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Mis lectores me han preguntado qué sucedió con Bethy y su historia de codependencia. Me alegra que muchos se hayan identificado y espero que su historia les sirva para ir escarbando en las suyas propias.

  • Capítulo IV

El final de mi verdugo

Creo que a papá lo amenazaron, porque cuando iba en su auto me decía: – Si escucha disparos, ¡Agáchese! –

Por favooooor… ¿También esto? ¿El temor a que me mataran sin saber por qué? Aunque habría sido lo mejor que me hubiera pasado.

Era diciembre; el mes más hermoso y también el más esperado por mí, para arreglar un gran árbol de navidad que teníamos. Yo era experta decorándolo. Era lo más cerca de la navidad que podía estar, ya que no podíamos salir a la calle a disfrutar como los demás niños. Si lo hacíamos, existía la angustia de que en cualquier momento llegaría nuestro verdugo.

Un siete de diciembre mamá se fue a trabajar con papá en su negocio y quedamos solas. Nos asomábamos por la ventana para ver las luces, la gente alegre, la música y a nuestros pocos amigos. Una vecina decidió que debíamos disfrutar también; así que nos subimos al techo para salir a la calle; estábamos contentas pero a la vez agobiadas. Un chico al que yo le gustaba, se acercó y yo estaba algo emocionada; sólo teníamos 20 minutos fuera de casa, cuando vimos que se acercaba la camioneta. Sentimos pánico, pero ya no podíamos escondernos. Alguien le había avisado. Él manejaba a la gente pagándole. Era un barrio algo pobre y él tenia unos cuantos pesos.

Nos pidió que entráramos y corrimos a escondernos debajo de la cama. Se quitó su correa, quitó los colchones y nos pegó fuertemente. Luego se fue como si nada. De nuevo estábamos encerradas, golpeadas, sin gozar de la navidad, y con una vergüenza inmensa con ese muchacho, quien nos llamaba por el garaje de la casa para saber qué nos había pasado.

Mi padre era un paisa tomador, y se relacionaba con un grupo de amigos que andaban siempre armados al igual que él. Recuerdo que muchas veces hizo disparos en casa.

Alguna vez se presentó con mucho dinero y escuché que era producto de la época de la marimba. Llegaba a casa con sus socios a celebrar y bailaban solos. No podía ni siquiera asomarme porque estos hombres me miraban de forma morbosa y mamá nos encerraba en el cuarto. Escuchaba la música de despecho que a ellos les gustaba y sentía muchos deseos de que se largaran de una vez; no quería que papá se quedara. Cualquier cosa podía suceder.

En el mes de diciembre de 1989 lo vi muy angustiado. Tomaba y lloraba en su negocio. Era raro. Mi hermanastra, que tenía relaciones con él por gusto, me dijo que tenía que irse por un tiempo. No entendí qué pasaba. Hasta el día de hoy no la hemos visto. La tierra se la tragó.

Yo estaba haciendo un curso de inglés de vacaciones, así que al terminar la clase aprovechaba diciendo que tenía demasiado trabajo y me venía a casa.

El 10 de diciembre recuerdo que llegó muy temprano y su cara era diferente. Sentí pesar por él. Estuvo cariñoso como un padre. Su mirada fue tierna, y hubo una sonrisa que aún no olvido. Era una sonrisa medio triste. Sus ojos estaban brillantes. Me dijo hasta mañana y no hubo morbo en su mirada.

El doce de diciembre estaba rendida. De repente, mamá me despertó diciendo que habían llegado unos hombres diciendo que papá estaba herido. Me pidió que la acompañara. Me vestí rápidamente y llegamos a su negocio. Estaba tirado en el piso con los ojos abiertos y una leve sonrisa. Pensé que estaba borracho, y sólo entendí cuando mamá pregunto: – ¿Está muerto? – Y un policía dijo: – Sí señora –

Comencé a gritar, a llorar desconsolada. No entiendo por qué. Debería haber estado alegre. Muchas veces pensé en su muerte y sentía tranquilidad, pero no fue así cuando se hizo realidad. Era mi padre… el que me había destrozado mi vida… y yo estaba llorándolo… ¡Y mis lágrimas eran sinceras!

Mi casa comenzó a llenarse de muchos visitantes y familiares de mamá, con el objetivo de quedarse a vivir. Comenzamos una vida de desorden. Yo era entonces, la encargada del negocio. Había trabajado allí por 5 años, así que tenía idea de su manejo… aunque no me agradaba la idea de trabajar en el negocio. No quería saber más nada de ese lugar. Algún chico en mi barrio me dijo que le gustaba muchísimo y que quería ser mi novio. Creo que fue la excusa perfecta para olvidarme de todo y dejar el negocio a un lado.

Yo jamás había tenido un novio, así que comencé con el primero que me dijo que era linda, sin sentir nada por él. Esa relación duró solo dos meses; una relación que nunca me llenó, pero era lindo tener una relación relativamente sana, aunque sin amor. ¡Sentirme querida!

(Continuará la próxima semana)


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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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