiasmo, no solo lo logran, sino además logran que los demás los sigan.

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