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¿En qué consiste esta adicción? ¿Tiene alguna solución?
¿Hay alguna esperanza para esta clase de adictos?

Veamos la historia de Josué y saquemos nuestras propias
conclusiones.

 

Ramiro
Calderón

Autor de
«Un Favor Antes de Morir»

calderon.ramiro@gmail.com

http://ramirocalderon.wordpress.com

 

Mi nombre es Josué y soy un adicto.

Me da mucha vergüenza compartir mi testimonio. Solo
espero que pueda ayudar a alguien.

Siempre he sido amigo de los excesos. En mi vida me he
movido entre los extremos todo el tiempo.

Fui un niño obeso hasta los trece años. A esa edad
adelgacé; los fines de semana estaba todo el tiempo en sudadera y haciendo
ejercicio. Después de estar obsesionado por comer, pasé a estar obsesionado por
no comer. Iba corriendo para todos lados. Contaba calorías todo el
tiempo. Me levantaba a las cinco de la mañana y salía a trotar antes de ir al
colegio. Por las noches volvía a salir a trotar.

A los quince me convertí en un muchacho excesivamente
ordenado y estudioso. Recuerdo que cuando terminé noveno grado, le pedí a mi
mamá que me comprara inmediatamente los libros de décimo grado para irme
adelantando en vacaciones.

En este momento me doy cuenta de que estaba loco y debía
buscar ayuda. Sin embargo, todo el mundo retroalimentó positivamente esta
conducta tan enferma. Todos me felicitaban y me decían que yo era un muchacho
muy juicioso.

Todos menos mis padres. Eso era lo que ellos esperaban de
mí, supongo.

A esa edad pasaba horas y horas en el baño…
masturbándome.

Cuando estaba en once, conocí la marihuana. Fue el
principio de una carrera autodestructiva vertiginosa. Casi no me puedo graduar
de bachiller y en la universidad comenzaron los problemas.

Me cambié de carrera cuatro veces. Cuando la mayoría de
mis compañeros se estaban graduando, yo estaba comenzando la quinta carrera. A
pesar de todas las bondades que le atribuyen por ser natural, ahora veo a la
marihuana como una especie de cáncer espiritual.

A diferencia del cáncer físico, que se come el cuerpo de
la persona, la marihuana se fue comiendo mis sueños, mis esperanzas, mi
capacidad para madurar y salir adelante.

Veía a mis amigos comenzando su vida profesional, con el
cabello corto, vestidos de paño y con los zapatos lustrados, mientras yo seguía
con el pelo largo, los jeans rotos y los tenis sucios.

Y lo peor era que compartía con amigos de cuarenta,
cincuenta y sesenta años, que también vivían con sus padres, usaban cola de
caballo, jeans rotos y tenis sucios. En ese momento decidí parar. Cuando vi que
mi futuro era convertirme en el tío chévere y solterón que nunca se iba a ir de
la casa, decidí dejar la marihuana.

Ahí comenzó mi verdadero problema con la masturbación.

Dicen que si uno deja una adicción sin hacer un verdadero
proceso de cambio interior termina cambiándola por otra… eso es completamente
cierto.

Comencé masturbándome cuatro y cinco veces al día.

Me masturbaba por las mañanas antes de salir para la
universidad y por las tardes cuando volvía. Durante el día, dependiendo de la
ansiedad que sintiera, me encerraba a masturbarme en los baños públicos de la
universidad unas dos o tres veces. Vivía muy solo. No tenía amigos. Solo
estudiaba y me masturbaba; vivía muy triste.

La masturbación era la única forma como me anestesiaba un
poco y me daba energía para seguir batallando esta guerra eterna que tenía con
la vida.

Masturbándome me sentía bien. Cuando no me estaba
masturbando, estaba desconectándome de la realidad con mis fantasías eróticas.
Era una forma de desconectarme del mundo, supongo que igual a la que usan los
drogadictos. La única diferencia era que la droga estaba dentro de mí y podía
recurrir a ella en cualquier momento.

Mis compañeros comenzaron a decirme que vivía en la luna…
y no era mentira. Cuando caminaba me ensimismaba de tal manera, que podía
atravesarme a los carros en la calle y no me daba cuenta sino cuando rechinaban
las llantas por los frenazos.

Estas fantasías a toda hora, me disparaban más las ganas
de masturbarme y devoraban toda mi energía. No podía crear, no podía aprender,
no podía memorizar, ni siquiera podría atender en clase.

En esa época, en que ya estaba bastante limitado por mi
adicción, me conseguí una novia… mejor dicho, ella me consiguió a mí, porque yo
era un muchacho retraído e incapaz que no sabía ni aproximárme a las mujeres,
pues la realidad distaba mucho de mis fantasías eróticas.

Yo imaginaba el cortejo, como el breve preámbulo que uno
ve en las películas pornográficas. Así, mi forma de actuar y las cosas que
decía a las mujeres, no suscitaban sino rechazo.

Pero mi novia hizo caso omiso de todo eso, y vio al
muchacho solitario y necesitado de afecto que había en mí.

Ella me enseñó a amar. Me hizo el hombre más feliz del
mundo… mientras duró.

Pero un día todo acabó y quise morirme. ¡Había conocido
el amor y lo había perdido! Era lo que había buscado durante toda mi vida y yo
mismo lo saboteé.

El dolor era insoportable y recurrí al mejor analgésico
que conocía: La masturbación. Me aislé. Comencé un período de masturbación
compulsiva. Lo hacía entre diez y quince veces al día.

Cuando no me estaba masturbando, estaba sumido en
fantasías, no solo eróticas, sino también románticas. Había descubierto que
soñar con situaciones amorosas también me permitía desconectarme de la
realidad.

No volví a la universidad. Vivía encerrado.

Cuando salía, la necesidad de masturbarme era tan
sobrecogedora, que tuve que romperles los bolsillos a dos pantalones para poder
masturbarme en la calle.

Me masturbaba mientras caminaba, en el transmilenio, en
las busetas, en los cines y en los taxis.

Mientras tanto, mi vida se derrumbaba. Postergaba todo.
No iba a la universidad, no hacía nada de lo que tenía que hacer. Eso me hacía
sentir muy mal… entonces me masturbaba y me sentía mejor.

La masturbación y las fantasías eran la única forma como
podía tolerar esa realidad de soledad y fracaso tan dolorosa. Sin embargo, no
me ayudaban a superar mis problemas, sino los agravaban día a día sumiéndome en
un agujero negro del que solo pensé que podría salir con la muerte.

Supongo que la masturbación cambió mi forma de mirar a
las mujeres. Las miraba desde mi vacío, desde mi necesidad. Así terminaba
retroalimentando lo que tanto me dolía y que me llevaba a masturbarme más: el
rechazo.

Yo sé lo que se siente que estando todos los puestos
llenos, la mujer a cuyo lado me siento en una buseta, prefiera levantarse y
viajar de pie lejos de mí.

Yo sé lo que se siente que un grupo de personas lo saquen
a uno de un Trasmilenio… pero no podía evitarlo.

Me sentía esclavo de mi enfermedad y completamente
impotente.

Finalmente un día, desde el agujero más profundo de mi
soledad y fracaso, tomé la decisión de suicidarme.

Pensé: «Si no puedo vivir con la masturbación y tampoco sin ella,
sencillamente no puedo vivir». Mientras planeaba la forma de acabar con mi
vida, también sentí alivio. Ya no me producían ansiedad las tareas pendientes,
mi soledad, ni mi vida destruida. En ese estado de calma escribí en el buscador
de Internet «Adicción al sexo» y «Adicción a la pornografía» y me encontré con un par de testimonios de chica
adictas que se habían recuperado.

Pensé: «Tal vez yo también podría tener una oportunidad»…
y aquí estoy. No me maté.

Nada de lo que había hecho en mi aislamiento me había
servido nunca, pero el día maravilloso en que decidí pedir ayuda, todo comenzó
a funcionar.

No ha sido fácil.

Dejar la marihuana fue un paseo al lado de la
masturbación.

Me di cuenta de que muchas de las cosas que hacía sumido
en el aislamiento no funcionaban, porque precisamente el aislamiento es una de
las raíces de la problemática. También lo es la postergación compulsiva.

Tratar de dejar la masturbación compulsiva mientras
estaba aislado o postergando, era igual a un alcohólico que fuma mientras bebe,
y trata de dejar el cigarrillo mientras todavía bebe. Su vida sigue desbaratada
y ese caos, unido a la necesidad sobrecogedora de fumar cuando está bebiendo,
hace que sea muy difícil dejar el cigarrillo.

El problema no era solo la masturbación como lo había
pensado en un principio. Tuve que comenzar por ahí, pero he podido ir
reconstruyendo los demás aspectos de mi vida desde las cenizas… pero no todo ha
sido un esfuerzo extenuante como parecería.

Lo primero que recuperé fueron mis esperanzas. Después
recuperé mis sueños.

Solo con esos dos regalos, volvieron a mí las ganas y el
entusiasmo por vivir.

Aprender a amarme ha sido agradable, aprender a
divertirme ha sido agradable, darle un sentido a mi vida ha sido motivante y
esperanzador.

Otros aspectos del proceso no han sido tan agradables,
pero han terminado siendo muy satisfactorios. He tenido que vencer muchos de
mis miedos. El miedo al fracaso me paralizaba. El miedo al rechazo me hacía
aislarme. Creo que esos son los miedos que más afectan a las personas en mayor
o menor medida. También he tenido que luchar contra la negatividad. Ese ha sido
uno de los aspectos más fuertes de mi enfermedad.

Bueno… en resumen, aquí estoy, terminando mi carrera a
los veintinueve años, con muchos asuntos inconclusos… pero progresando
vertiginosamente por primera vez en mi vida.

Todavía no tengo una pareja por decisión propia. Siento
que debo llenar ciertos vacíos conmigo mismo, con amor propio, antes de
relacionarme sentimentalmente con alguien… pero ya no tengo que padecer el
rechazo de la gente. Disfruto la vida, he vuelto a sonreír. Mis compañeros y
compañeras me buscan, me invitan a actividades sociales, voy, comparto con
ellos y creo que no buscar a las mujeres por decisión propia me hace más
atractivo para ellas, pues no me han faltado las propuestas. Pero yo estoy
tranquilo y sé que todo llegará a su momento.

Por ahora ha sido muy importante mezclar mi estudio con
las ventas. Estoy vendiendo ropa para ayudar con mi sostenimiento. Además, eso
ha sido una excelente terapia para vencer el miedo al rechazo. Me obliga a
relacionarme con la gente; a buscarla; a vencer el miedo; a perder la
vergüenza. Estoy seguro de que en el futuro cercano, cuando tenga que vender
mis servicios, esta experiencia me ayudará.

Si tuviera que dar un consejo a los adictos al sexo, a la
pornografía, a la masturbación, a los tímidos o a los postergadores, sería:

¡Busquen ayuda! ¡Busquenla YA! No digan: «La semana entrante buscaré ayuda». Postergar compulsivamente todo, especialmente cuando tiene que ver con uno, es parte de la enfermedad. Uno sólo no puede y termina sumiéndose
más en la problemática, en la desesperanza y en la depresión… pero hay una
esperanza.

Otros hemos podido.

Cuando comencé, me decía a mí mismo: «Si otros pudieron,
yo podré». Ahora les digo a los que aún están sufriendo: «Si yo he podido hasta
ahora, tú también podrás».

Si quieres ayuda para superar esta condición, o conoces a alguien que lo pudiera necesitar, no dudes en preguntarme por las mentorías personalizadas llamándome o escribiéndome vía WhatsApp al +1 226  706 4807 (Haciendo Click aquí)

Ramiro Calderón

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Espera el próximo sábado a las 10:00 am, Postergación Compulsiva (Historia de Paolo)

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