Esta es la historia de cómo descubrí que mi novio era adicto al porno.

Al comienzo, no me di cuenta de lo grave que era el problema. Siempre supe que me ocultaba algo, pero pensé que era porque quería su espacio. No entendí cómo su manía de aislarse me estaba afectando a mí y a mi salud mental. Mi alegría dependía de si estaba o no conmigo. Las pistas estaban ahí, pero las ignoraba. No le daba importancia a las veces que se quedaba trabajando hasta tarde, arruinando nuestro día a día. No me fijé en cómo su enojo por el tiempo perdido se convertía en peleas constantes en nuestra vida juntos. 

El primer aviso de que algo andaba mal fue cuando vi que mi agenda se adaptaba a la suya. Mis planes personales pasaban a segundo plano ante su falta de disponibilidad. No me di cuenta de lo mucho que me dolía hasta que me sentí sola y triste en las noches sin él. Me enfrenté a la dura realidad de que, en vez de vivir mi propia vida, estaba metida en algo que no entendía. Poco a poco me fui dando cuenta de lo grave que era el problema; ya era tarde para ignorar las señales. 

Las noches que empezaban con planes juntos terminaban en sesiones solitarias de Juan frente al computador, y yo me quedaba sola. Mis sentimientos cambiaban según su disponibilidad. Su presencia me aliviaba, su ausencia me desanimaba. El despertar fue duro porque me enfrenté a una realidad que había estado evitando: estaba perdiendo mi propia identidad en el proceso. Mis sueños personales pasaban a un segundo plano, mis objetivos individuales opacados por entender qué le pasaba a él. Darme cuenta de esta pérdida gradual de mi ser fue como mirarme al espejo y descubrir que la persona que veía no era la que recordaba.

Decidí buscar ayuda y te encontré a ti. Estas sesiones no solo me dieron herramientas útiles, sino que también me ofrecieron un espacio seguro para explorar mis sentimientos y recibir consejo de alguien que conoce la problemática.

Hubo llanto, peleas que sacudieron los cimientos de nuestra relación y noches sin dormir donde el peso emocional se sentía. Cada uno de estos retos, sin embargo, era un paso más hacia el autoconocimiento, acercándome poco a poco a la libertad emocional que tanto quería. El llanto fue una forma de sacar las emociones que había guardado por mucho tiempo. Lloré por las noches que no pasamos juntos, por la lucha constante entre querer una conexión real con Juan y desear mi propia independencia emocional. Cada lágrima era un recordatorio de que mi bienestar valía más que ser un reflejo de las decisiones de otro.

Empecé a entender que la libertad emocional no venía de cambiar a Juan, sino de cambiar mi propia forma de ver y de relacionarme conmigo misma. Aceptar que no podía cambiar a Juan ni controlar lo que hacía fue una revelación que me dolió pero era necesaria. Me permitió concentrarme en lo que estaba a mi alcance. ¡Yo misma! Poco a poco empecé a definir qué era lo que yo buscaba en una relación sentimental, y qué no estaba dispuesta a aceptar dentro de dicha relación.

Fue un proceso en el que me enfrenté a la realidad de que, aunque lo quería mucho, no podía vivir por él. Esta aceptación fue un cambio de rumbo en mi camino hacia la recuperación. Aprendí a poner límites sanos. Fue un acto de amor propio reconocer que, para mantener mi propia salud emocional, necesitaba poner límites claros. Estos límites no eran una forma de castigarlo, sino un recordatorio de mi derecho a tener una vida que no dependiera de lo que hiciera otra persona. Creo que él sentía que me estaba perdiendo, porque se agudizó la crisis.

 

Adicto al porno

Las peleas fueron momentos de sinceridad y vulnerabilidad. Hablamos, expresamos nuestras inquietudes y sacamos verdades que dolían. De pronto, un día él me confesó que necesitaba ayuda. Que había perdido las riendas de su vida debido a la pornografía desde hacía años. Fue un acto de valor, de enfrentar la realidad, de reconocer que la pornografía estaba dañando nuestra relación.

Debí haber agradecido que él estaba reconociendo el problema, pero reaccioné con rabia y dolor. Lo quería matar. Me sentía ofendida y despreciada… Pero comencé a entender todo lo que no entendía en nuestro pasado. Entendí la causa por la que no desarrollaba su potencial. Entendí la raíz de su desperdicio masivo del tiempo. Entendí la raíz de sus ausencias, su aislamiento, sus resacas emocionales después de los momentos de ausencia. El hecho de que lo entendiera, no quiere decir que lo aceptara, ni que estuviera en paz con ello. 

Cada pelea era un paso hacia la claridad. Las noches sin dormir fueron testigos mudos de mi proceso interno. En la oscuridad, me pregunté qué quería y qué necesitaba. Me enfrenté a preguntas difíciles sobre mi propio valor y descubrí que merecía una vida feliz y plena, sin importar lo que hiciera Juan. Estos momentos de reflexión fueron clave para entender que mi felicidad no debía depender de él. Si él quería recuperarse iba a estar junto a él. Pero si él decidía no recuperarse, yo continuaría con la recuperación de mí misma así eso significara que nuestra relación de mutua dependencia se debía acabar. 

La comunicación se volvió una herramienta muy útil. Aprendí a decir lo que quería de forma clara y directa, comunicando lo que esperaba. Esta sinceridad no sólo me ayudó a soltar emociones guardadas, sino que también le dio la oportunidad a Juan de entender mi punto de vista. Cuidarme a mí misma se volvió una prioridad. Cada reto fue una enseñanza que me acercó más a la liberación y a la construcción de una vida basada en mi propia autonomía emocional. 

La recuperación no fue un camino recto, pero cada paso fue una prueba de mi compromiso con mi propia salud. Aceptar que no tenía el control, poner límites, decir lo que quería y buscar ayuda se volvieron la base para construir una vida más sana y balanceada. Hoy, lo más importante es mi propio bienestar. No significa dejar mi relación, sino volver a empezar desde un lugar de fuerza individual. El darme cuenta me ha liberado, permitiéndome crecer y prosperar como la mujer empoderada que siempre supe que podía ser. El cambio empezó con poner límites claros, pero poco a poco me di cuenta con dolor, de la parte en la que yo contribuía al problema.

Mi necesidad de sentirme empoderada hacía que estuviera permanentemente exaltando los defectos de Juan, lo que contribuía a anularlo. El diálogo me permitió darme cuenta de que yo era una promotora y facilitadora de la enfermedad de Juan. No ha sido fácil, pero ahora que él está en recuperación también, esa parte ha salido a la luz.

Quisiera ser la heroína de la historia, pero soy heroína y villana al mismo tiempo. Pero veo con gusto que estamos saliendo de esta simbiosis en la que estábamos sumergidos (que ninguno disfrutaba), en la que él dependía económicamente de mí y así evitaba enfrentar sus miedos e inseguridades, y yo necesitaba tener a mi lado a un culpable de todas mis desgracias para poderme sentir bien conmigo misma y enfrentar mis propias inseguridades también.

Para quienes están en la oscuridad del dolor y la ingobernabilidad en este momento, mi consejo es que pidan ayuda. A veces uno necesita una mano para darse cuenta de lo que está sucediendo, y necesita una crisis para que después pueda llegar la calma. 

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