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Hoy continuaremos con la historia de Codependencia de Bethy, que venimos compartiendo desde hace tres semanas. Esperamos que te pueda ayudar si sientes alguna identidad:

 

  • Capítulo III

El lugar de mi mazmorra

Comenzaron los acosos con más libertad.

Mi padre tenía un negocio de bebidas alcohólicas, cerraba muy tarde, y allí comenzaba mi infierno. Deseaba que nunca llegara esa hora, muchas veces me llevo a motel, y yo solo lloraba desconsolada sin entender por qué a mí.

Siempre que iba a entrar a esos lugares me decía que debía bajar la cabeza para que no me vieran; luego me sacaba a la fuerza del carro mientras yo lloraba desconsolada. Era tan cruel ver que no sentía ningún pesar al verme así…

Perdí de nuevo el segundo de bachillerato. No me podía concentrar en la escuela; ahora se me daría un castigo; el más terrible de todos: Debía trabajar en su negocio y quedarme ese año sin estudiar.

Sentí como si me hubieran dado cadena perpetua. Ya no podría pasar más tiempo con mi familia y tener excusas diciendo que debía estudiar.

Fui violada. Pasó una noche en su negocio.

Cerró.

Yo sabía que comenzaría mi película de terror; la que más pesadillas y asco me producía.

Sentí dolor cuando me violaba y sangré. Él tuvo el descaro de decir que yo no era virgen.

No quería sentirse culpable del daño que me había hecho. Comenzó a llorar como un loco y a preguntar con quién había estado yo. ¿Qué le podía contestar? Jamás había estado con nadie. No entendía qué le pasaba a ese psicópata.

Sentí que ese infierno había durado siglos para mí. Fui amenazada con armas por llorar. Guardé muchas veces un cuchillo debajo de la almohada, pero nunca fui capaz de hacer nada y me arrepiento, me arrepiento de no haberme liberado de ese infierno. Nunca hay que callar… ¡Jamás!

Días después de haber sido violada, me llamó a la habitación que tenía en el negocio y allí estaba mamá. Ya le había contado que yo no era señorita. Dijo que yo se lo conté llorando.

No sabía qué decir. Este hombre estaba totalmente loco. Mamá lloraba y yo también. Quería gritarle: – ¡Sí! ¡Fui violada por ti! – Pero su mirada era tan penetrante y tan maligna… – ¡Sí mamá! ¡Pero no diré con quién! – Contesté.

Del tema no se hablo más.

En casa vivía una hija de mamá de 32 años y era mujer de papá también. Ella odiaba a mamá al igual que a mí. Si podía hacerme daño, lo hacía.

Siempre estaba celosa cuando él me daba algún regalo, como si yo los deseara o recibiera con agrado. ¡Dios! No entendía ese infierno de casa que tenía.

«¿Qué era eso? ¿Allí no estaba Dios?» Todo eso podrían pensar… Pero hable tantas veces con Dios… y lo sentía en mi corazón tan cerca… Sé que estaba conmigo.

Mamá nunca preguntó nada. Era como si supiera, pero el temor no la dejaba. Aún no lo he descifrado. Bueno… Debo asumir que ella aún no sabe nada, pero lo sabrá cuando lea este libro.

Yo terminé siendo la administradora de ese negocio con tan solo 13 años. Eso decía él cuando salía con alguna mujer.

Tenía que mantener una cara seria porque él no quería que nadie me mirara, ni que yo sonriera… porque si lo hacía, estaba coqueteando, y muchas veces por hacerlo fui golpeada y humillada. No se imaginan lo difícil que era esto, en un negocio de alcohol: Yo, la única chica y los hombres mirándome morbosamente. Muchos pensaban que era una prostituta. Hasta me ofrecieron dinero.

Cada día era para mí un dolor insoportable. Deseaba estar muerta, pero conocía la palabra de Dios. Hasta la estudiaba: «Dios no perdona el suicidio»… Pero estoy segura que me hubiera perdonado el asesinato.

Cómo envidiaba a mis hermanas, pero siempre le dije a Dios que prefería pasar por esto mil veces, a que les pasara a ellas.

Las veía tan alegres y hasta enamoradas, pero si papá se enteraba, sería lo peor.

Muchas veces las llevó al negocio. Seguro tenía su intención de hacerles lo mismo que a mí. Odiaban ir a ese lugar. Nos avergonzaba delante de todo mundo, pero estoy casi segura de que nunca abuso de ellas. Bueno… eso creo y espero.

Detestaba cada día en ese lugar, pero cuando se acercaba la noche era abominable para mí. Le pedía a dios que decidiera irse a casa y no quedarse allí, pero Dios no siempre me escuchaba. Vuelvo a sentir y a revivir la impotencia que sentía de no poder hacer nada. Cuando llegaba a casa, corría a encerrarme en mi cuarto y a llorar desconsoladamente. ¡Quería gritar! Quería hacerme daño… pero me faltaba valor.

Recuerdo unas fiestas del mar en mi ciudad. Unos chicos, ya muy tarde me faltaron el respeto, y solo vi botellas volar y muchos cortados. Como siempre, él cuidándose de que nadie me mirara o me molestara. Me creía de su propiedad y de hecho, lo era.

En unas vacaciones a Medellín, se suponía que en la noche saldría con mamá pero no fue así. Ella se quedo en el hotel porque no quería salir, y ahí estaba yo de nuevo. Me llevó a un bar donde atendían unas chicas vestidas de conejas, pero se emborracho y gracias a dios nos fuimos a dormir al hotel. Sentí un descanso grande y una alegría por poder estar junto a mi mami y hermanos.

Vivíamos en un mundo extraño.

En las vacaciones a San Andrés, todo fue un lio porque no queríamos entrar a la playa en vestidos cortos. Lo normal habría sido usar un vestido de baño.

Él exigía nos bañáramos así: con vestidos cortos en lugar de vestidos de baño.

En la piscina del hotel no se pudo. El reglamento pedía que sólo fuera en vestido de baño. Eso le enojo porque se creía el Dios del mundo.

Esos viajes para nosotras eran poco agradables. No podíamos disfrutar plenamente.

Vivimos muchas situaciones como la de los vestidos de baño. Siempre avergonzándonos y diciéndonos brutas.

No soportaba más el asco que me producía ser violada, y comencé a llorar tratando de que no me escuchara. Se dio cuenta, se enojo muchísimo, me saco a empujones del negocio, me subió en su carro  y fui llevada a un lugar solitario. Sacó un arma, me apunto y me dijo que bajara del carro.

Bajé temblando. Sentí que me ahogaba. Mi corazón palpitaba a mil. No podía hablar. Pensé que esa noche moriría. ¡Oh, Dios!

Él sólo dijo: – ¿Ves lo que te puede pasar? – Sonrió y aclaró que sólo bromeaba.

Sé que no era ninguna broma. Era una advertencia de que no debía mostrar descontento cuando abusaba de mí. No se imaginan las ganas que tenía de estar en casa, abrazar a mamá y gritar: – ¡Quiero salir de este infierno!

Pude experimentar el miedo tétrico que debe sentir alguien cuando lo van a asesinar. Así pase muchas situaciones.

Al igual que mi familia, sufría el maltrato.

Es increíble. Hasta la gente de mi barrio le tenía pavor. ¡Estaba desquiciado!

Pasé cinco años de mi vida en ese negocio. Cinco años de rabia, angustia y temor. Hasta sentí trastornos y un temblor en mi cuerpo cuando pensaba que quien me violaba era mi padre.

Hoy veo la serie mujeres asesinas y me hubiera gustado ser una de ellas. Las entiendo, sobre todo, cuando pasan por algo como esto.

Cuando estaba enojado, muchas veces me dejaba encerrada en la bodega del negocio. Era una forma de castigo cuando según él, yo hacia algo malo.

Había unas ratas inmensas. No podía dormir. Sólo pensaba en que esos animales no se me acercaran y deseaba mucho que llegara la mañana.

Cuando él abría el negocio, sólo me preguntaba con una risa irónica: – ¿Sí durmió? – Mi fobia a las ratas hoy en día todavía es grande.

Se me pasó por la mente darle del veneno de rata que él compraba. Preparé un jugo de mora, pero no tuve valor. Me faltaron fuerzas, pero creo que fue lo mejor. No hubiera podido cargar en mi conciencia con algo así.

Comencé de nuevo en la escuela.

No deseaba perder de nuevo un año más. Sabía las consecuencias de eso, y aunque estudiara cerca de su negocio, al menos tendría el pretexto de quedarme en casa para realizar trabajos.

Estudié en esa escuela hasta el noveno año.

 

(Continuará la próxima semana)


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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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