En todo grupo de amigos está siempre el que recuerda con
vívidos detalles y nostalgia los eventos vividos en el pasado; que también
revive con mucho dolor los eventos traumáticos; que los narra y trae al
presente cada vez que puede. ¿Identificas a esa persona dentro de los tuyos?
Hay una alta incidencia de esta problemática entre los expatriados,
exiliados, emigrantes, etc. Te invito a leer la historia de César a
continuación…
Ramiro Calderón
Autor de «Un Favor Antes de Morir»
calderon.ramiro@gmail.com
http://ramirocalderon.wordpress.com
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Identifiqué mi problemática después de haber leído una historia que
publicaste acerca de la «adicción al futuro negro». Gracias a Dios lo hice,
porque si no, todavía estaría echándole la culpa de mi miseria interior a todo
el mundo. Mi forma de pensar, aunque parece opuesta a la que exponías en ese
artículo, también me ha llevado a arruinar completamente mi vida.
Vivo en Estados Unidos desde hace doce años. Soy docente e investigador
en una universidad, tengo unos ingresos que me permiten vivir sin
preocupaciones y la seguridad de que con el tiempo seguiré ascendiendo en el
escalafón y podré tener una muy buena pensión cuando llegue a la edad de
jubilación.
Aquí está mi vida y todo lo que tengo actualmente. Sin embargo hasta
hace poco era muy infeliz y continuamente estaba arruinando mi presente.
No sé si esto les ha sucedido a muchos expatriados, pero todo el tiempo
recordaba con gran nostalgia a mi país. Echaba de menos a mis amigos de
Colombia, la comida colombiana, la música, los olores, en fin… todo.
Eso no me había permitido echar raíces aquí. En doce años no me había
preocupado por crear una red social sólida a mi alrededor; no había conocido la
casa de ninguno de mis compañeros de trabajo, ni había invitado a nadie a la
mía.
Decía que el problema era la gente; que aquí eran muy cerrados; que me
discriminaban por hablar con acento. Sin embargo me confrontaba la realidad de
otros Colombianos a quienes veía muy felices y perfectamente integrados al
estilo de vida Americano.
Hasta hace muy poco me di cuenta de que yo era el que me saboteaba. De
hecho, no solo lo he hecho desde que estoy aquí, sino toda la vida.
Cuando estaba en edad universitaria, siempre estaba recordando con
nostalgia el último año de secundaria. Recuerdo que decía que esos habían sido
los días más felices de mi vida; suspiraba cuando me acordaba de los noviazgos
inocentes de aquella época, de las borracheras, de las anécdotas cómicas… hasta
de los despechos. Todo me parecía lindo, todo lo veía entre una nebulosa rosa y
lo recordaba con risas y suspiros diciendo: «¡Ahhh! ¡Qué tiempos aquellos!».
En ese momento, ya tenía un problema.
Para muchas personas, la universidad es la mejor época de su vida. Son
los años del idealismo, de la independencia, de sentirse capaces de conquistar
y comerse al mundo entero. Yo, en su momento no la disfruté por estar recordando
la secundaria.
Mientras mis amigos de secundaria estaban creando nuevos vínculos y
gozando la época universitaria, yo hacía grandes esfuerzos por reunirme con
ellos y revivir las viejas experiencias.
Finalmente la Universidad entró en mí y me dejó algo, pero no me di
cuenta cuando lo estaba viviendo, sino más tarde, cuando estaba trabajando y
haciendo mi maestría.
En esa época recordaba con gran nostalgia la vida universitaria; el no
tener que preocuparme por el aspecto económico; el contacto con el arte y la cultura;
el tiempo libre; las relaciones sentimentales y sexuales puras, sin tanta
parafernalia, invitaciones a comer, ni ostentación material.
El cuento es que siempre me había quedado en el pasado, pero el problema
no era que el pasado fuera mejor. Era una forma de escaparme de mi presente; de
mi realidad.
No necesitaba drogas, alcohol, internet, un orgasmo o soñar para
escaparme de un dolor o un conflicto del presente y refugiarme en un sitio
agradable. Lo único que necesitaba era un recuerdo. El único problema era que
ese hábito me llevaba a vivir una vida completamente infeliz y a no madurar
emocionalmente.
De hecho, esos eventos que recordaba con tanta nostalgia, cuando
sucedieron no me produjeron tanta felicidad como yo recordaba. El lente de la
nostalgia me hacía ver un pasado feliz y rosa, pero en realidad, cuando ese
pasado fue un presente en mi vida, era doloroso y estaba escapándome de él tratando
de revivir otro momento.
Ese apego al pasado me permitía sumergirme en una nube rosa, mientras
postergaba decisiones difíciles en el presente. Era un especialista en postergar
decisiones que apuntaran hacia mi felicidad, mi autorrealización o mis sueños.
La postergación me dolía y me escapaba del dolor refugiándome en mis recuerdos
idealizados.
No me había dado cuenta de que el fondo de mi problemática estaba en la
incapacidad para relacionarme sanamente. Nunca me fue bien, ni en las
relaciones de pareja, ni en las relaciones con los amigos; ni siquiera he
tenido buenas relaciones con mi familia; o conmigo mismo. Creo que de ahí viene
todo.
Otra forma como vivía en el pasado eran los resentimientos. Gasté horas
y horas interminables en mi vida reviviendo eventos traumáticos y volviendo a
sentir el dolor que me trajo alguna situación. Me descubría a cada rato reconstruyendo discusiones mientras
manejaba, mientras caminaba, me bañaba, iba al baño, o hacía cualquiera cosa
que implicara estar solo, y contestando lo que debí haberle contestado a mi
papá hace veinticinco años, o diciéndole a un exjefe lo que debí haberle dicho
hace quince, o mandando para el carajo a un amigo que abusó de mi confianza
hace veinte años.
Mientras tanto, seguía postergando, permitiendo que los amigos, jefes y
parejas del momento abusaran de mí. Eso era lo que hacía que mi presente fuera
horrible y doloroso, y que lo viera mejor embellecido por la nostalgia cuando
se convertía en pasado.
Hasta ahora estoy comenzando a trabajar en mí, pero prácticamente desde
el principio he comenzado a recibir regalos.
Ya no estoy tan pendiente de ver las cosas que publican mis amigos del
pasado en Facebook. Ahora estoy más con la gente con la que me relaciono ahora.
Un día invité a mi equipo de trabajo a un asado en mi casa, y desde entonces
he recibido varias invitaciones. También, paralelo a la consejería individual,
he asistido a un grupo de apoyo en donde he ido creando relaciones con personas
que me conocen más profundamente que nadie en el mundo. Todas las noches
después de reunión nos vamos a un café y seguimos hablando, lo que me ha
permitido además llenar el vacío de falta de sentido de pertenencia y soledad
que había tenido durante estos últimos doce años.
He conocido las casas y las familias de varios compañeros del grupo de
apoyo, tengo amigos y amigas que me llaman de pronto un día a las 11 de la
noche porque necesitan hablar conmigo, inclusive hace una semana llegaron dos
amigas y un amigo a mi casa un fin de semana a las dos de la madrugada porque
uno de ellos estaba en crisis.
Eso puede no parecer envidiable para alguien casado o con hijos, pero
para alguien soltero y profundamente solo como yo, que no hacía sino recordar
con nostalgia los días en que llegaban mis amigos borrachos a buscarme y
sacarme de la cama a las tres de la madrugada, esto es precisamente lo que necesito
vivir en este momento. En verdad, me lo estoy gozando y por primera vez, puedo
decir que desde hace unos meses estoy viviendo los días más felices de mi vida.
En el grupo he visto a gente que llegó en peores condiciones que yo,
diagnosticados como depresivos crónicos y sin ninguna esperanza por parte de
los psiquiatras, que han reconstruido sus vidas.
Estoy seguro de que con la ayuda del grupo de apoyo y de las
consejerías individuales, voy a salir adelante, voy a seguir siendo feliz, voy
a construir una red social estable y voy a tener una pareja sana, o al menos la
posibilidad de poner límites a los comportamientos psicopáticos de mi pareja, apenas
aparezcan.
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Espera el próximo viernes a las
11:30 am, Herramientas de recuperación de adicciones
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Esos grupos de apoyo son maravillosos, yo asisti a uno, pero por mi trabajo no he podido ir en las dos ultimas semanas, ya si todo sale como va el Jueves estare de regreso.
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