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La postergación compulsiva, o hábito de dejar
para mañana lo que podemos hacer hoy, afecta a muchísimas personas que se
quejan de que nada les sale bien y el mundo está contra ellos, sin darse cuenta
de que ellos son sus principales enemigos y los que primero se meten
zancadilla.

Esperamos que el testimonio de Paolo ayude a
muchos postergadores a identificar su problema y a recuperar la esperanza, al
saber que para esta problemática, al igual que para las otras adicciones y
comportamientos compulsivos, hay una solución.

 

Ramiro
Calderón

Autor de «Un Favor Antes de Morir» – La primera novela que aborda con profundidad el tema de las adicciones del nuevo milenio (http://unfavorantesdemorir.wordpress.com)

Si necesitas ayuda, puedes escribirme a ramiro@ramirocalderon.com o contactarme en http://ramirocalderon.wordpress.com/coaching/

 

Hola mi nombre es Paolo y soy un Postergador
Compulsivo.

Me demoré mucho tiempo en darme cuenta de cuál
era mi enfermedad.

La llamaba parálisis. Mi esposa la llamaba
pereza, secuelas de una niñez llena de abundancia material, desinterés, falta
de motivación, despreocupación e irresponsabilidad.

Toda la vida tuve una gran facilidad para
aprender. Me iba bien en el Colegio prácticamente sin esforzarme. Al llegar a
la universidad fue igual, pero allí comenzaron los problemas. A pesar de ser un
líder y de desatacarme en todo, cuando llegó el momento de hacer la tesis tuve la
primera lucha conmigo mismo.

Ya había terminado materias y no tenía que
levantarme para ir a clase todos los días ni llegar a tiempo a ningún lado. Era
uno de los estados con los que había soñado toda la vida, pero jamás me imaginé
el infierno en que se iba a convertir mi existencia.

Una parte de mí quería graduarse. Sabía que tenía
las herramientas cognitivas para hacer un gran trabajo de grado. Estaba seguro
de que mi tesis podría ser laureada.

Otra parte no quería levantarse de la cama, no
quería hacer nada. Me quedaba acostado, viendo televisión y dejando pasar un
día tras otro.

La primera semana pensé que era un merecido
descanso. La segunda semana había planeado comenzar a trabajar, pero creí que
estaba más cansado de lo que pensaba y que lo mejor era tomarme una semana más.

Después de un mes comencé a preocuparme. Me
había visto todos los episodios de «Family Guy», de «Lost» y de unas cuantas
series más.

Cada vez que me sentaba frente al computador,
comenzaba la guerra. La parte de mí que quería salir adelante, contra la
parálisis que me dominaba y me manejaba como una marioneta sin voluntad.

Cuando menos lo pensaba me veía haciendo click
en las páginas de series de televisión, de películas y pasándome el día entero desperdiciando
mi tiempo.

Como me quedaba encerrado en el cuarto, mis
padres pensaban que estaba trabajando y se enorgullecían de cuán juicioso era
su hijo. Para no decepcionarlos, me compré unos audífonos que me permitieran
escuchar los programas y las películas sin que nadie se diera cuenta de que
estaba desperdiciando el tiempo.

Igual me sentía decepcionado de mí mismo y la
ansiedad por no estar haciendo lo que tenía que hacer, hacía que a veces
sintiera que el corazón se me iba a salir del pecho.

Tuve que pagar otro semestre en la universidad
y otro más. Después de haber hecho una carrera brillante, mis padres comenzaron
a sospechar que algo no estaba bien.

Y yo… mientras más tiempo perdía, más sentía
la obligación de hacer una super-tesis laureada, y mientras más altos eran mis
propósitos, más agobiado me sentía por la carga de lo que tenía que hacer y más
me gobernaba la parálisis.

Un día mi padre me sugirió que presentara algo…
lo que fuera. Que mi objetivo era simplemente graduarme. Que no tratara de
hacer algo perfecto, sino que presentara algo.

Yo accedí, pero igual no hacía sino ver películas
y series de televisión.

A los dos meses mi padre se ofreció a
ayudarme. Se sentó conmigo en mi habitación y me dijo que le mostrara lo que había
escrito hasta ese momento.

Cuando le mostré lo que había hecho, casi se
desmaya.

¡En un año y medio había escrito ocho páginas!

Para tratar de disculparme le mostré que había
comenzado varias veces, pero simplemente no me había sentido satisfecho con lo
que había escrito. Tenía cuatro o cinco archivos con diferentes comienzos; pero
si sumábamos todo lo que había escrito en ese año y medio, no llegaba a las
veinte páginas.

Frente a la cara de decepción de mi padre,
(cara que vería muchas más veces en mi vida y que me haría llegar a sentir que
yo era una decepción para los demás), comencé a llorar. Le hablé de la
parálisis y de la ansiedad. Le dije que no sabía qué me pasaba, pero estaba
seguro de que había algo muy mal dentro de mí.

Al día siguiente tuve mi primera cita con el
psiquiatra.

Me diagnosticó un Trastorno de Ansiedad
Generalizada y Depresión y me recetó unos medicamentos que me desconectaban de
mí mismo, de mis sentimientos y me volvían un idiota.

De alguna manera sirvieron, pues mis padres
contrataron a alguien para que me ayudara en mi tesis. Él terminó haciendo una
tesis mediocre por mí, pero gracias a los medicamentos no me importó, la
sustenté y me gradué.

Esos tres años bajo los medicamentos
psiquiátricos son como una nebulosa en mi vida. Obtuve mi primer trabajo, todos
los días iba de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, pero la sensación
predominante en mí era que no estaba viviendo mi vida, sino que mi vida pasaba
frente a mis ojos.

Me sentía como si estuviera tras el burladero
viendo cómo los demás vivían la vida, se enamoraban y se casaban. Para mí todo
era como una película.

Un día, a pesar de las advertencias de mi
psiquiatra sobre el riesgo de suicidio, decidí dejar de tomar los medicamentos.

También comencé psicoterapia con una psicóloga
todas las semanas.

Todo el tiempo me sentía somnoliento, así que comencé
a tomar café. Me tomaba cuatro tazas de café antes de salir para el trabajo y
durante el día alcanzaba a totalizar unas quince o veinte tazas.

Pero comencé a salir nuevamente con mis
amigos, a rumbear, a bailar y por supuesto, a departir en un café.

La psicoterapia me servía para entrar en lo
profundo de mi ser y encontrar heridas o traumas en mi infancia con las cuales
justificaba mi parálisis, pero igual no hacía mayor cosa para superarla. Mi
vida no cambiaba sustancialmente. Yo era como una pluma al viento.

A los seis meses tomé una de las decisiones
trascendentales en mi vida. Me fui de la casa de mis padres.

Pensé que lo que necesitaba era más
responsabilidades. Me sentía descontento con mi trabajo y mis ingresos, pero
pensaba que el hecho de no tener presiones económicas, hacía que no tomara la
decisión de buscar un mejor empleo o crear mi propia empresa.

Estando en mi apartamento me enamoré perdidamente
de Catalina, quien hoy es mi esposa. Comenzamos a pasar más y más tiempo
juntos, a hacer planes hacia el futuro, y yo nunca cambié de empleo.

Nos casamos, no sé cómo tomé esa decisión.
Creo que ella la tomó por mí, pues siempre sentía un miedo paralizante ante
cualquier cambio.

Estando casados ella cambió de empleo tres
veces y yo seguía quejándome del mismo trabajo y diciendo que me había
convertido en parte del inventario físico de la empresa.

Hasta que un día «me dieron la patadita de la
suerte». A pesar de haber deseado salir de ahí durante años, quedé como si me
hubieran quitado el piso y la razón para vivir.

No sabía qué hacer, ni a dónde ir. Simplemente
me acosté en posición fetal en la cama con las cortinas cerradas a sentirme
miserable y desempleado. Así duré cuatro meses.

Solamente salía para asistir a mi psicoterapia,
la cual utilizaba para reforzar mi percepción de ser una víctima del mundo y
todos sus demonios. Era un ser incomprendido y maltratado, y por eso no me
podía mover.

Las deudas comenzaron a agobiarnos y eso
aumentaba mi malestar, mi ansiedad y mi parálisis, pero por nada del mundo
quería volver a tomarme los medicamentos psiquiátricos.

Un día Catalina me puso un límite.

Me dijo que si no hacía algo por mí pronto, lo
mejor iba a ser separarnos.

Traté de argumentar que desde hacía siete años
estaba haciendo algo por mí. Que los tres años de medicamentos psiquiátricos, y
los cuatro de psicoterapia, eran hacer algo por mí… pero en ese mismo instante
me di cuenta de que en realidad, mi problemática de fondo, seguía intacta.

Comencé a buscar en internet y encontré el
artículo de «Juan Carlos y la Adicción a Todo » escrito por ti en EL TIEMPO.

Me parecía que la historia de Juan Carlos la
pude haber escrito yo.

De hecho, el habla de la famosa parálisis en
su testimonio.

Yo inclusive había buscado grupos de
paralíticos anónimos para darme cuenta con dolor, de que no existían.

Ese día me di cuenta de que mi problemática
tenía nombre y un tratamiento, y yo tenía una esperanza.

En este año, y medio, mi vida ha sido la
historia que conoces.

Cuando le conté a Catalina que iba a dejar la
psicoterapia para comenzar un coaching, ella pensó que era uno de los múltiples
cambios de planes que yo hacía en mi vida.

Ella decía que yo era inestable y que un día
quería ser músico, me compraba la organeta, comenzaba a tomar clases, me ponía
arete, tatuaje y conseguía amigos músicos, y de pronto al otro día botaba todo
para el carajo, me compraba una biblia, me mandaba a quitar el tatuaje y me
daba por volverme cristiano… y luego me compraba todas las herramientas y la
indumentaria, y me volvía carpintero.

Pero por primera vez en mi vida, yo estaba
convencido de que no me estaba poniendo un disfraz ni estaba tratando de convertirme
en nada, ni en nadie.

Estaba tratando de encontrarme a mí y estaba
seguro de que ésta era la última oportunidad a la que le iba a apostar. Si no
funcionaba, iba a seguir rumbo hacia la separación y el suicidio.

Además del trabajo interior que ya venía
haciendo en la psicoterapia pero que ahora he reorientado hacia la recuperación
y el cambio, y no hacia la autojustificación me han encantado las herramientas
de este programa.

Las acciones, que me sacan de mi zona de
confort y apuntan a mejorar mi calidad de vida, mis ingresos o a alcanzar mis
sueños, son una herramienta que garantiza el éxito de cualquier persona en un
emprendimiento, cualquiera que éste sea.

Antes de haber cumplido un mes, ya estaba
viendo resultados que no había logrado durante años.

Otra herramienta muy impactante y motivante
fue haber rescatado mis sueños del olvido. Yo pensaba que soñar era para bobos,
idealistas y postergadores. Ahora me doy cuenta de que los sueños son una carta
de navegación, un norte, una dirección, que hace que lo que uno hace, que
apunte hacia allá, sea agradable de hacer y gratificante, así uno no haya
alcanzado el sueño. Además he visto como se despiertan mi pasión, mi
entusiasmo, y veo que toda mi vida se está reorientando hacia lo que quiero.

Ahora trabajo la mayor parte del tiempo desde
mi casa. Es una bendición no tener que meterme en los trancones que me hacían la
vida insufrible en el pasado. Ahora me baño, me visto, doy tres pasos y ya
estoy en el trabajo. Es cierto que a veces me toca visitar a algunos clientes y
me invento hacer otras cosas para evadirme, o que cuando tengo que hacer una
llamada a un prospecto, me dan ganas de ver películas o de llamar a alguien
para hacer una visita primero, pero soy consciente de mi problemática de
postergación compulsiva y rápidamente reacciono.

Ya no ando buscando culpables de mi problemática,
ni diciendo que soy así porque mi mamá me pegaba cuando chiquito, ni porque me
exigían demasiado. Ni pidiendo que mi pasado hubiera sido diferente de como
fue. Ahora cambio activamente mi presente, y enfrento mi problemática todos los
días, independientemente de mi pasado.

Me he dado cuenta de que las principales
raíces de mi postergación son el miedo al fracaso y el miedo al rechazo. Toda
la vida los disfracé de perfeccionismo, soberbia y autosuficiencia pensando que
eran virtudes, pero ahora me he dado cuenta de que es muy importante pedir
ayuda y delegar. Yo solo no puedo hacer todo, ni soy el único en el mundo que
puede hacer las cosas bien. De hecho, las cosas quedan mejor cuando las hacemos
entre varios. Además, si espero a que una propuesta esté perfecta para poder
enviarla, nunca la envío. Ahora, consciente de mi problemática, busco tener la
versión mínima viable de todo, propuestas, productos, diseños y la envío para
ir construyéndola de la mano con el cliente. Esa ha sido mi salvación y
curiosamente, uno de los aspectos de mi trabajo que más elogian mis clientes.

Mis ingresos todavía son bajos, pero al menos
han venido creciendo, hay una posibilidad de seguir aumentándolos, y disfruto
mucho mi trabajo y la forma como lo hago. Ya no me siento atrapado y sin salida
como estaba en la empresa, en donde cada vez me ponían más y más trabajo y mis
ingresos seguían estancados por años.

Creo que en este año la compulsión por
postergar ha disminuido en un ochenta por ciento y tengo la esperanza de que
algún día desaparecerá completamente.

Catalina ha terminado asimilando para su vida
algunas de las herramientas de mi coaching, eso sí, no te voy a pagar más,
porque yo soy el que le ha enseñado.  

Ella está muy contenta con mi cambio. Nunca
nos tuvimos que separar, aunque no todo ha sido fácil. Cuando comencé a actuar,
ya en recuperación, y se fue desapareciendo la culpa, comencé a poner ciertos
límites que antes no ponía en la relación, y detener el maltrato que venía de
ella hacia mí. Eso generó una crisis de pareja. De alguna manera, nos dimos
cuenta de que ella necesitaba a un postergador a su lado para echarle la culpa
de su infelicidad y sus desgracias.

Al poco tiempo de haber comenzado mi proceso
de recuperación, ella tuvo que comenzar el suyo.

Si tuviera que dar un consejo para quienes
sufren, sumidos en la infelicidad, viendo sus sueños truncados, diciendo que
nadie los comprende y no es su culpa, y observan a los demás progresar en sus
vidas mientras ellos permanecen estancados, lo único que les diría sería «¡Busquen
ayuda!». Si no han podido solos contra ustedes mismos, seguramente con ayuda de
alguien que sí tenga las herramientas adecuadas, lo lograrán.

Si piensan: «Este Paolo tiene como razón… Un
día de estos voy a buscar ayuda…» es la enfermedad la que les está hablando. Pónganse
un plazo límite para buscar ayuda. Díganse a sí mismos a más tardar el martes
conseguiré ayuda. Si no, creerán que con la intención de buscar ayuda será
suficiente, y perderán otro par de años importantísimos de sus vidas antes de
que les llegue la próxima señal.

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Espera el próximo sábado a las 10:00 am, Postergación Compulsiva (Historia de Paolo)

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