Bueno, pues soy Valentina, ¿sabes? Mi problema comenzó a aparecer durante mi adolescencia, pero tomó una fuerza incontrolable cuando entré a la universidad. Al principio, el primer semestre de diseño gráfico parecía estar yendo bien, pero detrás de todo eso, mi vida era un desmadre por la necesidad compulsiva e incontrolable que tenía de arrancarme el pelo. Ni siquiera sabía que mi problema tenía nombre. Arrancar pelos se volvió como mi deporte extremo personal, y créeme, no era divertido.

Mis dedos se volvieron expertos en encontrar pelos rebeldes, y mi cabeza parecía una batalla campal con mechones caídos por todas partes. Al principio, pensaba que era solo una manía extraña, pero cuando mi espejo empezó a reflejar más calvicie que estilo, me di cuenta de que tenía un problema serio. Y no hablo de esos problemas de tarea a última hora, sino de algo que estaba tomando el control de mi vida sin que yo pudiera detenerlo. Comencé a buscar información en internet y reconozco que fue un alivio saber que había otros que padecían el mismo trastorno mío. No estaba sola. No era la única en el mundo.

Inclusive leí sobre casos de personas que no sólo se arrancan el pelo. sino también se lo comen. Esos casos son quirúrgicos y acaban con la salud física y la vida de las personas, pues los jugos gástricos no disuelven los pelos y estos se van acumulando en el estómago y los intestinos hasta que forman pelotas que los bloquean. Mi caso no era tan extremo, pero eran evidentes mis parches blancos en la cabeza.

Mi trastorno se agudizaba cuando tenía que hablar en público, cuando tenía que sustentar un trabajo, cuando hablaba cara a cara con un chico que me gustaba, cuando tenía que hacer una llamada, o cuando simplemente estaba aburrida. Era una especie de analgésico/distracción/entretención.

Recuerdo que después de una clase donde mi profesor estaba más gruñón que nunca, me vi frente al espejo y pensé, «Valentina, esto ya no puede seguir así». Así que decidí buscar ayuda. No te miento, admitir que necesitaba ayuda fue difícil al principio, pero cuando la comencé a recibir fue como quitarme un peso enorme de encima.

Empecé terapia, y al principio me sentía un poco como si estuviera hablando con un amigo imaginario, pero después de unas cuantas sesiones, empecé a entender qué demonios estaba pasando en mi cabeza. Entendí cómo al concentrarme en un pelito y en el dolor agudo que me producía, mi atención se distraía de todo aquello que me generaba ansiedad; de los hábitos de pensamiento que exacerbaban esa ansiedad. Principalmente, entendí que la ansiedad venía de una sensación de incapacidad que yo sentía al enfrentar el mundo. Pero no era real. Venía desde mi inseguridad. Todo me mostraba que yo podía con los retos que estaba enfrentando, pero muy adentro sentía que no era capaz. Poco a poco tuve que aprender a lidiar con el estrés y redirigir esos impulsos de arrancar pelos hacia algo más productivo, como enrollar una pelotita antiestrés o jugar con un spinner.

Hoy en día, mi cabello está en mucho mejor estado, y puedo decir que mi vida también. No todo es perfecto, a veces aún tengo esos impulsos, pero ahora sé cómo enfrentarlos. La tricotilomanía ya no es la jefa de mi vida, y en lugar de estar perdiendo pelos, estoy trabajando duro por ganar confianza y seguridad en mí misma y, créeme, eso se siente bastante bien.

Ahora, inclusive he encontrado una fortaleza increíble en reconocer mi problema ante otros, en espacios seguros. Cuando veo a una persona con parches de calvicie en su cabeza, le cuento mi historia y conectamos. Ayudando a otros, me estoy aceptando y ayudando a mí misma. Además, no somos tan rarooooos. Hay quienes se comen las uñas; otros se muerden los labios; otros se pellizcan la piel; inclusive hay quienes se hacen cortes en la piel. Así que si padeces tricotilomanía, busca la ayuda adecuada y no sientas que eres la única persona con ese problema.

Si crees que alguien que conoces sufre tricotilomanía, no te burles. Muchos, ni siquiera saben qué es lo que les está sucediendo. Si puedes, comparte con ella esta historia.

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