Durante mucho tiempo, no me di cuenta de la adicción al sexo de David, mi esposo. Sólo hasta cuando me fue infiel en nuestra propia cama. Aunque desde que éramos novios, algunas amigas me decían que él no les gustaba para mí.

Los primeros indicios se manifestaron a través de cambios en su comportamiento: distanciamiento emocional y excusas frecuentes para pasar tiempo fuera de casa, generalmente relacionadas con el trabajo. 

En ese momento, minimicé esas señales, convenciéndome a mí misma de que eran resultado de situaciones estresantes o dificultades temporales en nuestra relación. Yo lo amaba y él parecía muy honesto cuando me decía que me amaba.  Yo ignoraba la realidad que se tejía frente a mis ojos, permitiendo que la negación se aferrara a mi percepción de la relación que había nacido sobre la mentira.

Con el paso del tiempo, cada señal ignorada en la relación con David cobró relevancia, revelando un patrón preocupante. Mi proceso de toma de conciencia alcanzó momentos críticos. Un día revisé los contactos bloqueados de su WhatsApp y todos eran mujeres. Algunas eran trabajadoras sexuales. Le reclamé y él se defendió diciendo que habían sido clientes de casos legales suyos del pasado. Me trató de loca, paranoica y se puso furioso conmigo por espiarlo. 

Yo quería encontrarlo con las manos en la masa para mostrarle que no estaba loca. Mientras más indagaba, más profundo me metía en un camino que no quería recorrer. Más descubría lo que no quería descubrir.

Encontré mensajes comprometedores de mujeres que le enviaban fotos en poses sugestivas y con poca ropa, pero no le dije nada mientras seguía pensando en cómo tenderle una trampa.

Me estaba volviendo loca y sufría mucho, pero no podía parar. En ese momento decidí buscar ayuda y te encontré. Gracias a tus mentorías, comencé a centrarme en mí misma y no en David. Comencé a escuchar lo que mi corazón me decía. No necesitaba encontrarlo con las manos en la masa. Simplemente necesitaba buscar una relación que no me generara esta ansiedad y desasosiego permanentes que sentía con David, y que yo confundía con enamoramiento y mariposas en el estómago.

Un día iba en un taxi al aeropuerto por un viaje de trabajo y recibí una llamada de mi cuñada quien sabía lo que estaba pasando, y pidiéndome que por el amor de Dios perdiera el avión y volviera a casa. Lo hice como un robot, sin pensar en las consecuencias. Cuando llegué, el portero del edificio me abrió con una sonrisita nerviosa.

Infiel en nuestra propia cama

Abrí la puerta del apartamento y encontré ropa tirada por toda la sala. Cuando me fui hacia la habitación, los encontré en plena faena en nuestra propia cama.

Este despertar fue un torbellino de emociones, desde el dolor de la traición hasta la liberación de finalmente enfrentar la verdad incómoda sobre la infidelidad y la adicción al sexo que marcaban nuestro matrimonio. También sentí una rabia infinita hacia mi padre, que luego tuve que elaborar mejor.

Aceptar que no podía cambiar a David marcó un punto crucial en mi recuperación. Recuerdo que una parte de mí quería estrangularlo, quería gritarle que yo no estaba loca, que siempre había tenido la razón, que él era un miserable, que por qué me hacía esto a mí, pero sólo le dije: “Necesitas ayuda” y me volteé resuelta a irme para siempre sin armar lío.

Él se arrodilló frente a mí desnudo, como un guiñapo avergonzado y pidiéndome perdón. Yo entendí mi parte y cómo su enfermedad había atraído a esa parte enferma que hay en mí. Escarbando en mi pasado, me doy cuenta como mi padre mujeriego era distante emocionalmente y vivía defendiendo su derecho a tener su propio espacio. Yo simplemente busqué lo que había conocido toda la vida.

Él decidió buscar ayuda, pero ya no es mi esposo.

Ahora tengo una relación con un hombre sano a quien amo profundamente y quien me dice que me ama todos los días. Aprendí a establecer límites saludables como acto de amor hacia mí misma y no busco esa sensación de vacío y vértigo emocional que buscaba en las relaciones de antes. 

La autenticidad se ha convertido en mi guía, he encontrado fuerza en mi propia vulnerabilidad y por eso comparto mi historia por si le puede servir a alguien. 

Hoy, mi compromiso principal es con mi propio bienestar. No significa renunciar a mi nueva relación, sino descubrirla desde un lugar de fortaleza individual.

Después de mi divorcio, algunas amigas se acercaron para contarme que cuando éramos novios él les había hecho propuestas indecentes. 

La toma de conciencia me ha liberado, permitiéndome crecer y prosperar como la mujer que se ama a sí misma, que siempre supe que podía ser. 

Mi historia es una invitación a reflexionar sobre la codependencia, reconocer sus señales y dar el paso valiente hacia una vida donde el amor propio es la base. La recuperación es un viaje, y el mío continúa hacia la plenitud y la aceptación de mí misma.

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