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Camilo estaba deduciendo que podría ser un trabajador
compulsivo. Llegó buscando ayuda poco después de haber encontrado a su esposa
en la cama con un compañero de maestría. Todas las relaciones sentimentales de
su vida habían sido un fracaso. Él se sentía realizado y satisfecho en otros
aspectos de su vida, pero siempre terminaba abandonado por su pareja de turno y
su vida social era prácticamente nula. Ya se estaba haciendo a la idea de que
tendría que terminar su vida solo.

Él era admirado por muchas personas tanto en su familia,
como en su trabajo. Se había hecho prácticamente solo y con mucho esfuerzo.

Desde muy pequeño conoció la privación en su hogar. Acrecentada
por el hecho de haberse educado en un costoso colegio en el que su padre
trabajaba. Aunque se destacaba en el estudio, siempre añoró la vida de sus
compañeros:  Los viajes, la ropa que
usaban, sus fiestas de cumpleaños, sus juguetes; en la adolescencia envidiaba
sus salidas, clubes, fincas, novias y su vida glamorosa.

Durante toda la vida escolar, Camilo se sintió inmerso en
un mundo al que no pertenecía. Esa sensación era tan real, que no se sentía uno
más de ellos, sino alguien que estaba viendo en televisión un programa sobre la
vida de los ricos y famosos. Los veía inalcanzables e intocables. Se sentía
como un observador invisible entre todos ellos. Lo único que le daba cierta
notoriedad, eran sus logros académicos.

Mediante su esfuerzo, Camilo logró cierta reputación y
aceptación dentro de su grupo de compañeros. Siempre pensó que era injusto que
a él le tocara esforzarse por lograr aceptación, mientras los demás tenían
ganada su pertenencia sin hacer nada. Muchas veces sintió que lo buscaban, no
por lo que era, sino por las ventajas que representaba tener al mejor del curso
en su grupo de trabajo; que lo veían como un cerebro con patas. De cualquier
manera, aceptó que esa era la condición que le permitía medio encajar en ese
medio tan difícil y competitivo.

Al terminar el colegio, obtuvo el mejor puntaje del colegio
en las pruebas del ICFES. Camilo era extremadamente competitivo. Siempre quería
ser el primero y ganar. Entró becado a estudiar economía en una de las mejores
universidades del país y allí se repitió la historia del colegio. Mientras veía
a sus compañeros escoger restaurante a la hora del almuerzo, él se sentaba en
un parque a comer algo que su madre le había hecho y empacado en un recipiente
de tupperware con mucho amor. Mientras sus compañeros vestían ropa de las
mejores marcas, Camilo usaba ropa cosida por su madre. Mientras sus compañeros
tenían computador con acceso a Internet, Camilo tenía que pedir turno en la
universidad para usar uno, o pedirle a algún compañero que le permitiera
trabajar en su casa.

Varias veces se enamoró de compañeras en la universidad,
pero sentía que era imposible siquiera invitarlas a los sitios a los que las
invitaban otros pretendientes. Siempre se sentía menos que los demás, sentía
que las mujeres que estudiaban con él eran inalcanzables.

Finalmente terminó saliendo con Sabrina, una chica
alegre, descomplicada y rebelde a quien le gustaba comprar ropa de segunda y
vestir de formas extrañas. A Camilo le parecía que la familia de Sabrina vivía
como la realeza, pero a ella le importaba todo, menos el dinero.

 

Los padres de Sabrina lo recibían en casa y lo invitaban
a comer. Les gustaba que su hija saliera con un joven juicioso y no con los
vagos que alguna vez trató de presentar en casa. Camilo se sentía infinitamente
agradecido por la aceptación que recibía y por primera vez en su vida se sintió
tratado como si estuviera al mismo nivel.

Con Sabrina se iluminó el mundo de Camilo. Conocieron
todos los planes románticos baratos o gratis que hay en Bogotá. Paseaban
agarrados de la mano por la
Candelaria, asistían a funciones de teatro y de cine,
recitales de poesía y de cuenteros, entraban gratuitamente a museos y se
acostaban sobre el pasto a ver las nubes. Todo era hermoso y lleno de color.

A veces, cuando los padres de Camilo estaban trabajando,
ellos aprovechaban y se escapaban de la universidad para ir a estar solos en el
apartamento de Camilo. Allí Camilo conoció la entrega total; la fusión de las
almas; el éxtasis infinito del amor consumado.

Al poco tiempo Camilo comenzó una pasantía remunerada en
una empresa, recibiendo como compensación por su trabajo el equivalente a un
salario mínimo. ¡No sabía qué hacer con tanto dinero!

Inmediatamente comenzó a comprarse ropa de marca y a
invitar a Sabrina a los lugares que siempre añoró. Poco tiempo después, Sabrina
lo dejó y comenzó a salir con un señor veinte años mayor que ella.

Camilo pensó que lo había despreciado por su situación
económica apretada, a pesar de que Sabrina le dijo mil veces que se había
cansado de que él nunca tenía tiempo para ella. Se había cansado de que él
siempre tenía que estudiar, trabajar y sacar adelante sus proyectos, y de
sentirse en último lugar en la escala de prioridades de Camilo.

Camilo se juró a sí mismo que nunca más nadie lo iba a
despreciar. Terminó rápidamente su carrera y siguió vinculado a la empresa en
la que hizo la pasantía. Apenas se graduó, ingresó a una especialización. El
trabajo y el estudio le permitían olvidarse temporalmente del dolor del
abandono de Sabrina.

Rápidamente fue ascendiendo en la empresa. Gracias a su
compromiso con el trabajo, en ocho años logró cuatro promociones, lo cual fue
un record en dicha empresa. Además, hizo otro postgrado y una maestría. En el
trabajo se sentía realizado. Todos los días, cuando tenía que lidiar con
clientes o resolver problemas, se decía a sí mismo que eso lo hacía sentir
vivo. No tenía tiempo para socializar y menos para dedicar a una relación de
pareja, pero no le importaba. El trabajo fortalecía su autoestima y su sentido
de la propia valía. Le gustaba sentirse necesario. No le gustaba delegar cosas
porque nadie las hacía tan bien como él. Como era soltero, siempre estaba
disponible para asumir compromisos extras, para llevar a cabo proyectos, en los
tiempos, bajo el presupuesto y con los resultados esperados.

Tuvo algunas relaciones sentimentales efímeras, pero
todas terminaban porque ellas no comprendían que él estaba trabajando por
conseguir un futuro mejor. Siempre le reclamaban más compromiso con la relación
y tiempo.

Finalmente llegó un día el anhelado ascenso a gerente
nacional de ventas. Llevaba solo once años en la empresa, y después de haber
comenzado como asistente administrativo de una sucursal, había llegado a las
ligas mayores. Sentía que ya estaba listo para darse sus primeras vacaciones
merecidas… pero tuvo que postponerlas por las exigencias del trabajo.

La empresa lo envió a vivir a un lujoso apartamento. Conducía
un hermoso carro que le dio la empresa, el cual le renovarían cada dos años.
Tenía entrada libre a varios clubes sociales. Las mujeres que le habían
parecido inalcanzables, le coqueteaban. Una noche, en un coctel conoció a
Mariana, una hermosa rubia, hija del gerente de una organización considerada
como uno de los clientes estratégicos de la empresa en la que trabajaba Camilo.

Mariana quedó prendada de este hombre joven tímido y
exitoso. Hablaron, intercambiaron sonrisas, Camilo sintió el peso de su
sentimiento de no ser digno de ser aceptado, pero trató de vencerlo y
tartamudeando un poco, le dijo a Mariana que le gustaría volverla a ver. Ella,
con soltura y desparpajo, deslizó una tarjeta en el bolsillo del saco de Camilo
y le dijo que la llamara.

Cuando Camilo la llamó a los veinte días, Mariana ya
había perdido las esperanzas de que aquel joven ejecutivo la llamara y sintió
una gran sorpresa. Le pareció que se estaba haciendo el difícil. Camilo no la
había llamado por miedo y exceso de trabajo.

Salieron a un restaurante elegante, volvieron a salir a
un bar de moda y al poco tiempo estaban comenzando una hermosa relación. Camilo
desconocía el mundo de la noche. Un día ella lo invitó a bailar y Camilo movió
su cuerpo tenso con las manos sudorosas, mientras Mariana se contoneaba
sensualmente frente a él. Esa noche terminaron en el apartamento de Camilo y él
volvió a sentir el éxtasis sobrenatural del amor.

Al poco tiempo comenzaron las primeras discusiones porque
Camilo llegaba tarde o asistía a los compromisos sociales. Mariana sentía que
Camilo ponía su trabajo siempre antes que ella. Pero él la amaba profundamente
y no entendía de dónde venían esos reclamos, si ella inicialmente se había
fijado en él por su cargo, no entendía cómo le reclamaba que se esforzara por
crear un futuro mejor para ellos.

La relación siguió y excepto en las discusiones por el
tiempo de Camilo, los dos se entendían muy bien y se amaban. A los pocos meses,
Camilo le propuso matrimonio a Mariana. Ella dudó un poco y le dijo que no
quería amarrarse a alguien que la fuera a dejar abandonada por el trabajo. Por
primera vez, Mariana dijo dos palabras que repetiría otras veces: «Eres un
adicto al trabajo».

Camilo le contestó que podría ser un adicto al trabajo,
pero que esa era una adicción socialmente aceptada; que agradeciera que no
tenía cualquiera otra adicción; que eso sería mucho peor. Además, que tuviera
en cuenta todos los beneficios que recibían gracias al trabajo de Camilo.

Estuvieron a punto de romper la relación, pues Mariana
había vivido la ausencia de su padre por compromisos laborales y no quería que
los hijos que tuviera con Camilo vivieran lo mismo que ella vivió. Una vida en
la abundancia material, pero estéril en cuanto a afecto y vivencias familiares.

Camilo le prometió que se relajaría un poco más con el
trabajo; que le dedicaría más tiempo a ella; que se tomarían unas merecidas
vacaciones juntos; que compartirían más en casa.

Se casaron, y apenas terminó la luna de miel, Mariana
resintió que Camilo se veía feliz de volver a su trabajo. Al poco tiempo estaba
otra vez yéndose a trabajar temprano, volviendo tarde a casa, llevando trabajo
a la casa. Trabajaba en la cama, atendía llamadas a las horas de las comidas,
trabajaba los fines de semana… y Mariana comenzó a perder las esperanzas.

Ella decidió ocupar su tiempo también, pues no creía que
fuera justo estar siempre disponible para él y que él no estuviera para ella. Se
inscribió a un gimnasio, ingresó a hacer una maestría en el día y también
comenzó a tomar clases de francés.

Camilo comenzó a sentir los primeros campanazos de
alerta, cuando visitó a su padre enfermo, a quien llevaba varios meses sin ver
a pesar de vivir en la misma ciudad. Su padre, sintiendo la muerte cerca, le
dijo que quería que fuera feliz; que la vida no era solo trabajo; que al ver la
cara de la muerte, lo que más lamentaba era no haber pasado más tiempo con sus
seres queridos. En esa charla interrumpida por las llamadas que le hacían a
Camilo del trabajo, él le contestó a su padre que era feliz y que tenía todo lo
que siempre había soñado: Respeto, una hermosa mujer y muchos juguetes. Luego
se fue y la siguiente vez que vio a su padre fue en un ataúd. El no haber
sacado tiempo para visitarlo antes de su muerte le removió las entrañas.

Las palabras que su padre le dijo estaban resonando en su
cabeza. Por otro lado, había caído en sus manos el libro «El Mundo es Tuyo,
pero Tienes que Ganártelo» escrito por Kim Woo-Chong fundador y presidente de
Daewoo; uno de los principales defensores de la idea de trabajar duro para
dejar un legado. Él nunca salió a vacaciones con su familia, nunca salió a
comer con su familia, porque siempre estaba trabajando. En el libro, escrito
antes de la quiebra, el autor se enorgullecía de no haber perdido tiempo en
vacaciones, juegos o actividades familiares. Gracias a eso había logrado
convertir a Daewoo en una multinacional en veinte años.

Camilo se preguntó si después de que se derrumbó su
imperio económico, después de haberse quedado sin empresa y por supuesto sin
familia porque ya era muy tarde para crear lazos, este hombre todavía pensaría que
había sido bueno poner al trabajo por encima de todo.

Había concertado una reunión para después del entierro de
su padre, pero se sintió mal. Sintió que finalmente algo lo estaba llevando a
cuestionar su forma de vida. Su relación con Mariana se había enfriado.
Solamente salían sonrientes y juntos en las fotografías de eventos
empresariales a los que la llevaba, pero se estaban convirtiendo en dos
extraños. Decidió aplazar la reunión y se dio cuenta, por primera vez, de que
una reunión se podía aplazar sin que el mundo se derrumbara. Llegó temprano a
casa, pensando en sorprender a Mariana, y el sorprendido fue él.

En el televisor de pantalla gigante estaba pasando una
película pornográfica. Los gritos y aullidos de la película no le permitieron
oír los gritos de Mariana. Estaba desnuda retozando con un compañero de
maestría. Ese día se acabó el matrimonio de Camilo, pero finalmente decidió
buscar ayuda.

Lo que más le costó trabajo a Camilo fue renunciar a la
empresa a la que se había aferrado con tanto ahínco. Lo hizo; dedicó seis meses
a viajar por Suramérica en bus, y luego regresó para montar un Café. Ahora
tiene tiempo para ir al gimnasio, para compartir con su nueva novia, y aunque
no tiene unos ingresos tan altos como antes, puede vivir holgadamente; ha
tenido que trabajar fuertemente en su autoestima, pero el Café le ayuda, pues
tiene más tiempo para compartir con sus amigos al calor de un café y quienes lo
buscan allá, lo hacen para compartir con él y no por obtener alguna ganancia
secundaria.

*Los nombres
y algunos detalles han sido cambiados para proteger la identidad de las
personas.

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Ramiro Calderón

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