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Vigorexia por Ramiro Calderón

Javier llegó buscando ayuda por problemas en las relaciones.
Se sentía muy solo. Todo el mundo lo juzgaba y condenaba sin siquiera conocerlo.
Sus familiares y amigos le decían que sus rasgos obsesivos y compulsivos lo
llevaban a ser una persona extremista. Según él, eso lo había convertido en un
hombre agresivo que últimamente había tenido pensamientos suicidas. No sabía
qué le sucedía, pero ya no podía seguir lidiando con todo él solo.

Había sido un joven flaco, solitario, que pensaba que no tenía
tiempo para enredos amorosos, adicto a la televisión y al cine. Un día, cuando
ya llevaba dos años buscando empleo después de haber terminado la carrera de
Ingeniería de Sistemas, después de ver la película de «El Rey Escorpión» por
n-ésima vez, se miró al espejo y se sintió avergonzado de su propio cuerpo flaco
y debilucho. Ese día concluyó que su cuerpo y su aspecto físico, eran la base
de todos sus problemas sociales, su inhabilidad para vincularse laboralmente y
de su incapacidad para relacionarse con el sexo opuesto.

Entonces comenzó un plan de ejercicios tres veces por semana
en el gimnasio de al lado de su casa. El ejercicio revitalizó su alma e inyectó
esperanzas en su existencia oscura y solitaria. Se sintió más vivo; las chicas
que asistían al gimnasio eran bonitas y se deleitaba viéndolas mientras hacía
ejercicio. Se felicitó por estar haciendo algo por sí mismo y comenzó a asistir
al gimnasio todas las mañanas.

Un día, otro joven llamado Julián, le pidió que le ayudara,
pues iba a hacer una actividad con mucho peso y si no podía, iba a necesitar
auxilio. Javier se paró en la cabecera del banco en el que estaba Julián,
dándole ánimo y ayudándole cuando éste no podía. Julián lo invitó a intentarlo.
Quitaron algo de peso y Javier lo intentó mientras Julián lo ayudaba y
alentaba.

Ese día nació una gran amistad y Javier se enteró de que para
ganar masa muscular, debía programar rutinas con bastante peso.

Durante los días siguientes Julián le presentó a Javier
otras personas que asistían habitualmente al gimnasio. Comenzaron a
intercambiar consejos sobre rutinas, sobre la mejor forma de hacer determinados
ejercicios, sobre los alimentos adecuados para ganar masa muscular, etc.

Todos los días se veían en el gimnasio y para Javier, el
gimnasio se convirtió en un lugar muy agradable al que le gustaba ir, no solo
porque veía que su aspecto físico mejoraba muy lentamente, sino porque allí
socializaba.

Al cabo de un año, todo el mundo le decía que se había
transformado completamente, aunque a él no le parecía. Todos los días se miraba
al espejo y se veía débil y sin fuerzas. Necesitaba seguir ejercitándose más.
Comenzó el temor a perder masa muscular mientras dormía o estaba inactivo. Para
evitar esa contingencia, comenzó a ir al gimnasio por las noches.

Por la mañana era el primero en llegar, y en las noches era
el último en irse. Poco tiempo después, el instructor le dijo que tanto
ejercicio podía ser nocivo para su salud. Javier fue a hacerse examinar
exhaustivamente por un médico. Después de todos los exámenes y pruebas, el
médico le dijo que estaba en excelente estado de salud.

Cuando le dijo esto a su instructor en el gimnasio, éste le
pidió que firmara una carta en la que Javier se hacía responsable por cualquier
perjuicio a su salud ocasionado por el exceso de ejercicio. Javier la firmó sin
problema y continuó haciendo ejercicio. Al poco tiempo consiguió trabajo y
novia.

La oficina donde trabajaba quedaba justo encima de un
gimnasio, así que comenzó a asistir a dicho gimnasio a la hora del almuerzo. En
total, invertía unas seis horas diarias en el gimnasio.

Su novia, a quien conoció en el gimnasio, lo dejó al poco
tiempo, pues Javier no se acostaba con ella por temor a perder fuerza, ni tenía
tiempo para salir con ella en las noches; después del primer trasnocho con
ella, Javier no pudo levantar el mismo peso que había levantado durante toda la
semana anterior y se sintió débil, cansado y alarmado por estar perdiendo masa
muscular.

Sus amigos de gimnasio le recomendaron el uso de esteroides
anabólicos para aumentar su masa muscular. Además, la ingestión de ciertos
complementos proteínicos concentrados en polvo. Javier comenzó a usar dichas
sustancias y a crecer más.

De todas maneras, al igual que las anoréxicas que se ven al
espejo gordas, Javier se veía flaco, débil, cansado y sin gracia. La única
solución era seguir mejorando su estado físico.

Todos los días se miraba al espejo, se pesaba y se medía,
varias veces al día. Tenía una báscula electrónica que le avisaba si había
subido algunos gramos y Javier hacía más estricta su dieta.

Después de que llevaba unos seis meses consumiendo
esteroides anabólicos fue su primer arranque de ira incontrolable. Un día pateó
cosas en su casa y terminó pateando al perro y arrojándolo contra una pared que
estaba a tres metros de distancia. Le fracturó dos costillas y sus padres,
alarmados, le dijeron que debía irse de la casa.

Javier no se fue de la casa de sus padres. Otro día en la
oficina, lanzó una impresora por la ventana porque ésta no funcionaba bien. Ese
día sí lo echaron del trabajo, sin darle una segunda oportunidad.

Los pocos amigos que tenía ya se habían cansado de que nunca
apareciera y no lo habían vuelto a llamar. Sus parientes también se cansaron de
que no volvió a asistir a eventos familiares y no lo volvieron a invitar. Un
día, sus amigos de gimnasio, que eran los que más lo comprendían, lo invitaron
a hablar y uno por uno le fueron diciendo que lo veían muy mal. Cuando todos
terminaron, Javier comenzó a llorar, a gritar que todo el mundo lo rechazaba,
qué nadie lo aceptaba como era, que lo único que él quería era agradar.

Lo más difícil para Javier, fue aceptar que el ejercicio compulsivo, que él consideraba la base de sus prioridades, valores, acciones, sentido de la propia valía y de su vida en general, le estaba causando problemas.

Ese día tocó fondo con su adicción a tener buen estado
físico o vigorexia, pero también fue
el primer día de una nueva vida que se abrió ante sus ojos.

En su proceso de recuperación, a Javier le ha tocado
alejarse de los gimnasios por un tiempo, y trabajar principalmente en la
recuperación de sí mismo; ha tenido que trabajar muy duro en la recuperación de
su autoestima, en liberarse de sus temores, resentimientos, vergüenzas y
culpas; algunos de estos sentimientos estaban tan arraigados que envenenaban de
manera tóxica todo lo que Javier hacía, sentía o pensaba. La vergüenza, que en
los seres humanos normales, es un mecanismo adaptativo que los inhibe de hacer
cosas no aceptadas socialmente, en Javier era tan fuerte, que no estaba asociada
al «hacer», sino al «ser»; Javier sentía vergüenza por existir; por el simple
hecho de estar en este mundo; sentía que todo él y toda su vida había sido un
error.

En este momento, Javier ha recuperado
a su familia, a sus amigos de antes, tiene una novia que consiguió estando
desempleado, está comenzando en un nuevo trabajo y se ha ido a vivir a su
propio espacio. Sabe que le falta mucho camino por recorrer, pero los regalos
que ha recibido hasta el momento, principalmente en amor propio, en
recuperación de sí mismo, de su vida social y de un propósito para su vida, son
el principal incentivo para seguir adelante con su recuperación.

 

(Foto Satish Krishnamurthy – Bombay, India – Licencia Creative Commons)

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Ramiro Calderón

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