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Ya hemos publicado algunas historias de Codependencia o
Adicción a las Relaciones. A petición de los lectores, este artículo trata la
misma problemática, pero con el nombre que le han dado otros autores. Tiene que
ver con la necesidad de la presencia, de las acciones, aprobación, palabras o
caricias de otra persona, para estar bien.

Hay quienes sufren de esta dependencia en las relaciones
sentimentales, otros la padecen en las relaciones sociales y otros en las
laborales o profesionales. ¿Conoces a alguien con esta dependencia? Si la
respuesta es sí, la buena noticia es que esta dependencia se puede tratar y
solucionar.

Para saber específicamente de qué estamos hablando, leamos
el testimonio de Magnolia a continuación…

 

Ramiro Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

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Decidí pedir ayuda porque acababa de terminar una relación sentimental
y sentía que me moría.

Pensaba que no podía ser normal; que está bien sentir dolor, pero no
ese vacío tremendo que yo sentía. A veces me miraba el estómago para ver si
tenía un hueco ahí. La sensación era como si estuviera cayendo de un avión, sin
paracaídas, permanentemente. Una eterna caída libre. No podía rendir, no podía
concentrarme, no podía pensar en nada. Lo único que tenía era ese vacío
sobrecogedor y la sensación de que así no podía seguir viviendo. No sabía qué
hacer, sentía una angustia, una ansiedad, un miedo, una incapacidad para vivir
la vida; más que miedo, lo que sentía era pánico; pánico por estar sola, a
pesar de que toda mi vida había estado sola.

La relación había sido terriblemente disfuncional. Él normalmente no
estaba disponible. Se perdía por días, semanas y a veces hasta meses. Mi
familia lo odiaba, pues según ellos era el peor novio que pude haber
conseguido.

La relación duró siete años.

Comenzamos cuando yo tenía diecisiete años. Ahora pienso que
desperdicié los mejores años de mi vida. Desde que nos conocimos él me manipuló
para conseguir lo que quería de mí. Yo ni siquiera estaba buscando una relación
sentimental. Estaba saliendo del dolor del desamor de la traición de mi mejor
amiga quien terminó saliendo con un muchacho que me gustaba.

Pero Jorge comenzó a endulzarme el oído, a convencerme de que me
escuchaba, siempre estaba para mí.

Entonces caí. Caí redondita. Comencé a verme con él a escondidas de mis
padres, porque él ya estaba terminando la universidad y yo apenas estaba
terminando el colegio. Me invitaba a comer, a algunos planes intelectualoides
estúpidos que me hacían sentir en el mundo de los universitarios, pero más
importante que todo, me hacía sentir bien. No me sentía sola; sentía que
pertenecía allí.

De alguna manera, cuando estaba con Jorge desaparecía ese dolor
profundo y permanente que había tenido durante toda la vida. Ahora sé que era
el dolor de mi propio autodesprecio, de mi baja autoestima, de no cumplir con
las expectativas que tenía de mí misma, de sentir que era una decepción para
mí, para Dios y para el mundo.

Pero en ese momento no lo sabía. Solo me sentía mejor con Jorge y le
pedía que me dedicara más tiempo. Todos los días le pedía más y más tiempo, y
Jorge cada vez me daba menos.

Terminamos encontrándonos solamente para tener sexo, porque llegué a
creer que así era la única forma como él accedía a verme. La pasábamos
increíble y luego él se perdía durante largos períodos de tiempo. Me escribía
de vez en cuando que estaba muy ocupado pero que apenas se desocupara le
gustaría verme… y yo le creía y lo esperaba.

Mi vida era un gran desierto en el que esporádicamente aparecía un
pequeño oasis que me daba un poco de energía para seguir viviendo hasta el
siguiente oasis.

Nunca me cuestioné la relación. Solamente esperaba las pequeñas dosis
de afecto que Jorge me daba con cuentagotas.

Cuando se desaparecía durante meses eran los peores momentos de mi
vida. Pero después de dos o tres meses yo comenzaba a sentirme un poco mejor, a
plantearme algunos propósitos personales, a salir con amigos y amigas, a tener
algún pretendiente y a rogarle a Dios que él no volviera a aparecer… pero él
como si tuviera un pacto con el diablo, sabía cuándo aparecer y desbarajustar
toda mi vida nuevamente.

Me llamaba, me mandaba notas, me pedía que nos viéramos, me tiraba
anzuelos de todas las formas posibles… hasta que yo picaba y ahí quedaba pegada
durante otro año.

Ahora me doy cuenta de que no toda la culpa era de él. Yo podría
haberle dicho que no. Pero no sabía que más que amor, lo que yo tenía era una
dependencia emocional de él. Yo era una adicta y él era mi droga. Siempre decía
que había cambiado, que había vuelto para quedarse, que no se imaginaba la vida
sin mí. Me decía lo que yo necesitaba oír. Luego teníamos sexo brusco y él
volvía a ser el mismo de siempre.

Como los jíbaros que visitan a los drogadictos rehabilitados y les
regalan las primeras dosis para que recaigan, él me llamaba a mí y me ofrecía
las dosis de cariño, caricias, afecto y comprensión que yo tanto necesitaba,
para después manejarme como una marioneta.

Yo era supuestamente creyente, pero me arrodillaba ante él. Lo convertí
en mi Dios. Hacía todo lo que él quería que hiciera. Me comportaba como él
quería que me comportara. Todo esto lo hacía para poder escapar de mí misma. De
mi dolor. Lo que buscaba era no sentir y no estar conmigo misma. No sabía que
la única forma de quitarme ese dolor era sintiéndolo y sanando las heridas
emocionales que lo causaban.

Con el tiempo me he dado cuenta de que no dependía solamente de él. Soy
tremendamente susceptible a la crítica, al rechazo y a las respuestas negativas,
tanto de mis padres, como de mis amigos, profesores y jefes. Al mismo tiempo la
aprobación me producía una especie de éxtasis. Por eso siempre estaba buscando
la aprobación de todo el mundo. Vivía esforzándome por hacer las cosas bien en
la casa y en el trabajo, para lograr la dosis de aprobación que necesitaba. Así
me convertí en la alumna y la empleada perfecta. Nunca decía que no. Nunca
incumplía. Todo el tiempo dependía de los demás para poder sentirme bien,
porque no podía estar bien conmigo misma. Eso me llevó a volcar mi vida hacia
los demás; siempre estaba pendiente de atenderlos, de satisfacer sus
necesidades, deseos y demandas. Todo el tiempo estaba atendiendo a los demás y
desatendiéndome a mí misma; olvidándome de mi misma. Dejando mis deseos y
necesidades para el final.

Llegué al punto de no saber qué era lo que yo quería o necesitaba.
Sabía muy fácilmente lo que los demás querían o necesitaban, pero me costaba
mucho trabajo saber quién era yo. Perdí mi identidad. Creía que me gustaba el
fútbol, pero en realidad no me gustaba. Me gustaba estar con Jorge y como él
hacía programas para ver fútbol, yo terminé «amando» el fútbol. También decía
que la mejor música del mundo era la que Jorge escuchaba, olvidándome de la
música con la que crecí, viví mi adolescencia, y me inspiraba para escribir
poemas.

Pero ahora todo está cambiando. He tenido que sentir dolor. Tenía mucho
miedo de sentir el dolor de estar conmigo misma, pero por ese miedo me sumergí
en mi propio proceso de autodestrucción que me causó más dolor que nada en este
mundo. Ahora sé que si no siento el dolor, lo enfrento y lo sano, estaré
condenada a depender de los demás para escaparme de mí misma.

Sé que la relación terminó porque finalmente yo tomé la decisión de no
volver a tener contacto con Jorge.

Él me ha seguido llamando, me ha seguido buscando, me ha llorado, se me
ha arrodillado, me ha pedido perdón; ha hecho lo que siempre desee en mis
sueños que hiciera. La diferencia está en que en los sueños yo le decía que sí
volvía con él, pero bajo ciertas condiciones. Ahora le digo que no quiero saber
nada de él ni de sus manipulaciones diabólicas. Ya le quité el poder que tiene
sobre mí. Ya he encontrado mi propio poder.

También estoy descubriendo mis gustos. Me estoy vistiendo como a mí me
gusta, no como creo que a otros les gustaría. Cuando voy a un restaurante pido
lo que quiero y no lo que me parece conveniente.

Antes, para hacer cualquier cosa, para comprarme un vestido o un
celular nuevo, le preguntaba a todo el mundo… y eran tan diversas las opiniones,
que nunca pude tomar decisiones que dejaran a todos satisfechos… y terminaba recibiendo
críticas. Ahora me doy cuenta de que mi error era invitar a los demás a que se
inmiscuyeran en mis asuntos. Ahora compro lo que se me da la gana y cuando
alguien amablemente me da su «opinión» que en realidad es una crítica
disfrazada, le contesto que cuando quiera su «opinión» se la pediré. Que por lo
pronto me deje tranquila, que lo que compré era lo que más se adecuaba a MIS
necesidades y que yo lo había decidido.

Poco a poco estoy liberándome de la necesidad de aprobación de los
demás. Todavía me falta un largo camino por recorrer, pero lo lindo de este
proceso es que he recibido regalos desde el día en que lo comencé.

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Espera el próximo viernes a las
11:30 am, Adicción al control

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Ramiro Calderón

Mentorías en el Manejo de Adicciones

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